El rol del sector privado en el nuevo paradigma

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Ante las exigencias de la nueva agenda de la sociedad –que les demanda a las organizaciones y a las instituciones la necesidad de incorporar en su accionar nuevos focos de atención para la creación de valor–, el sector que más rápidamente reaccionó fue el sector privado, la empresa. Por una cuestión de supervivencia y solidaridad egoísta, para poder responder a las exigencias de la sociedad en su conjunto y a las expectativas de sus clientes de tal forma que éstos les sigan renovando la licencia social que necesitan para seguir operando, el sector privado fue el primero que se aggiornó. Buscando al mismo tiempo proteger su principal activo, que son sus marcas registradas[1], y enfrentar las demandas sociales que venían de la mano del proceso de globalización de la economía, muchas empresas implementaron y certificaron nuevas normas, procedimientos e instancias (normas ISO 14000, 20000 y 56000), y también comenzaron a cumplir con las premisas de la Responsabilidad Social Empresaria.

En la actualidad las empresas líderes construyen sus Reportes de sostenibilidad de forma integrada en base a los lineamientos del Consejo Internacional de Reporte Integrado (IIRC, por sus siglas en inglés), los estándares de Global Reporting Initiative (GRI) y los indicadores materiales del Consejo de Normas de Contabilidad  de la Sostenibilidad (SASB). Este reporte representa una pieza de comunicación fundamental para expresar el progreso de la compañía en el cumplimiento de los principios del Pacto Mundial de las Naciones Unidas y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

El sector privado representa a casi la mitad de las economías más grandes del mundo. Esto supone que la empresa se asume como un ciudadano corporativo y presenta balances de sostenibilidad, donde muestra su triple cuenta de resultados (Triple Bottom Line), que da cuenta de su rendimiento económico, así como también de su gestión social y ambiental, y su impacto en la cadena de valor. Mediante estos instrumentos, demuestra además su compromiso con transmitir y compartir las mejores prácticas, para que aquellas empresas y organizaciones que forman parte de su red de valor, incorporen esta nueva visión y la adopten dentro de su propio accionar. Este concepto se aplica aún más a las “empresas desintegradas”, que son aquellas que eligen un modelo de negocios en el que sus proveedores son empresas prácticamente cautivas, que producen bienes o brindan servicios para ese solo y casi único cliente-comprador.

Al respecto, tanto la Ley de esclavitud moderna del Reino Unido, como la Ley de Transparencia en las Cadenas de Suministro de California, obligan a las empresas a informar sobre sus procesos de diligencia debida. Solo aquellas que cumplan plenamente con éstas y otras legislaciones similares, estarán preparadas para operar cuando se promulguen leyes más estrictas sobre la responsabilidad global por los derechos laborales.

Dentro de estas prácticas se enmarcan también la promoción del voluntariado corporativo y la adhesión a los pactos de no corrupción.

Antes de avanzar, es necesario mencionar que uno de los primeros pensadores que tuvo una visión radical de la responsabilidad social fue Adam Smith, quien en su obra La teoría de los sentimientos morales, nos habla acerca de la estrecha relación que existe entre la economía y la moral. Por su parte, John Elkington, quien en 1994 introdujo el término “triple cuenta de resultados”, declaró recientemente en un artículo de su autoría, que este concepto que él mismo acuñó hace veinte años atrás y cuyo objetivo principal era provocar un pensamiento más profundo acerca del futuro del capitalismo, está casi obsoleto. Cabe destacar, sin embargo, que los postulados y la acción que impulsó la triple cuenta de resultados promovieron el desarrollo de plataformas como el Global Reporting Initiative y el Dow Jones Sustainability Indexes, y surgieron muchos otros criterios, formas de medición e indicadores que vendrían después como la Cuádruple Cuenta de Resultados, el Retorno de la Inversión Social (SROI), los modelos de capital múltiple, la contabilidad de costo total, el ESG (que enfoca a los inversores y analistas financieros en los factores ambientales, sociales y de gobernanza), la medición de las pérdidas y ganancias ambientales, el Blended and Shared Value, el Integrated Reporting, el Impact Investing y más recientemente, el BCG’s Total Societal Impact framework, o conceptos como la productividad del carbono, la economía compartida, la Biomimesis y la doble materialidad. Todos temas que en la actualidad son abordados desde una nueva disciplina: el management sistémico. Este nuevo enfoque del paradigma empresarial, se encuentra a cargo del Chief Sustainability Officer (CSO), un manager que no es un especialista, ni un generalista, sino que realiza una lectura integral e integrada de la organización desde la sostenibilidad y la regeneración.

En cualquier caso, tal como afirmó Stephan Schmidheiny, presidente honorario del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD) y fundador de Avina, “no puede haber empresas exitosas en sociedades fracasadas”. Esto nos lleva a pensar, a su vez, en que el mercado es un instrumento en busca de un propósito: el bienestar de la sociedad y el bien común.

Según el economista Jeffrey Sachs, sin crecimiento económico no puede haber un incremento sostenible en los ingresos, la salud y en otras áreas. El progreso depende de fuertes inversiones en infraestructura –agua, electricidad, manejo de desechos– y éstos, a su vez, dependen de que haya financiación privada a gran escala y, por lo tanto, de un adecuado marco regulatorio del mercado. De modo que el sentimiento anti-mercado no es buen amigo de la reducción de la pobreza. Pero tampoco lo es un fundamentalismo del libre mercado. El crecimiento económico y la reducción de la pobreza no pueden alcanzarse por medio del libre mercado por sí solo. El control de enfermedades, la educación, la promoción de nuevos desarrollos científicos y tecnológicos, y la protección del medio ambiente, son funciones públicas, que deben alinearse con las fuerzas privadas del mercado. La lucha contra la pobreza extrema está ayudando a forjar un nuevo tipo de capitalismo mixto, y los antiguos debates público versus privado están siendo reemplazados por nuevas estrategias que involucren a ambos sectores. También, a medida que el cambio climático y la escasez de agua se intensifiquen, esta necesidad se volverá cada vez más urgente. Ejemplo de ello son los canjes de deuda por naturaleza –lanzados en la década de 1950 por The Nature Conservancy, una organización dedicada a la conservación de la biodiversidad–, que permiten a un país condonar parte de su deuda en acciones e inversiones de conservación de la naturaleza. A través de estos acuerdos, una parte de la deuda contraída por el país participante con el gobierno estadounidense, se perdona debido al compromiso de dicho país de utilizar estos fondos para la conservación de sus recursos. Costa Rica, Perú, Jamaica, Belice, Panamá, Colombia y Guatemala han sido beneficiados con este tipo de instrumentos financieros, que les permitieron apalancar millones de dólares para las actividades de conservación de áreas de alta prioridad durante 10 o 20 años).

En alianza con FSG, la ONG que dirige Michael Porter y Mark Kramer, la revista Fortune ha presentado el ranking de las empresas líderes que están cambiando el mundo por medio de un impacto social positivo. Para elaborarlo, se priorizaron compañías con una facturación superior a mil millones de dólares, que son evaluadas y calificadas en base de tres factores: impacto social medible, resultados del negocio y grado de innovación.

En sintonía con estas ideas, en la actualidad están surgiendo una serie de nuevas alternativas, como por ejemplo, la economía social de mercado, una evolución de la economía de mercado orientada a encontrar nuevas formas que aseguren la inclusión social, promoviendo de esta forma un capitalismo de nueva generación regulado por todos los actores. Esto apunta a que dichos actores participen del proceso de creación de valor económico, y que la rentabilidad, la ganancia y los dividendos económicos se conviertan en una herramienta moral válida, cuya administración y destino final también se decida teniendo en cuenta el interés colectivo y las necesidades de la sociedad[2].

Se enmarcan dentro de estas nuevas economías, la economía solidaria –como el proyecto de economías solidarias de Río Negro que impulsó Roberto Killmeate a través del Mercado de la Estepa–, la economía ecológica –que opone al crecimiento económico basado en el consumo de la energía del carbón, el petróleo y el gas, una inversión pública en conservación de energía, instalaciones fotovoltaicas, transporte público urbano y rehabilitación de viviendas–, la utilización de capitales privados con fines públicos; la empresa social para negocios inclusivos, las empresas para la recuperación de los ecosistemas naturales, los bonos verdes, las inversiones de impacto, los sistemas de microcréditos, la banca ética[3] y los negocios en la base de la pirámide, como formas de inclusión a través de la cadena de valor, para que los que menos tienen puedan acceder al mercado. Alineado con esta mirada, el profesor indio Vijav Govinjarajan acuñó el término reverse innovation para referirse a procesos a través de los cuales se desarrollan “especialmente” productos de muy bajo costo para poder suplir las necesidades de los países del tercer mundo. Por ejemplo, instrumental médico operado por medio de baterías para zonas rurales, que luego también es comercializado exitosamente en los países desarrollados.

Otras nuevas economías son la economía del bienestar –una rama de las ciencias económicas y políticas que trata las cuestiones relativas a la eficiencia económica y al bienestar social–,  la economía naranja –color que suele asociarse a la cultura, la creatividad y la identidad[4]–, la economía del conocimiento –que utiliza la información como elemento fundamental para generar valor y riqueza por medio de su transformación en conocimiento–,  la economía azul, inspirada en el libro de Gunter Pauli, que promueve el rediseño de nuestro modo de vida a partir de innovar y aprender a reproducir las formas de vida y los ciclos que se dan en la naturaleza,  y la economía regenerativa, impulsada por John Fullerton y el Capital Institute que, basada en principios y patrones universales del cosmos, aspira a construir sistemas estables, sanos y sostenibles en el mundo real, que sirvan como modelo para diseñar sistemas económicos regenerativos.

En definitiva, como propone Otto Scharmer, creador de la Teoría U, tendremos que aprender a evolucionar de un sistema económico egocéntrico, a un sistema económico ecocéntrico.

Vinculadas a estas ideas, en Estados Unidos surgieron las empresas B o B corps, una plataforma global que aspira a cambiar el sistema económico mundial, nucleando y apoyando a empresas que redefinen el éxito en los negocios y en la sociedad utilizando la fuerza de los mercados para resolver problemas sociales y ambientales, y para lo cual cuentan con una certificación que garantiza el cumplimiento de dichos estándares. Empresas que no solo aspiran a ser las mejores del mundo, sino también “las mejores para el mundo”. Un muy buen ejemplo es Xinca, una fábrica de zapatillas a base de caucho reciclado y desechos textiles, en la que trabajan los reclusos de una prisión de la provincia argentina de Mendoza y miembros de ONGs. Xinca emplea a internos del penal San Felipe, que reciben capacitación y educación sobre la importancia del trabajo y la oportunidad de continuar con el oficio una vez finalizada su condena.

Sin lugar a duda, asistimos al nacimiento de un nuevo ADN empresarial, que propone un nuevo formato de negocios, superador del modelo tradicional que hasta ahora solo se limitaba a la búsqueda de lucro y creación de valor en el plano económico exclusivamente. Esta transformación se da, entre muchas otras cosas, a partir de la incorporación del Propósito a la Misión y Visión organizacional, y al desarrollo de una gestión integral basada en el paradigma de la sostenibilidad y la regeneración. Si logramos que las nuevas economías evolucionen hacia lo integral y lo holístico, es muy probable que en el mediano plazo podamos dejar atrás las clásicas divisiones que existen actualmente entre lo ambiental, lo social y lo económico, y de esa forma pasar de la “o”, conjunción que expresa diferencia, separación o alternativa, a la “y”, que une, integra, suma y agrega coexistencia.

A tal punto está avanzando en esta dirección el mundo de los negocios, que la organización empresarial Business Roundtable[5] –que reúne a los CEO de 181 de las mayores corporaciones de EEUU– ha expresado que la maximización de beneficios para el accionista ha dejado de ser la única misión de las empresas. Todo indica que estamos evolucionando de un capitalismo centrado en defender a ultranza los intereses de los accionistas (shareholders), a un capitalismo de stakeholders que también considera los intereses de todos los públicos que de alguna forma están directa o indirectamente vinculados con el accionar de la empresa: los stakeholders o partes interesadas.

El capitalismo de stakeholders no propone organizar los mercados o la propiedad privada de una forma diferente, sino que se refiere a un aspecto más micro: las relaciones de la empresa con su entorno, articuladas alrededor de sus stakeholders o partes interesadas. Clientes, consumidores, usuarios, proveedores, empleados, ejecutivos, accionistas, inversionistas, organizaciones sociales con las que la empresa establece alianzas estratégicas, entre otros, que se vinculan con la empresa y su accionar de manera interna, semi externa o externa, de forma directa o indirecta, y de quienes depende la renovación de la licencia social que la organización necesita para operar.

En la actualidad, el diálogo con los grupos de interés forma parte fundamental de la gestión de la responsabilidad social y sostenibilidad de cualquier organización. Nunca una empresa ha podido permitirse el lujo de ignorar los legítimos intereses de sus públicos. Lo que ocurre es que ahora, estos grupos de interés se han extendido hasta formar verdaderas comunidades de práctica y sistemas de influencia, que tienen cada vez más poder para influir en las organizaciones. Este poder se debe en parte al potencial de conexión que brindan las redes sociales y la capacidad de organización que las partes interesadas poseen alrededor de intereses comunes, y aumenta en la medida que disminuye el control que la empresa puede ejercer sobre ellas. Por eso son tan importantes los canales de diálogo y comunicación que la empresa pueda establecer con sus diferentes stakeholders, para desarrollar conversaciones con propósito.

Laurence Fink, uno de los principales inversores a nivel global, fundador y CEO de BlackRock, anunció que desde el año 2020, sus ejecutivos incorporaron un nuevo criterio de inversión, centrado en la selección de empresas que, además de apuntar a generar ganancias, también sirven a un propósito social. Cada vez resulta más evidente que la sustentabilidad es un nuevo paradigma que no solo vino para quedarse, sino que además se ha constituido en la principal variable de competitividad de cara al futuro. El ex presidente Bill Clinton es uno de los principales promotores de este modelo, que da nacimiento a las ya mencionadas organizaciones de nueva generación o de nuevo paradigma a nivel global: organizaciones que desde su nacimiento tienen incorporado en su propósito la misión de crear valor integral, sostenible y regenerativo. Otro de los grandes promotores del cambio del sector privado a nivel global, es el Príncipe de Gales, que promulgó Terra Carta, una iniciativa inspirada en la histórica Carta Magna, que sienta las bases de un plan de recuperación integral que coloca a la naturaleza, las personas y el planeta en el centro, y que propone aprovechar el poder precioso e irreemplazable de la naturaleza, combinado con la innovación transformadora del sector privado para la adopción de formas de producción amigables con el medio ambiente.

Estas empresas y las nuevas economías operan bajo las normas del comercio justo, que incorpora a los costos de producción el precio de las externalidades y el costo de regeneración del recurso, algo que hoy las cuentas contables y los balances de las empresas y organizaciones tradicionales no tienen en cuenta.

Así se puede hablar del consumo responsable y solidario, definido por la elección de los productos y servicios no solo en base a su calidad y precio, sino también por su impacto ambiental y social, y por la conducta de las organizaciones que los producen y comercializan. Conceptos que responden también a la premisa de “un peso, un voto”, practicada por el ciudadano global y que beneficia a aquellas empresas que adhieren a los principios de la Responsabilidad Social Empresaria y desarrollan las mejores prácticas.

Cuando hablamos de comercio justo y consumo responsable, no debemos enfocarnos solamente en el poder de compra de los ciudadanos y los consumidores particulares, sino también en el rol fundamental que podrían jugar los departamentos de compras tanto de los gobiernos, como de las organizaciones internacionales, las grandes empresas y las organizaciones de la sociedad civil. Por su escala, estas organizaciones podrían tener una influencia decisiva sobre su red de valor y sobre el mercado de productores y proveedores de servicios para que éstos incorporen a sus prácticas no solo los preceptos del comercio justo y el consumo responsable, sino también otras dimensiones de la sustentabilidad (tal es el caso del Proyecto Global sobre Compras Públicas Sostenibles y Eco-etiquetado SPPEL– del Programa de las Naciones Unidas PNUMA).

Las nuevas economías están dando espacio a las economías circulares, que por su propio diseño apuntan a la regeneración[6], al bajo carbono, la reducción, el reciclado y el reuso de materiales, así como al upcycling o "supra-reciclaje", que transforma un objeto sin uso o destinado a ser un residuo, en otro de igual o mayor utilidad y valor. De esta forma, buscan dar respuesta al flagelo de la obsolescencia programada, tal como ya está comenzando a hacer Europa, que acaba de reconocer el derecho a reparar, y por lo cual los fabricantes deberán comenzar a informar acerca de la vida útil de sus productos.

Un buen ejemplo de iniciativas vinculadas con estos temas es TriCiclos, desarrollada desde 2011 en Chile y con proyección a toda Latinoamérica, que propone recuperar materias primas a través de un sistema de clasificación de “la basura domiciliaria” en forma profesional y ecoeficiente. También se orientan a la gestión sostenible de la biodiversidad y los ecosistemas, su regeneración, los negocios inclusivos y la sostenibilidad política. En todo lo mencionado se basó el Instituto Ethos –una organización brasilera dedicada a las empresas y la Responsabilidad Social–, para armar su plataforma de economías inclusivas, verdes y responsables, con negocios que buscan la regeneración de la vida y de los ecosistemas naturales y culturales[7].

En su libro La Sociedad costo marginal cero, Jeremy Rifkin nos advierte que ya hemos ingresado en un nuevo sistema económico interdependiente y colaborativo a nivel global, que funciona más allá de los mercados. Este abordaje no está centrado en el concepto de la propiedad privada, sino en compartir el acceso a los bienes y servicios, y se acerca mucho al “trueque”, que fue la forma que tenía el comercio en la antigüedad. La economía colaborativa, potenciada por el boom de las comunicaciones móviles, propone un nuevo modelo económico basado en el intercambio entre particulares de bienes y servicios que permanecían ociosos o infrautilizados, a cambio de una compensación pactada entre las partes. El crecimiento exponencial de servicios como Uber (que conecta pasajeros con automóviles con conductores) y Airbnb (que conecta propietarios con gente que busca alojamiento) ha puesto en el centro de la escena un fenómeno que viene creciendo en todo el mundo y que hoy se conoce como la uberización de la economía, que inaugura el surgimiento de los precios dinámicos, diferenciados y personalizables.

Son millones las personas que están utilizando actualmente redes sociales y de distribución para compartir no solo el uso de automóviles, sino también casas, ropa, herramientas, juguetes y otros ítems, a un costo muy bajo, o a un costo marginal igual a cero. De acuerdo con el economista británico Paul Mason, este tipo de fenómenos anuncian que ya hemos ingresado en la era del poscapitalismo. Una iniciativa muy interesante que va en esta dirección es Fixit, un movimiento global de personas que están repensando la noción de consumo a partir de la promoción de la reparación de objetos, aparatos electrónicos y prendas de vestir. De esta forma, no solo se ahorran recursos, sino que también se reduce la huella de carbono que cada uno de nosotros generamos con nuestros consumos y accionar.

En la actualidad, ya existen las métricas que nos permiten medir nuestra huella ecológica personal, de tal forma que podamos llevar una vida en la que, a través de mecanismos de compensación, podamos reducir dicha huella a cero. En cuanto a la huella hídrica, es importante señalar que la agricultura –que ya ocupa un tercio de la superficie de la Tierra–, en nombre de la productividad,  engulle actualmente las tres cuartas parte del agua del planeta.

Respecto de la eco-eficiencia, se trata de un concepto que nació a partir de un concurso que se realizó durante la primera Cumbre de la Tierra en 1992, y que tiene que ver con lo ecológica y económicamente eficiente. Con impulsar la relación armónica entre las personas y la naturaleza, contribuyendo así a la protección de la diversidad y el manejo integrado de los bienes sociales. Desde su formulación, el concepto ha evolucionado y en la actualidad, en el mundo corporativo, ya se habla de innovación frugal, que es la habilidad para aumentar considerablemente la cantidad de negocios y el valor social, al mismo tiempo que se reduce significativamente el uso de recursos –que por definición siempre son escasos– y su impacto en el medio ambiente. Es un concepto que trasciende ampliamente lo que se conoce como “hacer más con menos” y es la nueva estrategia para esta era de austeridad, en la cual las empresas están siendo prácticamente obligadas a ser conscientes de sus costos y a considerar la importancia que tienen las cuestiones ecológicas y ambientales para sus clientes, consumidores, empleados y el gobierno, diseñando productos que, al mismo tiempo, sean sostenibles, de alta calidad, y se puedan pagar. Más que una estrategia, la innovación frugal es un nuevo enfoque flexible, que tiene en cuenta la escasez de los recursos y no lo toma como una debilidad, sino como un desafío para encontrar oportunidades de crecimiento.

Un buen ejemplo que avanza en esta dirección es la iniciativa que impulsó Douglas Tompkins en la provincia de Entre Ríos, con el objetivo de recuperar tierras a partir de la restauración del medio ambiente natural y el desarrollo de la economía eco-local. Según Tompkins, la revolución agroecológica se va a dar a partir de las innovaciones técnicas y no por el avance de la tecnología, y ese cambio es el que nos va a permitir enfrentar los problemas actuales y avanzar en la dirección que marcan las nuevas economías.

“La creación de riqueza económica se apoya en empresas globales, inventoras y disruptivas. Su condición refleja la capacidad para organizar la producción del nuevo tiempo: desde autos eléctricos computarizados hasta cohetes para el transporte privado espacial. Y se apoyan en inversores globales, con quienes se asocian, como Elon Musk, Jeff Bezos, Bill Gates, Mark Zuckerberg, Zhong Shanshan, Larry Page, Sergey Brin y Larry Ellison, todos exponentes de la nueva economía del conocimiento. Ellos y otros miles están consolidando, a través del proceso de capitalismo schumpeteriano, una nueva economía en la que el paradigma es el valor y no el costo, el principal motor productivo son los intangibles y no máquinas, la oferta de prestaciones importa más que la de productos, y el conocimiento genera más que dinero. La economía de hoy se basa en lo que Edvinsson y Sullivan llaman el capital intelectual: conocimiento organizado que se convierte en beneficio y que se encuentra formado por ideas, inventos, tecnologías, programas informáticos, gestión, diseños y procesos. Los nuevos empresarios no solo innovan en lo que generan, sino en cómo lo hacen. Trabajan sobre lo que John Kay llamó arquitecturas de vínculos: asociaciones creativas espontáneas, que forman ecosistemas complejos. La realidad ya no se ajusta a la división en las disciplinas a la que la sometimos hace años: economía, ciencia, tecnología, comunicaciones, contratos, administración de organizaciones, salud, sociología, política. Todas se vinculan en un todo”, sostiene Marcelo Elizondo.

En relación a estos nuevos enfoques de la economía, Joe Brewer, un especialista en cambio cultural, acuñó un nuevo término, “evonomics”, resultado de la unión de dos palabras: economía y evolución. Según Brewer, evonomics es el próximo paso en la evolución de la economía, una síntesis que reúne disciplinas tales como el comportamiento, la complejidad, la ecología, el medio ambiente y las ciencias de la evolución, con el fin de superar los mitos que nos presentan los modelos económicos con los que trabajamos en la actualidad y también para ayudarnos a comprender cómo realmente funciona la economía global.


[1] Un buen ejemplo de la pérdida del valor de marca es el caso de Facebook: en año 2018, el valor de su acción bajó más de un 40 % debido a los problemas que tuvo que enfrentar por una brutal crisis de reputación vinculada con el uso indebido de la información de sus usuarios por parte de Cambridge Analitics (Como decía el magnate de las finanzas Warren Buffett: “Pierde dinero de la empresa y seré comprensivo. Pierde una pizca de la reputación de la empresa, y seré implacable”). Es muy interesante ver la evolución que ha tenido el concepto de valor en el mundo de los negocios en las últimas décadas, y cómo este concepto ha ido mutando de los bienes tangibles hacia los bienes intangibles, que sin lugar a duda hoy constituyen los activos más importantes de una empresa. Pareciera ser que en el paradigma empresarial también se cumple aquella sentencia de Saint Exupery enunciada en su libro El Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”.

[2] Para poder distribuir riqueza económica primero hay que crearla. Por lo tanto, la capacidad de las personas para emprender y crear empresas es clave. Sin embargo, por cada empresa exitosa hay cientos o miles de emprendedores y empresarios que han fracasado y perdido todo su dinero intentando hacer lo mismo. Tomar la decisión de crear e invertir en una empresa es siempre una decisión que implica en sí misma un riesgo económico y un acto de fe importante, porque los resultados económicos positivos nunca están asegurados.

[3] Los bancos éticos o sostenibles son entidades financieras que captan fondos de ahorro e inversión, y conceden financiación a empresas y organizaciones que necesitan recursos para su actividad económica, en sectores que mejoran la calidad de vida de las personas y protegen el medio ambiente. La banca ética surge en los años 60 con el fin de promover un uso responsable y transparente del dinero. Para ello, invierte únicamente en iniciativas y empresas que aportan un valor agregado a la sociedad y el medio ambiente, y que además son viables económicamente.  

[4] La Economía Naranja encuentra un antecedente en la Economía Creativa, concepto desarrollado por John Howkins, autor del libro La economía creativa: transformar una idea en beneficios, que comprende los sectores en los que el valor de sus bienes y servicios se fundamenta en la propiedad intelectual: arquitectura, artes visuales y escénicas, artesanías, cine, diseño, editorial, investigación y desarrollo, juegos y juguetes, moda, música, publicidad, software, televisión, radio y videojuegos. Desde 2005 este sector representa el 6% de la economía global.

[5] La organización Business Roundtable reúne a los presidentes ejecutivos de 181 de las mayores corporaciones de Estados Unidos, desde Amazon hasta Xerox, pasando por las mayores empresas de comercio minorista (Walmart), tecnología (Apple), energía (Exxon Mobil), telecomunicaciones (AT&T), automóviles (Ford), finanzas (JP Morgan Chase), entre muchas otras. Se trata de compañías que cuentan con más de 15 millones de empleados y unos ingresos anuales superiores a los US$7 billones.

[6] Economía circular es un término genérico para una economía que, por su diseño, se convierte en regenerativa. El flujo de materiales se puede dividir en dos tipos: los materiales biológicos, diseñados para volver a integrarse con la biósfera, y los materiales tecnológicos, diseñados para recircular con una mínima pérdida de calidad, ingresando de esta forma en un ciclo regenerativo de una economía que, finalmente, es impulsada por energías renovables.

[7] La ciudadanía debe empoderarse tomando conocimiento de lo que le estamos haciendo al planeta, porque solo así podrá darse cuenta de que el actual modelo de desarrollo no funciona, y que para poder vivir en armonía con la naturaleza son necesarias soluciones estructurales. Existen sin embargo fuerzas poderosas, que no desean la transformación socioecológica. Debemos exigir derechos para una naturaleza que está siendo vilipendiada para proteger los intereses económicos de unos pocos. Presionar a gobiernos, partidos políticos, sindicatos y organizaciones sociales en favor de una economía ecológica, que contribuya al bienestar humano sin erosionar la base de la vida: la biodiversidad.

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