Afectividad

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Definición RAE

1. Cualidad de afectivo.

2. Conjunto de sentimientos, emociones y pasiones de una persona.

3. Tendencia a la reacción emotiva o sentimental.

4. Psicol. Desarrollo de la propensión a querer.

La afectividad es un universo emotivo formado por un sistema complejo de sentimientos, emociones, pasiones, motivaciones, ilusiones y deseos.

Aparece en todas las interacciones humanas y es un factor que puede favorecer el encuentro o, por el contrario, provocar un distanciamiento.

Se manifiesta en el exterior a través de conductas y comportamientos, y se vincula con la capacidad de relacionarse con los otros.

Desde la mirada integral del ser humano, no se puede olvidar la dimensión espiritual que tiene también la afectividad, que apunta a relacionarse en comunión de amor y con los valores trascendentales.  Por eso trabajar en la afectividad resulta clave para la armonía en la sociedad.

El término afectivo, en tanto, alude a lo vinculado al afecto (una pasión del ánimo, sobre todo el cariño o el amor).

El Diccionario de la lengua española observa una cuarta acepción, en psicología, como «desarrollo de la propensión a querer». Los sentimientos, sensaciones y emociones que puede experimentar un sujeto, así como las variaciones de su estado de ánimo, son el efecto de una confrontación entre el entorno percibido y la experiencia. Hoy en día se conoce mucho mejor el papel de los afectos en el pensamiento y el juicio, así como en la motivación o la voluntad.

Beneficios de la afectividad

-      Permite forjar vínculos interpersonales saludables.

-      Resulta imprescindible para tener una autoestima positiva

-      Favorece el encuentro con los otros y relacionarnos en comunión de amor y armonía.

-      Permite resolver eventuales problemas afectivos y favorece nuestro crecimiento personal.

-      Favorece la adaptación e integración al entorno

-      Nos ayuda a reaccionar de forma eficaz ante diferentes situaciones y desafíos

Filosofía

En el campo de la filosofía, en las Categorías Aristóteles definió las cualidades sensibles como afectivas, ya que cada una de ellas desarrolla un afecto de los sentidos.​ Además, en De Anima recordaba que entre los fines de su investigación estaban ciertamente las afectividades, primero porque le parecían propios del alma, y segundo porque era necesario enumerar los que tenían en común con los animales.

Más tarde los estoicos evaluaron la afectividad (y los afectos) negativamente, como elementos irracionales y amenazantes para el aspecto racional del alma. A pesar de esto, Agustín de Hipona y luego los escolásticos adoptaron la visión aristotélica de la neutralidad de los afectos y por lo tanto, desde un punto de vista moral, los juzgaron como buenos o malos según la influencia moderadora de la razón sobre ellos.

Según Baruch de Spinoza, las afecciones fundamentales son tres: Alegría, tristeza, deseo.

Trató de que esas partes fueran puramente corporales, de que estuvieran al nivel del apetito, es decir, no acompañadas por la conciencia. Las emociones, estrictamente hablando, suponen una idea del objeto; el amor, por ejemplo, es un modo de la conciencia que incluye una idea del objeto amado.

Immanuel Kant distinguió entre los elementos sensibles y los de la potencia cognitiva intelectual y en la Crítica de la Razón Pura afirmó que «todas las intuiciones, en cuanto sensibles, se basan en afecciones, mientras que los conceptos lo hacen en funciones».

Educación de la afectividad

Numerosos pensadores sostienen que la afectividad debe educarse y que este proceso tiene que ponerse en marcha durante la niñez. El aprendizaje va mucho más allá de la capacidad intelectual: el modo de reaccionar o responder a los estímulos es tan importante como el intelecto. La educación de la afectividad apunta a que el niño esté en condiciones de controlar y gestionar sus emociones, adaptándose a sí mismo y al entorno de manera tal que se sienta feliz. El objetivo es que los chicos, frente a diferentes situaciones y desafíos, puedan reaccionar de forma eficaz. Todo esto ayuda a la integración del pequeño a la comunidad y le permite forjar vínculos interpersonales saludables.

Evolución con el desarrollo

Para la psicología, la afectividad empieza a construirse con el nacimiento y se encuentra en pleno desarrollo hasta alcanzar la madurez. En este recorrido, los afectos se van estructurando. En la primera infancia, los afectos se suelen orientar a los padres. De a poco, el niño adquiere la capacidad de dirigir la afectividad a otros familiares y luego a figuras externas, lo que supone que gana autonomía en cuanto a sus sentimientos. Que la afectividad se desarrolle correctamente es imprescindible para tener una autoestima positiva. De hecho, llegada la madurez, la afectividad permite resolver eventuales problemas afectivos y traumas que, en su momento, dificultaron el crecimiento integral.