Prosperidad sin crecimiento

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PROSPERIDAD SIN CRECIMIENTO

ECONOMÍA PARA UN PLANETA FINITO

Tim Jackson

El origen de este excelente libro, editado en inglés el 2009 y ahora traducido por Icaria, es un informe escrito por el autor cuando dirigía la Comisión para el Desarrollo Sostenible dependiente del gobierno británico. En el prólogo a la edición española el autor recuerda –como hizo también en la multitudinaria presentación del libro que tuvo lugar en Barcelona- que el informe fue presentado la misma semana de abril de 2009 en la que el entonces primer ministro Gordon Brown había convocado a los líderes del G-20 en Londres para tratar sobre la “reactivación” del crecimiento económico. En tal contexto un informe que se titulaba Prosperity without growth? era obviamente muy inoportuno para los líderes políticos pero, en cambio, el informe y el libro a que ha dado lugar son tremendamente oportunos para todos aquellos que buscan nuevos caminos frente a los que –sea a través de la austeridad o del keynesianismo- tienen como única perspectiva crear las condiciones para salir de la crisis mediante la vuelta al business as usual del crecimiento del consumo y de la economía.

El libro, escrito básicamente pensando en el mundo rico, es analítico aunque orientado a las respuestas políticas. No se limita a señalar los límites ecológicos al crecimiento sino que también documenta –a partir de datos de encuestas y de datos objetivos como esperanza de vida- los muy escasos (si algunos) resultados que en términos de calidad de vida van asociados al aumento de renta per cápita una vez superado un nivel mucho más bajo al que tenemos los que vivimos en los países más ricos del mundo.

El libro tiene muchas virtudes. Una de ellas es que combina el análisis económico y el sociológico para desentrañar las fuerzas que hay detrás de lo que llama “la jaula de hierro del consumismo”. El aumento de la productividad exige expandir la producción aunque sólo sea para mantener el nivel de ocupación Si, además, se viene de una etapa de gran expansión de las deudas (lo que denomina “la era de la irresponsabilidad”), el pago de éstas parece inviable a menos que la economía crezca. La comercialización de nuevos productos apela a la búsqueda de novedad, algo atractivo y que puede ser fuente de satisfacción aunque también puede ser patológico y fuente de ansiedad. El consumismo se ve alimentado en gran medida por la desigualdad y la competencia posicional en sociedades en las que el consumo de bienes materiales tiene un fuerte valor simbólico y a través del cual se busca reconocimiento social.

Otra de las virtudes del libro es que huye del simplismo y de la retórica. Critica de forma contundente el objetivo del crecimiento económico y muestra con datos que, a pesar de que las relaciones entre crecimiento económico y presiones ambientales son complejas, no existe hasta el momento ningún síntoma de una “desvinculación” entre flujos de recursos-residuos y actividad económica lo suficientemente fuerte para pretender que el crecimiento económico sostenido (que no sostenible) sea compatible con la necesaria reducción drástica del “espacio ambiental” ocupado por los habitantes del mundo rico. No convierte, sin embargo, el “decrecimiento económico” en bandera (la palabra decrecimiento apenas aparece en el libro si no es para referirse a temas específicos como la reducción en el uso de energía o en las emisiones de carbono); los efectos sobre la actividad económica de los cambios requeridos para ajustar la economía a los límites ecológicos y para orientarla hacia la “prosperidad” o “florecimiento humano” son diversos y no pueden predecirse fácilmente. De hecho, aunque el libro no lo explicita, el nivel de actividad económica, tal como lo medimos, no sólo depende de qué actividades económicas se realizan sino del contexto en que se llevan a cabo, y podemos pensar en cambios sociales muy diferentes que reducirían el PIB al reducir el papel del mercado y del sector público; es decir, que harían “decrecer” a la economía. Por ejemplo, un retorno –como desearían muchos conservadores- a un papel aún mayor de la familia tradicional y del trabajo de cuidados no pagado de las mujeres; o un –lamentablemente improbable- aumento de las relaciones comunitarias de ayuda mutua que permita acudir menos al mercado y al Estado.

Jackson tiene una visión compleja del comportamiento humano. Una idea a la que acude es que dicho comportamiento puede verse como resultado de una tensión entre dos ejes: por un lado, el eje individualismo frente a comunitarismo y, por otro lado, la búsqueda de novedad frente al tradicionalismo o la conservación. El punto de equilibrio al que se llega en cada sociedad respecto a dichos ejes es diferente, es un resultado de cómo están diseñadas las instituciones sociales y, por tanto, puede variar. Una fuente de cambio pueden ser los comportamientos de aquellos que voluntariamente se alejan de las fuerzas dominantes en una sociedad; el autor simpatiza con los que en nuestras sociedades optan por la “simplicidad voluntaria” pero piensa que esta vía de cambio tiene unos límites claros mientras no se produzcan cambios estructurales importantes.

Jackson se aleja de las visiones macroeconómicas convencionales e incluso de la reciente variante del keynesianismo que se ha conocido como New Deal Verde que es interesante pero no rompe con la perspectiva del crecimiento como algo inevitable para evitar la inestabilidad económica en forma de desempleo. Lo que se necesita, según Tim Jackson, es una nueva macroeconomía, una “macroeconomía ecológica”, aún por definir pero sobre la que apunta algunas ideas. En primer lugar, es bueno recordar una cuestión básica. El nivel de renta nacional es igual al producto del número de empleados por la productividad por empleado y se puede pensar que una economía estancada –o incluso en decrecimiento- mantenga el número de empleados a pesar de que aumente la productividad por hora de trabajo con la única condición de que el tiempo medio de trabajo se reduzca al ritmo suficiente; al fin y al cabo, los efectos del aumento de la productividad del trabajo sobre mayores ingresos per capita o sobre una menor jornada de trabajo han sido variables históricamente. Las posibilidades de la reducción del tiempo de trabajo para hacer compatible el estancamiento de la renta per cápita con la disminución del desempleo se ilustran citando modelizaciones para para Canadá del libro Managing without growth de Peter Victor. El autor no es ingenuo y no cree que garantizar una situación próxima al pleno empleo (que claramente ve más deseable, lo que comparto, que una situación en la que gran parte de la población quede excluida del mercado laboral, incluso si todo el mundo cobrase una “renta básica”) sea una tarea fácil, pero se han de separar las imposibilidades económicas de las cuestiones distributivas y para el autor la variable de ajuste para asegurar la ocupación en un mundo en que probablemente no sea conveniente –ni posible- el crecimiento económico ha de ser la jornada de trabajo.

Pero el autor no comparte las tesis, de moda hace algunas décadas, según las cuales vamos a una sociedad del ocio en la que las necesidades de trabajo se verán radicalmente reducidas gracias a un aumento constante de la productividad laboral. Para Jackson uno de los principales ejes de una economía que transite hacia la sostenibilidad han de ser los servicios personales poco intensivos en materiales y energía (¡no todos los servicios lo son!: pensemos, por ejemplo, en el turismo a larga distancia) e inevitablemente intensivos en trabajo. Servicios que hoy son injustamente despreciados (el autor utiliza en sentido positivo el término “economía de la Cenicienta”) precisamente porque se consideran poco productivos. El otro gran eje ha de ser la “inversión ecológica” que concreta en tres terrenos: invertir en mayor eficiencia en el uso de energía y recursos naturales (lo que muchas veces hoy no es rentable económicamente, dados los precios relativos existentes); invertir para sustituir las tecnologías convencionales por otras más limpias y sostenibles; y, por última, invertir en la conservación y mejoramiento de los ecosistemas. En términos convencionales, estas inversiones (al menos en los dos últimos casos) redundaran probablemente en una menor productividad global del trabajo ya que el aumento de ésta se ha basado históricamente en el uso masivo de energía y otros recursos naturales y en la destrucción de ecosistemas (que no queda contabilizada en la producción económica tal como la medimos). La inversión tendrá posiblemente que aumentar a expensas del consumo, pero no cualquier inversión sino las inversiones orientadas hacia la sostenibilidad. Lo que se necesita es una “ecología de las inversiones”, que no trate, como hacen los modelos al uso, toda la inversión como un agregado que permite acumular capital y crecer económicamente: muchas inversiones no se orientan a crecer en el futuro pero sí a la mejora de la calidad de vida y a no cargar sobre el futuro nuestro insostenible comportamiento.

Una implicación es que hay que ser prudente financieramente, privadamente y también por parte del gobierno: en una economía que no crece un déficit público persistente tenderá inevitablemente a que los intereses de la deuda aumenten como porcentaje de la renta nacional.

Estas ideas macroeconómicas son novedosas y relevantes y esto es lo más importante; sin embargo, el esbozo de modelización que se plantea en el apéndice 2 en mi opinión rinde demasiado tributo a las funciones de producción neoclásicas agregadas (que en realidad nunca pueden reflejar relaciones puramente técnicas entre inputs y outputs), aunque sea para cuestionarlas en algunos puntos fundamentales como son la ausencia de consideración de los recursos naturales o el supuesto habitual de sustituibilidad entre capital fabricado y recursos naturales. También en algunos puntos el libro cita acríticamente (seguramente debido a una idea de pragmatismo que no comparto) los intentos de valorar en dinero el conjunto de servicios que proporcionan los ecosistemas de todo el mundo o las propuestas de cálculos del ahorro neto ajustado, un concepto publicitado por el Banco Mundial que parte de la idea de que la degradación ambiental y el agotamiento de recursos naturales son compensables con la inversión en capital fabricado y con el gasto en educación. Pero en cualquier caso son detalles, la mayoría a pie de página, que no alteran la profundidad del libro y lo sólido de la mayoría de sus análisis que en general tienen ricos matices.

El mensaje político del libro es que se necesitan cambios radicales, que es posible avanzar hacia otra lógica económica y social y que, para ello, lo primero es dejar de identificar prosperidad con crecimiento económico. Jackson cree en un papel mucho mayor del sector público, para llevar a cabo gastos sociales e inversiones que hoy no son rentables, lo que debe decir: “exigirá mayores impuestos. Y ha de ser la intervención pública la que establezca límites ecológicos al sistema económico. Algunos críticos dirán que el capitalismo es inviable sin crecimiento, afirmación ante la que el autor es –y creo que tiene razón- escéptico: no parecen haber motivos teóricos claros para tal afirmación y el hecho es que muchos países capitalistas han tenido largas etapas de estancamiento; precisamente las políticas de austeridad actuales pueden llevar también a una larga etapa de estancamiento o incluso de recesión en algunos países.... ¡sin que por ello sea esperable la caída del capitalismo! La cuestión importante es que se puede actuar ya sin esperar a un derrumbe del sistema económico.

Elgar, 2008.

Revista de Economía Crítica, no13, primer semestre 2012, ISNN 2013-5254

Tim Jackson, Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito... Jordi Roca Jusmet