Protección y valoración de la biodiversidad

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La biodiversidad o diversidad biológica es, según el Convenio Internacional sobre la Diversidad Biológica, el término por el que se hace referencia a la amplia variedad de seres vivos sobre la Tierra y lo que sucede con los patrones naturales que la conforman, resultado de miles de millones de años de evolución según procesos naturales y también de la influencia creciente de las actividades del ser humano. La biodiversidad comprende igualmente la variedad de ecosistemas y las diferencias genéticas dentro de cada especie (diversidad genética) que permiten la combinación de múltiples formas de vida, y cuyas mutuas interacciones con el resto del entorno fundamentan el sustento de la vida sobre el mundo.

Muchos ámbitos que ahora parecen "naturales" llevan la marca de milenios de habitación humana, cultivo de plantas y recolección de recursos. La biodiversidad fue modelada, además, por la domesticación e hibridación de variedades locales de cultivos y animales de cría, y puede dividirse en tres categorías jerarquizadas: los genes, las especies, y los ecosistemas, que describen muy diferentes aspectos de los sistemas vivientes y que los científicos miden de diferentes maneras.

Diversidad genética

Por diversidad genética se entiende la variación de los genes dentro de especies. Esto abarca poblaciones determinadas de las mismas especies (como miles de variedades tradicionales de arroz de la India) o la variación genética de una población (que es muy elevada entre los rinocerontes de la India, por ejemplo, y muy escasa entre los chitas). Hasta hace poco, las medidas de la diversidad genética se aplicaban principalmente a las especies y poblaciones domesticadas conservadas en zoológicos o jardines botánicos, pero las técnicas se aplican cada vez más a las especies silvestres.

Diversidad de especies

Por diversidad de especies se entiende la variedad de especies existentes en una región. Esa diversidad puede medirse de muchas maneras, y los científicos no se han puesto de acuerdo sobre cuál es el mejor método. El número de especies de una región –su "riqueza" en especies– es una medida que a menudo se utiliza, pero una medida más precisa, la "diversidad taxonómica" tiene en cuenta la estrecha relación existente entre unas especies y otras.

Por ejemplo: una isla en la que hay dos especies de pájaros y una especie de lagartos tiene mayor diversidad taxonómica que una isla en la que hay tres especies de pájaros, pero ninguna de lagartos. Por lo tanto, aun cuando haya más especies de escarabajos terrestres que de todas las otras especies combinadas, ellos no influyen sobre la diversidad de las especies, porque están relacionados muy estrechamente. Análogamente, es mucho mayor el número de las especies que viven en tierra que las que viven en el mar, pero las especies terrestres están más estrechamente vinculadas entre sí que las especies oceánicas, por lo cual la diversidad es mayor en los ecosistemas marítimos que lo que sugeriría una cuenta estricta de las especies.

Diversidad de los ecosistemas

La diversidad de los ecosistemas es más difícil de medir que la de las especies o la diversidad genética, porque las "fronteras" de las comunidades –es decir, las asociaciones de especies y de los ecosistemas– no están bien definidas. No obstante, en la medida en que se utilice un conjunto de criterios coherente para definir las comunidades y los ecosistemas, podrá medirse su número y distribución. Hasta ahora, esos métodos se han aplicado principalmente a nivel nacional y subnacional, pero se han elaborado algunas clasificaciones globales groseras.

Diversidad cultural

También la diversidad cultural debe considerarse como parte de la biodiversidad. Porque al igual que la diversidad genética o de especies, algunos atributos de las culturas humanas (por ejemplo, el nomadismo o la rotación de los cultivos) representan "soluciones" a los problemas de la supervivencia en determinados ambientes.

Además, así como otros aspectos de la biodiversidad, la diversidad cultural ayuda a las personas a adaptarse a la variación del entorno.

Protección de la biodiversidad y de los ecosistemas

Actualmente, los ecosistemas experimentan profundas transformaciones debidas a cambios en los usos del suelo y al cambio climático. Esta crisis se da tanto a nivel global como a escala local, manifestándose en la pérdida de recursos naturales, biodiversidad y capacidad de los ecosistemas de proveer servicios a la sociedad humana.

Las amenazas actuales a la diversidad biológica no tiene precedentes: nunca en la historia de la vida tantas especies habían estado amenazadas de extinción en un plazo de tiempo tan corto. La necesidad de gestión y conservación de la diversidad biológica es cada vez más urgente.

La protección de la biodiversidad y de los ecosistemas se ocupa de identificar e interpretar la diversidad biológica, de entender los efectos de las actividades humanas sobre las mismas, y de desarrollar métodos interdisciplinarios prácticos de gestión, protección y recuperación de la diversidad biológica, así como el manejo de nuevas problemáticas relacionadas con la expansión de organismos perjudiciales.

Esto supone la gestión de los recursos naturales biológicos, la conservación y gestión de la fauna y flora, el control biológico de plagas o la biología pesquera, entre de otros. La aplicación del estudio científico de la diversidad en la gestión ambiental, así como la viabilidad de los compromisos de los Estados en la conservación y gestión de sus recursos naturales, resultan ineludibles.

Las personas que gestionan los ecosistemas pueden asimismo aprovechar, mejorar y gestionar los servicios ecosistémicos esenciales que proporciona la biodiversidad en favor de la producción sostenible. Ello se puede lograr mediante la aplicación de buenas prácticas que respeten enfoques basados en el ecosistema y que estén diseñadas para mejorar la sostenibilidad de los sistemas de producción.

Ecosistemas

Hacia 1950, los ecólogos elaboraron la noción científica de ecosistema, definiéndolo como la unidad de estudio de la ecología. De acuerdo con tal definición, el ecosistema es una unidad delimitada espacial y temporalmente, integrada, por un lado, por los organismos vivos y el medio en que éstos se desarrollan, y por otro, por las interacciones de los organismos entre sí y con el medio.

En otras palabras, el ecosistema es una unidad formada por factores bióticos (o integrantes vivos como los vegetales y los animales) y abióticos (componentes que carecen de vida, como, por ejemplo, los minerales y el agua), en la que existen interacciones vitales, fluye la energía y circula la materia.

Un ejemplo de ecosistema en el que pueden verse claramente los elementos comprendidos en la definición es la selva tropical. Allí coinciden millares de especies vegetales, animales y microbianas que habitan el aire y el suelo. Además, se producen millones de interacciones entre los organismos, y entre éstos y el medio físico.

La cadena alimentaria

En el funcionamiento de los ecosistemas no ocurre desperdicio alguno: todos los organismos, muertos o vivos, son fuente potencial de alimento para otros seres. Un insecto se alimenta de una hoja; un ave come al insecto y es a la vez devorada por un ave rapaz. Al morir, estos organismos son consumidos por los descomponedores que los transformarán en sustancias inorgánicas.

Estas relaciones entre los distintos individuos de un ecosistema constituyen la cadena alimentaria y es válida tanto para los ambientes terrestres como para los acuáticos. En ambos se encuentran productores y consumidores. Sin embargo, los ecosistemas terrestres poseen mayor diversidad biológica que los acuáticos. Precisamente por esa riqueza biológica, y por su mayor variabilidad, los ecosistemas terrestres ofrecen más cantidad de hábitats distintos y más nichos ecológicos.

La extensión de un ecosistema es siempre relativa: no constituye una unidad funcional indivisible y única, sino que es posible subdividirla en infinidad de unidades de menor tamaño. Por ejemplo, el ecosistema selva abarca, a su vez, otros ecosistemas más específicos como el que constituyen las copas de los árboles o un tronco caído.

La sucesión ecológica

La sucesión ecológica es el reemplazo de algunos elementos del ecosistema por otros en el transcurso del tiempo. Así, una determinada área es colonizada por especies vegetales cada vez más complejas. Si el medio lo permite, la aparición de musgos y líquenes es sucedida por pastos, luego por arbustos y finalmente por árboles. El estado de equilibrio alcanzado una vez que se ha completado la evolución, se denomina clímax. En él, las modificaciones se dan entre los integrantes de una misma especie: por ejemplo, los árboles nuevos reemplazan a los viejos.

Hay dos tipos de sucesiones: primaria y secundaria. La primera ocurre cuando se parte de un terreno en donde nunca hubo vida. Este tipo de proceso puede durar miles de años. La sucesión secundaria es la que se registra luego de un disturbio, por ejemplo, un incendio. En este caso, el ambiente contiene nutrientes y residuos orgánicos que facilitan el crecimiento de los vegetales.

Jerarquía

Al concepto de ecosistema se puede llegar con una aproximación analítica, descomponiendo la realidad más extensa de la que forma parte, o sintética, considerando la integración de las partes por las que está constituido. Para la aproximación sintética partimos de que la existencia de los organismos no puede comprenderse de forma aislada, sino sólo por sus relaciones con los otros organismos, de la misma y de distinta especie, y por su adaptación al medio físico circundante. El ecosistema es así el sistema integrado formado por la asociación de los organismos.

Para la aproximación analítica partimos de la biósfera, de la que observamos que es heterogénea, pero que a la vez dentro de ella son reconocibles partes más o menos homogéneas a las que llamamos ecosistemas.

Si no nos detenemos y continuamos con el análisis, descubrimos que, dentro de un ecosistema, por ejemplo, un bosque, es posible reconocer a su vez partes internas con un grado añadido de homogeneidad e integración interna, por ejemplo, el suelo o un tronco muerto. Es decir, encontramos ecosistemas dentro de los ecosistemas. Con el mismo razonamiento, pero en dirección contraria llegamos a la noción de que la biósfera entera es un ecosistema.

Clasificación de ecosistemas

Hay muchas formas de clasificar ecosistemas y el propio término se ha utilizado en contextos distintos. Pueden describirse como ecosistemas zonas tan reducidas como los charcos de marea de las rocas y tan extensas como un bosque completo, pero, en general, no es posible determinar con exactitud dónde termina un ecosistema y empieza otro. La idea de ecosistemas claramente separables es, por tanto, artificiosa.

Ecotono

El ecotono, del griego eco (oikos o casa) y tono, (tonos o tensión), es un lugar donde los componentes ecológicos están en tensión. Es la zona de transición entre dos o más comunidades ecológicas (biocenosis) distintas.

Generalmente, en cada ecotono viven especies de fauna y flora propias de ambas comunidades, pero también pueden encontrarse organismos particulares, ajenos a ambas. A veces la ruptura entre dos comunidades constituye un límite bien definido, denominado borde; en otros casos hay una zona intermedia con un cambio gradual de un ecosistema al siguiente.

A menudo, tanto el número de especies como la densidad de población de algunas de las especies es mayor en el ecotono que en las comunidades que lo bordean debido a un efecto de borde, basado en el empalme de algunas poblaciones en una misma zona por el aprovechamiento de nichos ecológicos compartidos en dos comunidades con estructuras muy diferentes.

Desde el punto de vista sistémico, es en el ecotono donde se produce el mayor intercambio de energía. Así, el ecotono representa la zona de máxima interacción entre ecosistemas limítrofes. Es por este motivo que estos límites suelen considerarse como zonas de mayor riqueza e interés biológico.

Valoración de la biodiversidad

La Cumbre de la Tierra celebrada por la Organización de las Naciones Unidas en Río de Janeiro en 1992 reconoció la necesidad mundial de conciliar la preservación futura de la biodiversidad con el progreso humano según criterios de sostenibilidad o sustentabilidad promulgados en el Convenio internacional sobre la Diversidad Biológica que fue aprobado en Nairobi el 22 de mayo de 1994, fecha posteriormente declarada por la Asamblea General de la ONU como Día Internacional de la Biodiversidad. Con esta misma intención, el año 2010 fue declarado Año Internacional de la Diversidad Biológica, coincidiendo con la fecha del Objetivo Biodiversidad 2010.

El Convenio sobre la Diversidad Biológica, establece que "la conservación de la diversidad biológica es interés común de toda la humanidad". No obstante, a nivel mundial, regional y local se manifiesta constantemente preocupación por su considerable reducción, como consecuencia de determinadas actividades humanas, programas de estabilización y reformas económicas implementadas, sumado a la falta de información y conocimiento sobre la biodiversidad.

Es importante conocer y resaltar los valores de la biodiversidad, como estrategia inmediata para la toma de decisiones concernientes a la planificación y desarrollo, dado que la mayoría de estas decisiones se basan en consideraciones de índole económica, determinada por las fuerzas que intervienen en el sistema de libre mercado.

El valor económico, junto al ecológico y al científico, son los pilares fundamentales para lograr una utilización sostenible de la biodiversidad. Es importante destacar que la valoración económica representa uno de los factores que intervienen en el proceso decisorio, juntamente con otras importantes consideraciones políticas, sociales y culturales.

Importancia de la biodiversidad

Durante los últimos años la preocupación mundial por la explotación racional de los recursos naturales y ambientales se ha incrementado considerablemente; sin embargo, los programas de estabilización y reformas económicas implementadas han tenido, y siguen teniendo, consecuencias negativas sobre la biodiversidad y los recursos biológicos. Ello implica que, aunque el concepto de desarrollo sostenible esté en boga en todos los ambientes políticos, académicos y científicos, aún no se ha internalizado en términos prácticos su verdadero significado.

La diversidad biológica es un estabilizador ecológico dentro del contexto de desarrollo sostenible, porque mientras mayor sea la diversidad del ecosistema, las especies y los genes, los sistemas biológicos tendrán mayor capacidad de mantener la integridad de sus relaciones básicas (resiliencia). Esta capacidad de los sistemas biológicos asegura la permanencia de los mismos a través del tiempo. En este sentido, la conservación de la biodiversidad puede ser considerada como un elemento esencial de cualquier propuesta de desarrollo sostenible.

La biodiversidad es importante tanto desde el punto de vista ecológico, ya que los ecosistemas mantienen el equilibrio de funciones vitales para la vida de las especies, incluyendo al ser humano, como desde el punto de vista socioeconómico, por el sostén que brinda en términos de materias primas para procesos de producción o bienes para el consumo y servicios ambientales.

Muchos autores consideran funciones ambientales y servicios ambientales como términos equivalentes. En realidad no existe una definición y clasificación única y acabada sobre los servicios ambientales. Algunos autores diferencian entre servicios ambientales, funciones ambientales y bienes ambientales. Definen bien ambiental como producto de la naturaleza directamente aprovechado por el ser humano, funciones ambientales o ecológicas como los posibles usos de la naturaleza por los humanos, y servicios ambientales como las posibilidades o el potencial a ser utilizados por los humanos para su propio bienestar. Otros autores consideran que los ecosistemas proveen solamente funciones reguladoras, productivas, portadoras e informativas. Lo importante es entender como la sociedad percibe los usos de los flujos de servicios ambientales que provienen de un ecosistema de sus especies y de su material genético.

Los recursos de la biodiversidad constituyen un potencial enorme para el desarrollo sustentable futuro en base a nuevas alternativas de uso, especialmente en lo referente a los recursos genéticos, las plantas medicinales para la obtención de nuevos fármacos y los microorganismos, el ecoturismo, la agricultura en base a las especies nativas, la cría de animales para diversos fines y el manejo forestal, entre otros.

Valoración económica

La valoración económica del medioambiente consiste en darle un valor monetario a bienes y servicios ambientales que no son transados en los mercados y por tanto no tienen precio explícito.

La noción de valoración económica de la biodiversidad solo es capaz de reconocer aquellos valores asociados a una posición ética denominada “subjetivismo antropocéntrico”, demostrando que los valores económicos no se encuentran en la diversidad biológica ni en los entes biológicos que la determinan, sino que son generadas por las personas que la valoran, y definiendo el valor económico de un recurso natural como la sumatoria de los montos que están dispuestos a pagar todos los individuos involucrados en el uso o manejo de dicho recurso.

La disposición a pagar refleja las preferencias individuales por el bien en cuestión, siendo la valoración económica de un recurso natural o ambiental la medida monetaria de las preferencias de los individuos.

Cabe aclarar que lo que se valora no es el medio ambiente o la vida en sí, sino las preferencias de las personas por cambios en el estado del medio ambiente o por cambio en los niveles de riesgo para sus vidas (o la de otros seres humanos). En este sentido, la valoración económica es antropomórfica y está influenciada por la cultura del grupo poblacional al cual se le pregunta sus preferencias.

Es, por lo tanto, una valoración para las generaciones actuales, más que para las generaciones futuras. Aceptar que sean los consumidores los que determinen, en definitiva, la estructura productiva y distributiva de la sociedad, supone aceptar como bueno el principio de la soberanía del consumidor y el sistema de democracia del mercado.

La valoración económica se refiere fundamentalmente a determinar una curva de demanda para los bienes y servicios de los ecosistemas; es decir, el valor que las personas le asignan a los recursos biológicos, expresado en términos monetarios.

El valor intrínseco de la diversidad biológica, no puede ser reducido a una unidad monetaria. Este supuesto es argumentado por los científicos de la economía ecológica, quienes descalifican la valoración económica como un problema metodológico.

El objetivo principal de la valoración económica es indicar la eficiencia económica general de los usos alternativos de la biodiversidad, sin considerar los aspectos relacionados con la equidad de las decisiones. Los conocimientos científicos actuales acerca de los sistemas ecológicos no proveen la información necesaria para realizar una evaluación económica exhaustiva. Por último, la valoración económica de la biodiversidad está íntimamente ligada a beneficiar las condiciones humanas, sin importar el impacto sobre el resto de los seres vivos.

En resumen, la valoración monetaria de la biodiversidad tiene limitaciones, y son necesarios muchos supuestos que la hacen muy criticable en los casos en que se intenta hacerla. Es desaconsejable para la gestión ambiental. La tentación de poner precio para que el mercado dirija la gestión es un riesgo que hay que tener presente. Desde una perspectiva más ecológica, la conservación de la biodiversidad debe responder a criterios morales más que a consideraciones de eficiencia económica.

Los valores económicos asociados a la protección de la biodiversidad son diversos y de distintos tipos. El valor económico total (VET) permite, conceptualmente, agrupar la totalidad de los diferentes valores económicos de la diversidad biológica, distinguiendo las distintas maneras en que éstos benefician al ser humano.

El VET pone de manifiesto que la biodiversidad ofrece una gran variedad de bienes y servicios, tanto bienes tangibles básicos para la subsistencia tales como comida y plantas medicinales, como servicios ecosistémicos o ambientales que apoyan la totalidad de las actividades humanas.

En términos simples, el VET de la biodiversidad está formado por los valores de uso y valores de no uso. Los valores de uso están asociados a la satisfacción de preferencias y necesidades derivadas del uso de recursos biológicos, los cuáles a su vez se dividen en valores de uso directo, valores de uso indirecto y valores de uso de opción o valor potencial. Los valores de uso directo, a su vez, son subdivididos en valor de uso directo extractivo y valor de uso directo no extractivo.

Son valores de uso directo, en cuanto reportan beneficios a los seres humanos, a través de productos o servicios. Es el valor más obvio, pero no siempre es posible medirlo en términos económicos. Por ejemplo, en el caso de un bosque se puede evaluar el valor directo de la madera mediante los precios vigentes en el mercado. Sin embargo, en el caso de las plantas medicinales, ¿cómo se podría evaluar el valor directo por el valor de las vidas salvadas?

Los valores de uso directo extractivo, son aquellos usados como materia prima y bienes de consumo tales como producción de madera, leña y forraje, producción de peces, gomas, cultivos, nueces, frutas, cosechas, agricultura de subsistencia, cacería y pesca.

Los valores de uso directo no extractivo son aquellos percibidos por los individuos tales como actividades recreativas (ecoturismo, pesca deportiva y otras actividades de recreación), actividades culturales y religiosas, estética, artística, educacional, espiritual y valores científicos.

Los valores de uso indirecto de la biodiversidad corresponden principalmente a las funciones ecológicas o ecosistémicas, tal como lo plantean la mayoría de los autores. Estas funciones ecológicas cumplen un rol regulador o de apoyo a las actividades económicas que se asocian al respectivo recurso. Generalmente benefician a la sociedad entera más que a un grupo limitado de personas, y su valor económico reside en que sustentan gran parte de los recursos biológicos asociados a los valores de uso directo, permiten la actividad económica e incrementan el bienestar de las personas. Las contribuciones económicas de estas funciones no son transadas en los mercados y, en general, son ignoradas en los procesos de gestión de los sistemas biológicos.

Respecto al valor de no uso, éste no implica interacciones hombre-medio y se asocia al valor intrínseco del recurso biológico.

La economía ambiental

La economía ambiental está focalizada en la valoración monetaria de los beneficios y costos ambientales. Los supuestos de los que parte la economía neoclásica, plantean serios problemas. Como lo señalan algunos autores, el principal problema es que los bienes y servicios ambientales tienen frecuentemente un valor de uso, pero no de mercado.

En este sentido, el debate en torno a la valoración monetaria del medio ambiente se presenta en diferentes ámbitos del análisis económico. La economía ambiental y de los recursos naturales estudia dos cuestiones principales: el problema de las externalidades ambientales y la asignación intergeneracional óptima de los recursos agotables.

La economía ecológica

Ésta es considerada como una crítica ecológica a la economía convencional. Se trata de un nuevo enfoque sobre las interrelaciones dinámicas entre los sistemas económicos y el total del conjunto de los sistemas físico y social. Hace de la discusión de la equidad, la distribución, la ética y los procesos culturales un elemento central para la comprensión del problema de la sustentabilidad. Es por lo tanto una visión sistémica y transdiciplinaria que trasciende el actual paradigma económico.

La economía ecológica propone un sistema económico eco-integrador que modifique los objetivos de la producción, el modelo de consumo, la orientación del cambio tecnológico y de las relaciones entre naciones subdesarrolladas e industrializadas. Esta disciplina es crítica de la economía ambiental en cuanto al sistema económico, la concepción de bienes, el mecanismo de interiorizar las externalidades y al mecanismo de mercado en la gestión ambiental.

La economía ecológica se articula sobre tres nociones biofísicas fundamentales:

• La ley de la conservación de la energía en un sistema cerrado, donde la energía mecánica, química, térmica, eléctrica o potencial es constante; la materia y la energía no se crean ni se destruyen, solo se transforman.

• La ley de la entropía, que dice que la materia y la energía se degradan continua e irrevocablemente desde una forma ordenada a una forma desordenada, es decir, desde una forma disponible a otra forma no disponible, independientemente de que sea utilizada o no.

• La imposibilidad de generar más residuos de los que puede tolerar la capacidad de asimilación de los ecosistemas, so pena de destrucción de los mismos y de la vida humana.

La economía ecológica supone una visión sistémica y transdiciplinaria, que trasciende la perspectiva del paradigma económico predominante en la actualidad. Reconoce que la racionalidad económica y la racionalidad ecológica no son suficientes por si solas para alcanzar decisiones correctas acerca de los problemas ecológicos y/o económicos.

Comparación entre los enfoques

Los enfoques de la economía ambiental y de la economía ecológica difieren en el análisis que respectivamente hacen del concepto de desarrollo sostenible.

La economía ambiental parte del supuesto de que las preferencias individuales se pueden sumar para obtener las preferencias de la sociedad en su conjunto. Esto implica aceptar el principio de la soberanía del consumidor y el sistema de democracia del mercado. En todo caso, lo que se valora son las preferencias de las generaciones presentes y no una medida exacta del valor del recurso. Además, es casi imposible conocer las preferencias de las generaciones futuras.

Por otra parte, la posibilidad de sumar los diferentes valores se ve restringida por la dificultad de reducir los mismos a una unidad de medida común. Es casi imposible asignar valor monetario a bienes y servicios intangibles tales como el valor de existencia, de legado y a los valores ecosistémicos.

Para poder calcular o tratar de calcular los valores de los bienes o servicios que provee la biodiversidad, estos métodos de la economía ambiental aplican una reducción del universo con una visión unidimensional, lo que implica que muchos bienes y servicios ecosistémicos quedan fuera del análisis, tratando de adaptar la realidad a lo restringido de la metodología.

Elegir una alta tasa de interés de mercado implica que la tasa de descuento correspondiente refleja una mayor importancia del consumo presente, lo que representa mayor extracción de recursos naturales, si es que no lleva a su destrucción. Esta es una prueba clara de que la valoración económica va por un lado y el funcionamiento de los ecosistemas por otro.

La economía ecológica, por su parte, sustituye las preferencias individuales por un estándar de aceptación general. Propone la utilización de medidas físicas en el entendido de que es imposible traducir ciertos servicios ambientales únicamente en medidas monetarias. Sugiere un enfoque sistémico que permite captar la complejidad de los sistemas que abarca y de las interrelaciones existentes entre ellos. Trata de adaptar la metodología a lo complejo de la realidad. Propone un modelo ecointegrador que modifique los objetivos de la producción, el modelo de consumo, la orientación del cambio tecnológico y de las relaciones entre naciones subdesarrolladas e industrializadas.

La economía ecológica se basa en principios éticos y sociales que sobrepasan el ámbito puramente económico. Sugiere una tasa de descuento igual a cero, lo que implica igual importancia en el presente y el futuro para los recursos de la biodiversidad.

Lo que subyace y diferencia los enfoques ambiental y ecológico es el sistema de valores o la ética de donde parten los mismos. Frente a la idea de un beneficio financiero a corto plazo está la idea de lo sostenible, del mantenimiento de la vida en forma indefinida.

Es posible decir que la crisis ecológica ambiental es un componente destacado de la crisis global de nuestra civilización industrial, por lo que no se puede estudiar separadamente del contexto general. Por eso urge lograr una mejor gestión política, ampliar la legislación en materia medio ambiental, potenciar una educación de respeto al medio ambiente y a las generaciones futuras, y desde el terreno de la filosofía práctica, diseñar una ética capaz de enfrentarse a estos nuevos retos.