Equidad intergénero

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Equidad Intergénero

Para la Secretaría de Desarrollo Integral de la UNAM, equidad de género significa que las mujeres y los varones gozan de condiciones iguales en el ejercicio pleno de sus derechos humanos, en su posibilidad de contribuir al desarrollo nacional político, económico social y cultural y de beneficiarse de sus resultados.

En este sentido, la equidad de género se encaminará principalmente a brindar oportunidades justas a mujeres y varones, pero a diferencia de la igualdad, serán atendiendo principalmente a la idea de que mujeres y varones son distintos, por lo que estas oportunidades serán de acuerdo a las características, contextos y necesidades específicas en donde se encuentren y que posean, desde los diversos ámbitos en los que interactúan, por ejemplo en el ámbito laboral, educativo, de la salud, el económico, cultural y social en general.

Hablar del tema equidad de género implica la participación de todas las personas en la práctica y como una forma de vida, más allá de la cuestión teórica, con el fin de poder impactar verdaderamente en la sociedad y propiciar pequeños cambios, pero significativos, que impliquen un compromiso que se vea reflejado día a día en la participación equitativa de varones y mujeres en todos los ámbitos de desarrollo personal y comunitario.

A continuación, se resumen algunos conceptos, argumentos y hallazgos para demostrar:

a) Que no existe desarrollo humano si las mujeres no participan en él de manera integral;

b) Que se requiere un compromiso político y una combinación de estrategias por parte de los gobiernos y de la sociedad civil para el logro de un desarrollo humano con equidad de género y

c) Que para hacer frente a los variados retos del contexto global es necesario un elevado compromiso político y el establecimiento de sólidas alianzas entre las organizaciones de los países industrializados y en vías de desarrollo, con los gobiernos.

El desarrollo humano y la equidad de género

En 1990, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó el primer informe sobre desarrollo humano, inaugurando un nuevo camino en la conceptualización de su medición –a través de un Índice de Desarrollo Humano– y de las políticas que se requieren para alcanzarlo. El informe es deudor, en buena medida, del trabajo de [Amartya Sen] (2000), cuyo "enfoque sobre las capacidades" humanas –definidas como los recursos y aptitudes que posibilitan a las personas llevar la vida que valoran y desean– sitúa la capacidad de acción humana (human agency) en el centro del desarrollo. Desde esta perspectiva, el desarrollo se considera como el proceso de expansión de las libertades reales de las que disfrutan las personas, hombres y mujeres.

Las mujeres y el desarrollo

En las décadas de 1950 y 1960, las políticas de desarrollo gravitaban sobre el objetivo del crecimiento económico, a través del ahorro y la acumulación de capital. A las mujeres se las percibía como beneficiarias pasivas del desarrollo. El objetivo era mejorar su bienestar y el de sus familias, convirtiéndolas en mejores madres.

En el decenio de los sesenta, se comenzó a cuestionar el modelo de crecimiento por sus limitados resultados y se abogó por otorgar mayor atención a las necesidades básicas de la población más vulnerable. Un influyente estudio de Ester Boserup (1970) realizó un análisis sobre los efectos del crecimiento económico, incidiendo en la división sexual del trabajo y subrayando las diferentes repercusiones del desarrollo sobre las mujeres y los hombres. Este cuestionamiento del paradigma de desarrollo dominante dio lugar a diversas propuestas, cuyo sustrato común era reclamar una mayor incorporación de las mujeres al proceso de desarrollo, venciendo la discriminación. Este planteamiento es conocido como enfoque MED (Mujeres en el Desarrollo)

Una primera propuesta, denominada “enfoque de la equidad”, reconocía el aporte de las mujeres al desarrollo y criticaba la subordinación de éstas en la familia y en el mercado, abogando por incrementar su autonomía económica y política y la igualdad de derechos. Por su carácter desafiante tuvo un escaso éxito entre gobiernos y agencias y dio lugar a un segundo planteamiento, de tono más bajo, denominado “enfoque anti-pobreza”, cuyo propósito era estimular la productividad de las mujeres de ingresos más bajos. La pobreza de las mujeres era vista como un problema del subdesarrollo y no de la subordinación, y por lo tanto no se había establecido el vínculo entre pobreza y desarrollo humano, que más adelante permitió ver otros tipos de pobreza: pobreza del tiempo, pobreza de oportunidades y de trabajo, pobreza de vínculos sociales, limitación de libertades políticas, privación estética, privación en la seguridad física, etcétera.

La década de 1980 fue el escenario de la crisis de la deuda y de las políticas de ajuste estructural. En este marco, surge el tercer enfoque MED, denominado “enfoque de la eficiencia”, todavía hoy vigente, que promueve la contribución económica de las mujeres en la medida en que favorece una mayor productividad y un desarrollo más eficiente. Se basa en un elástico concepto del tiempo de las mujeres, quienes ven en muchos casos incrementadas sus tareas con proyectos que tienen este enfoque.

El enfoque de género

Insatisfechas con estos planteamientos, a mediados de la década de los ochenta un grupo de feministas y organizaciones de mujeres articulan una nueva propuesta, denominada “enfoque de empoderamiento”, que aspira a generar una autoconciencia en las mujeres sobre sus propias capacidades, que les permita influir en la distribución del poder. El cuestionamiento de la visión de desarrollo imperante y la necesidad de crear una conciencia feminista colectiva son las bases de este planteamiento que tuvo, en un primer momento, una aceptación marginal pero que, sin embargo, se convertirá en la década siguiente en un elemento clave para el logro de la equidad de género.

A finales de los ochenta, se hace cada vez más evidente que la estrategia MED es insuficiente para terminar con la desigualdad de las mujeres respecto de los hombres. Por otro lado, la investigación teórica y empírica de las feministas en el campo de las ciencias sociales había dado lugar al desarrollo de un nuevo marco analítico centrado no en la mujer, sino en el género. El género alude al distinto significado social que tiene el hecho de ser mujer y hombre; es decir, es una definición específica cultural de la feminidad y la masculinidad que, por tanto, varía en el tiempo y en el espacio.

Este nuevo marco de análisis sitúa a las mujeres en contexto, permitiendo enfocarse en los procesos y relaciones que producen y refuerzan las desigualdades entre mujeres y hombres, haciendo visible la cuestión del poder que subyace en las relaciones de género. Este enfoque supone tener en cuenta cómo las relaciones de género son construidas socialmente; hombres y mujeres tienen asignados distintos roles en la sociedad, y estas diferencias de género vienen determinadas por factores ideológicos, históricos, religiosos, étnicos, económicos y culturales, generadores de desigualdad.

¿Igualdad o equidad?

La igualdad de género supone que los diferentes comportamientos, aspiraciones y necesidades de las mujeres y los hombres se consideren, valoren y promuevan de igual manera. Ello no significa que mujeres y hombres deban convertirse en iguales, sino que sus derechos, responsabilidades y oportunidades no dependan de si han nacido hombres o mujeres. Por eso se habla de igualdad de oportunidades, es decir, que mujeres y hombres tengan las mismas oportunidades en todas las situaciones y en todos los ámbitos de la sociedad, que sean libres para desarrollar sus capacidades personales y para tomar decisiones.

El medio para lograr la igualdad es la equidad de género, entendida como la justicia en el tratamiento a mujeres y hombres de acuerdo a sus respectivas necesidades. La equidad de género implica la posibilidad de utilizar procedimientos diferenciales para corregir desigualdades de partida; medidas no necesariamente iguales, pero conducentes a la igualdad en términos de derechos, beneficios, obligaciones y oportunidades. Estas medidas son conocidas como acciones positivas o afirmativas, pues facilitan a los grupos de personas considerados en desventaja en una sociedad, en este caso mujeres y niñas, el acceso a esas oportunidades. Unas oportunidades que pasan, de forma ineludible, por el acceso a una educación no sexista, a una salud integral, al empleo digno, a la planificación familiar, a una vida sin violencia y un largo etcétera.

Enfoque de género en el desarrollo humano sostenible

Este nuevo enfoque tuvo un reflejo en la agenda de desarrollo. En 1995, el Informe sobre Desarrollo Humano, dedicado a la condición de la mujer, señalaba que "sólo es posible hablar de verdadero desarrollo cuando todos los seres humanos, mujeres y hombres, tienen la posibilidad de disfrutar de los mismos derechos y opciones", e introducía dos nuevos índices: el Índice de Desarrollo relativo al Género (IDG), que ajusta el IDH en las disparidades de género, y el Índice de Potenciación de Género (IPG), que intenta evaluar el poder político y económico comparado de hombres y mujeres.

Ese mismo año se celebraba en Beijing la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, donde se manifestaba el compromiso de la comunidad internacional por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. El mensaje principal de la Conferencia fue que la igualdad de género significa la aceptación y la valoración por igual de las diferencias entre mujeres y hombres y los distintos papeles que juegan en la sociedad.

De modo que la igualdad de género deja de ser percibida como un asunto de mujeres para considerarse como un objetivo que afecta, de manera transversal, a todos y cada uno de los ámbitos del desarrollo. Es el enfoque conocido como Género en el Desarrollo (GED), que plantea la necesidad de definir, con la activa participación de las mujeres, un nuevo modelo que subvierta las actuales relaciones de poder basadas en la subordinación de las mujeres. Los documentos de la Conferencia, la Declaración y Plataforma para la Acción, explicitan dos estrategias básicas para lograrlo: el mainstreaming de género o la transversalidad del objetivo de la equidad de género en todos los procesos de toma de decisiones y en la ejecución de políticas y programas, y el empoderamiento de las mujeres, entendido como la autoafirmación de las capacidades de las mujeres para su participación, en condiciones de igualdad, en los procesos de toma de decisiones y en acceso al poder. A partir de 1995, las Naciones Unidas adoptaron ambas estrategias en sus acciones a favor de la igualdad de género.

La Plataforma para la Acción ha sido un documento de gran trascendencia para el avance de las mujeres y el logro de la igualdad de derechos y oportunidades que ha implicado, además de una ampliación del propio concepto de desarrollo humano. El enfoque de las capacidades, fundamento del paradigma del desarrollo humano, llama la atención sobre lo que las personas son capaces de hacer y ser con los recursos a su disposición. Por lo tanto, es un enfoque sensible a las diferencias interpersonales de necesidad, atendiendo a las distintas condiciones de partida de las personas.

Por su parte, la filósofa Martha Nussbaum (2000) desarrolla el enfoque de las capacidades señalando que el poder humano de elección y sociabilidad de las mujeres resulta malogrado en la mayoría de las sociedades, impidiéndoles el libre ejercicio de las capacidades humanas de las que son portadoras.

El hecho de que las mujeres, por su situación de desigualdad, no logren un nivel superior de capacidad es un problema de justicia social, cuya resolución se sitúa en el centro del proceso de desarrollo humano. El camino hacia una justicia entre los sexos, hacia la equidad de género, implica, según Nussbaum, no sólo promover una adecuada disposición interior en las mujeres para que se atrevan a ejercer plenamente sus capacidades (empoderamiento), sino también preparar el entorno material e institucional, a través de políticas económicas y sociales y de instituciones democráticas adecuadas que creen las condiciones para el pleno desarrollo del potencial de las mujeres.

En consonancia con lo anterior, el PNUD, a través principalmente de los informes de desarrollo humano, plantea el enfoque Género y Desarrollo Humano (GDH), que señala que hay que partir del hecho de que existen grandes disparidades entre las personas, pero la más generalizada y más universal es la que existe entre las mujeres y los hombres. Esa gran disparidad limita las oportunidades de desarrollo humano de unas y otras. No tener esto en cuenta implica faltar a la realidad al intentar describirla o analizarla y cometer errores graves a la hora de definir políticas y proyectos, pero sobre todo supone un freno considerable al desarrollo humano. En resumen, este enfoque apunta que la situación de desarrollo humano afecta a la equidad de género y la equidad de género impacta en la situación de desarrollo humano. Por lo tanto, la equidad de género es un aspecto integral e individual del desarrollo humano.

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Autores: Carlos March, director de InnContext-Innovando Contextos. Fundación Avina. Mora Straschnoy, socióloga. Master en Políticas Sociales.

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