Futurible

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El futuro, como dimensión temporal, ha sido tema de discusión filosófica en todas las épocas. Aristóteles formuló el primer análisis de los “futuros contingentes” al referirse a que lo que puede ocurrir no es necesariamente lo que ocurrirá. Sobre la base del pensamiento aristotélico, los teólogos escolásticos hablaron del “futuro contingente”, que no se sabe si tendrá realidad o no, y del “futuro necesario” que forzosamente vendrá y al que se refieren todas las formas de determinismo y fatalismo, incluida la teoría de la predestinación. Esta cuestión estuvo anudada con los problemas teológicos de saber si Dios conoce el futuro contingente y de si existe o no la predeterminación de los hombres a la salvación o condenación eterna. Dentro de esta larga y no terminada discusión se inscribe la cuestión de los futuribles, que es el término con el que se señala en filosofía y teología lo que puede ser si se cumplen ciertos hechos y condiciones.

Los futuribles constituyen, por tanto, el futuro condicionado, que no será con seguridad sino que sería si se cumpliesen determinadas condiciones.

En el siglo XX el tema mereció la atención de diversos filósofos, el más importante de los cuales fue el polaco Jan Lukasiewicz (1878-1956).

En política la palabra conserva su contenido filosófico aunque se ha desprendido de sus connotaciones teológicas: futurible es el acontecimiento que puede ser si se cumplen determinadas condiciones. En la vida pública con gran frecuencia estamos ante futuribles, es decir, ante futuros condicionados.

La idea central de esta forma de pensamiento es que el futuro no existe, sino que es una construcción colectiva y, por lo tanto, el fruto de decisiones anteriores. Hoy, por ejemplo, estamos viviendo en un futuro basado en nuestras decisiones del pasado.

Si adoptamos ese punto de vista, es sencillo darse cuenta de que, a partir de lo que ya sabemos que está ocurriendo y va a ocurrir en el futuro cercano, podemos imaginar distintos tipos de futuro posibles que serán el resultado de nuestras acciones. Estos futuros posibles se llaman futuribles y sobre ellos se está trabajando en las grandes empresas y en muchísimos gobiernos del mundo.

De ayer a hoy

En el pasado, los grandes cambios se producían lentamente, de modo que las sociedades podían ir adaptándose a ellos a medida que las novedades se incorporaban; por ello, alcanzaba con el planeamiento. Pensemos en el automóvil, por ejemplo. Cuando apareció, a finales del siglo XIX, el mundo estaba pensado para caballos y carruajes. Lentamente, a medida que el automóvil demostraba su superioridad y las sociedades lo iban adoptando, el mundo fue cambiando. Se idearon formas de que el combustible fuera suficiente y estuviera al alcance de los usuarios, se modificaron las rutas y caminos, se instruyó a personas para que fueran capaces de fabricarlos, repararlos y conducirlos.

Para comprender cómo ocurren las cosas hoy, pensemos en ese complejísimo instrumento que nos acompaña a todas partes: el celular.

La primera red de telefonía móvil nació en Japón en 1979. Es decir, hace 38 años. En ese lapso, las transformaciones han sido tantas que ya es obvio que lo seguimos llamando teléfono por comodidad, pero que sus funciones exceden por mucho las de un teléfono hasta abarcar, en algunos casos, prácticamente el total de nuestras actividades.

La pregunta sería: ¿era posible imaginar, hace 38 años, esta realidad de hoy? Seguramente la respuesta es no, pero también seguramente ya había expertos que se daban cuenta de que estábamos frente a una novedad que generaría cambios importantes en toda la sociedad, no solamente en las comunicaciones. No se podía saber a ciencia cierta cuáles serían esos cambios, pero se podía estar preparado para cambiar.

Lo mismo debería suceder hoy respecto de los recursos naturales, el trabajo y la vida en sociedad: es necesario pensar en lo futurible.

El futuro del agua, por ejemplo. Regiones privilegiadas como Latinoamérica, en la que se encuentra el 31% del agua potable del planeta, deben pensar cómo preservarla y cómo aminorar los efectos perniciosos de los cambios climáticos que azotan la región. Es decir, si se elige un futurible donde el agua será un bien preciado, es necesario empezar ya a protegerla.

Lo mismo respecto de la población del mundo, que se calcula hoy en 7.300 millones de personas y crecerá a 9.700 millones hacia 2050. De ellas, y por primera vez en la historia de la humanidad, más de la mitad vive hoy en ciudades. Las megaurbes, del estilo de Tokio, México DF, San Pablo o Buenos Aires, son cada vez más inviables a partir de los problemas de contaminación, energía y hacinamiento que producen. Países como la Argentina, con abundante superficie y solamente 14 habitantes por km2, están en una posición privilegiada para elegir un futurible en el que los habitantes vivan en ciudades más pequeñas, distribuidas en todo el territorio nacional.

En cuanto al trabajo, la automatización y la robotización conllevan numerosos beneficios para las empresas y los usuarios, y mejoran el crecimiento económico general de los países. Pero la contracara de estos avances será el desempleo.

Según los estudios realizados, siete de cada diez empleos actualmente existentes no existirán en los próximos veinte años. Y se crearán cinco. Pero ninguno de los siete desocupados podrá optar por uno de los cinco nuevos lugares por falta de capacitación. Una vez más, han de ser los Estados los que elijan un futurible en el que la gente esté preparada para los cambios esperados, adquiriendo nuevas habilidades con alta demanda y en sectores que no pueden ser dispersados por el impacto de la automatización. Esto compromete fuertemente a la educación y a los sistemas de redistribución de ingresos; por eso, en muchos países como EE.UU., Finlandia, Canadá y Suecia se están implementando planes piloto de Renta Básica Universal, que consisten en la entrega a las familias de una cantidad fija de efectivo que cubra las necesidades más elementales sin ningún tipo de contraprestación.

Como es obvio, todos los cambios enumerados generarán cambios enormes en los conocimientos necesarios para desenvolverse en las sociedades futuras. El modelo educativo tradicional en boga durante más de un siglo entró, a partir de esos cambios, en crisis. En el futuro, los sistemas educativos deberán ser flexibles para adaptar la enseñanza y el aprendizaje a la situación de los estudiantes, tendrán que incorporar competencias cognitivas, de carácter, sociales y de liderazgo a las habilidades instrumentales básicas que hoy se imparten, e introducir una transformación profunda de las habilidades que hoy se consideran necesarias en los docentes, entre las que la formación continua será la principal.

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