Poder como servicio (valor)

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El término "poder" proviene del latín posse, que significa “ser capaz de”. Esta raíz resalta una idea esencial: poder es capacidad, es decir, la posibilidad de hacer que algo suceda, de influir en decisiones o acciones, ya sea propias o ajenas.

Tradicionalmente, el poder ha sido concebido como la capacidad de imponer la propia voluntad, incluso contra la resistencia de otros, tal como lo definió Max Weber, uno de los padres de la sociología moderna. Desde esta perspectiva, se lo asocia al control, la coerción o la autoridad formal.

Sin embargo, el poder como servicio rompe con la idea de dominio vertical y propone una lógica horizontal, centrada en el otro y en el bien común.

El poder como servicio implica usar la capacidad de influir, no para beneficio propio, sino para el desarrollo de los demás. Quien lidera desde este enfoque entiende que su rol es facilitar, cuidar, construir y potenciar. No se trata de imponer, sino de acompañar. Es una forma ética, madura y regenerativa de ejercer la autoridad.

Parte de la premisa de que quien tiene poder tiene también una deuda con la comunidad: poner sus recursos, saberes y habilidades al servicio de algo más grande que sí mismo. Gobernar, dirigir o liderar se vuelve, así, una tarea de cuidado.

Fundamentos filosóficos y políticos

El poder como servicio se enmarca en una tradición filosófica que va desde Sócrates hasta Hannah Arendt, pasando por Jean-Jacques Rousseau, quien planteaba que el gobernante legítimo es aquel que se pone al servicio de la voluntad general.

En los sistemas democráticos, esta idea se plasma en el principio de representación: el poder es delegado por el pueblo para que sea ejercido en función del bienestar colectivo, no de intereses individuales o corporativos.

El poder en sí mismo no es bueno ni malo: su valor depende del propósito con que se lo ejerza. Entenderlo como un servicio permite resignificarlo. Liderar desde esta mirada es apostar a una sociedad más equitativa, más humana y más consciente. No se trata de quién manda, sino de para qué se manda. No se trata de acumular poder, sino de distribuir bienestar. En tiempos de crisis de legitimidad, recuperar el poder como servicio es una urgencia ética.

En la política, un liderazgo centrado en el servicio prioriza la escucha, el diálogo, la equidad y la transparencia. Los líderes que entienden su rol como servidores públicos toman decisiones orientadas al bien común, no al rédito personal.

En las organizaciones, el poder como servicio se traduce en liderazgo colaborativo. Los directivos que lo practican generan climas de confianza, empoderan a sus equipos, distribuyen responsabilidades y reconocen el talento.

En la comunidad, personas con influencia —ya sea por su rol social, económico o cultural— pueden ejercer un poder constructivo al generar redes de apoyo, visibilizar problemáticas o promover iniciativas de transformación social.

Beneficios del poder como servicio

  • El poder bien ejercido reduce tensiones, favorece el diálogo y genera cohesión social.
  • Al ponerse al servicio de otros, se potencia su desarrollo, se construye autonomía y se amplía el impacto.
  • Consolida la integridad y la transparencia en la gestión pública o privada.
  • Impulsa el cambio sostenible a través de transformaciones duraderas que nacen del compromiso colectivo, no de la imposición unilateral.
  • Humaniza la autoridad al recordar que el poder no es un privilegio, sino una responsabilidad.

Para mas información

  • Poder como servicio