Laicidad

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Laicidad o laicismo

La palabra laico tuvo origen en el propio vocabulario religioso. Proviene del griego λαϊκός, laikós - "alguien del pueblo", de la raíz λαός, laós - "pueblo", que no pertenece a la iglesia.

En un sentido moderno, laico quiere decir adherente al laicismo. ¿Qué es el laicismo y qué se propone? El profesor Albert Bayet, presidente de la liga de Enseñanza francesa y uno de los más ilustrados promotores del laicismo en su patria, lo define así: "El laicismo es la idea de que todos los seres humanos -sean cuales fueren sus opiniones filosóficas o creencias religiosas- pueden y deben vivir en común dentro del respeto por la verdad demostrada y en la práctica de la fraternidad. Quienquiera que de buena fe, piensa que el hombre debe amar a sus semejantes, es un laico".

El laicismo significa defensa de la libertad de conciencia. No es proclama de ateísmo, ni movimiento antirreligioso; es espíritu de libertad y nace de la secularización de la ciencia, la filosofía, la historia y las instituciones. Sostiene que el Estado, como entidad de derecho, no puede profesar culto alguno; que especialmente en la democracia, la educación es una función primordial del Estado y debe ser laica. Defiende o favorece, en definitiva, la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente, es decir, de forma independiente, o en su caso ajena a las confesiones religiosas. Las exigencias de libertad, el sano pluralismo político, la autonomía moral, el espíritu crítico y la emancipación de la razón son los valores que animan el ideal laico del Estado.

La separación de lo político y de lo religioso, la idea de que el Estado debía de ser una institución política ajena del fenómeno religioso, –aunque no ignorante de este fenómeno, – y que la religión era un asunto de la conciencia individual, significó, primero en la evolución del pensamiento filosófico, político e institucional y luego en sus aspectos constitucionales y legislativos, una ruptura traumática y conflictiva, que se mantuvo trágicamente vigente durante largas décadas de los siglos XVIII, en gran parte del XIX e incluso, con diferente intensidad y en distintos espacios geográficos, en el decurso de gran parte del XX.

Las primeras constituciones de derechos (Déclaration de Droits de l’Homme et du Citoyenne en, 1789) que se firmaron tras la Revolución Francesa [1] instituyeron, por primera vez, la libertad de culto y la independencia individual en cuestiones de creencias, pero todavía no se había fraguado la secularización de la vida pública y la separación de lo público y lo privado, condiciones sine qua non para un Estado laico. Hubo de esperar mucho tiempo aún para que este ideal se viera realizado en Europa. Fue en Francia, cuando el 9 de diciembre de 1905 se aprobó la Ley de Separación de las Iglesias y el Estado.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la universalización del ideal democrático y, consiguientemente, de la necesaria admisión del pluralismo y de la tolerancia, parecía que se había impuesto la aceptación, en un sector de nuestro mundo, de la idea de que sólo en un Estado no religioso ni confesional, es decir en un Estado laico, era posible situar un Estado plenamente democrático, con el consiguiente respeto integral de la dignidad y la libertad humana.

Parecía así haberse logrado un relativo consenso sobre la necesidad de la existencia de un laicismo tolerante y moderno, de ninguna manera antirreligioso, sino fundado en la idea de que únicamente un Estado no confesional –basado en la separación de los espacios reservados a la política y a la religión– , era capaz de asegurar la libertad y la igualdad jurídica de todos los seres humanos.

Sin embargo, incluso en América y Europa, en especial en los últimos años, esta aparente pacífica aceptación de la laicidad estatal, ha vuelto a discutirse y a ponerse en entredicho.

Hay ejemplos que muestran el cuestionamiento en estos días de la laicidad o por lo menos de algunos de sus elementos y de ciertas de sus eventuales consecuencias en muchos países.

En Francia se ha propuesto revisar la ley de 1905, que separó la Iglesia del Estado, aunque sin pretender eliminar la esencia del principio de separación. En España se discute hoy lo referente a la enseñanza de la asignatura religión católica en la escuela pública, es decir en la enseñanza oficial brindada por el Estado.

En Italia y en otros países europeos el tema vuelve a ser objeto de consideración y análisis.

Y en los Estados Unidos una fuerte corriente neo-conservadora, sostiene que un gobernante sin religión no puede ser un buen gobernante, que la invocación a Dios es ineludible en los actos oficiales y que la teoría creacionista del “designio inteligente”, de raíz religiosa, debe imponerse, excluyéndose de la enseñanza la referencia a la teoría evolucionista.

La sociedad laica, por su parte, no está preparada para los cambios que se vienen porque su ADN no produjo todavía los anticuerpos necesarios para combatir a la falta de valores o los disvalores, cosa que sí han intentado hacer las religiones tradicionales a lo largo de la historia de la humanidad. Aunque lamentablemente estas también han fracasado porque las instituciones religiosas y las personas que las dirigen están siendo fuertemente cuestionadas, principalmente por los excesos que han cometido dichas instituciones en el pasado, como por ejemplo la Iglesia católica durante la época de la Inquisición, y también en el presente por los casos de denuncia de pedofilia. Por lo tanto, han perdido su autoridad moral y es muy poco lo que tienen para aportarle a la humanidad en este momento de la historia.

El paradigma de la sustentabilidad es un espacio posible para recuperar la autoridad moral que hemos perdido y que renazcan los símbolos y valores que nos unen y nos definen como comunidad. Es un nuevo camino de virtud que nos brinda la posibilidad de establecer relaciones dignas y duraderas en las que todos “ganamos”.

Podemos dar respuesta así a “el para qué hago lo que hago”, y nos propone una nueva búsqueda de sentido que nos ayuda a religarnos en un mundo laico, orientado por los valores de la sustentabilidad.