Diferencia entre revisiones de «Evolución de los sectores público, privado y social hacia la creación de valor integral»

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''Estos capítulos forman parte de la conferencia sobre “Cambio de paradigma hacia la sustentabilidad y la regeneración, y la creación de valor integral”.''
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'''Promesas incumplidas'''
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A 100 años de la gran promesa de la Revolución Industrial, con su lema “progreso para todos”, podemos afirmar que a nivel global ésta no se cumplió.
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La mitad de la [https://es.wikipedia.org/wiki/Población_mundial población del mundo] –4000 millones de personas– vive con menos de tres dólares por día, lo que la sume en altos niveles de pobreza, indigencia y miserabilidad. Salud, higiene, agua potable y educación son privilegios para muy pocos. Tener un techo para protegerse de las inclemencias del clima, contar con una cama donde dormir, girar una canilla y que salga agua, y apretar un botón y tener luz, son necesidades básicas que continúan estando insatisfechas e inaccesibles para la mayoría de los habitantes del planeta (solo basta con ver los gráficos y las estadísticas que nos ofrece [https://ourworldindata.org/ Our World in Data] para darnos cuenta de la gravedad de los problemas que padecen millones en el mundo día tras día),[1] quienes además deben sufrir la “[[penalidad por pobreza]]” por el solo hecho de estar excluidos del sistema
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En este sentido, el ser humano se enfrenta hoy a una nueva realidad: el “sueño americano”, el modelo de producción y acumulación de riqueza económica que se conoce con el nombre de [https://es.wikipedia.org/wiki/Capitalismo capitalismo] –basado en la eficiencia, la eficacia y el libre mercado–, que tan buenos resultados en términos de inclusión brindó a millones de personas por décadas durante el siglo XX, no es un modelo exportable. En principio, porque para seguir consumiendo los ex recursos naturales –considerados en la actualidad como [[bienes sociales]] por su altísimo nivel de escasez– al ritmo al que las sociedades más avanzadas lo venimos haciendo hasta hoy, no alcanzan 4 planetas Tierra (así lo afirma el conocido biólogo de la biodiversidad, Edward Wilson, en su libro ''El futuro de la vida''). Es imposible que las casi 8000 millones de personas que habitamos este planeta podamos disfrutar del confort promedio de cualquier neoyorquino, parisino, porteño o berlinés, simplemente porque de hacerlo se agotarían todos los recursos de nuestro planeta en muy poco tiempo.
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Uno de los grandes desafíos que se nos presenta hoy es que estamos abandonando el paradigma de la administración de la escasez, que fue uno de los principales objetos de estudio de la economía hasta nuestros días,[2] para comenzar a entender y aprender a convivir en un planeta y en sociedades en las cuales los recursos son finitos. Aunque siempre lo fueron, pareciera que recién ahora estamos tomando cuenta de ello. En este sentido, debemos recordar que la naturaleza ya no puede seguir siendo considerada como un mero recurso más, sino que debe ser considerada como fuente de vida y salvaguarda de los ecosistemas.
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Este cambio de paradigma de la “administración de la escasez” a la “administración de la finitud” nos sumerge en una enorme disrupción, que hace que las conversaciones se repitan porque no hay nada nuevo para preguntar dado que la realidad nos fuerza a tener que plantearnos las mismas cosas una y otra vez. Y a pesar de que nos cueste aceptarlo, todavía no disponemos de los conocimientos para poder enfrentar esta crisis y esto se ve reflejado, por ejemplo, en el desconocimiento acerca de [http://lanic.utexas.edu/project/laoap/iep/ddt048.pdf cómo incluir las externalidades en los precios de los bienes y servicios].
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Por lo tanto, debemos asumir el desafío de la transición entre un modelo de desarrollo basado en la extracción, a otro basado en la regeneración. En este nuevo modelo, aquello que hoy se conoce como basura o desperdicio, producto de la economía lineal –extracción, producción y acumulación–, se convierte en materia prima a partir de la implementación de modelos ecoeficientes de reducción, reuso y reciclado, que resultan básicos para poder ingresar en el círculo virtuoso de la economía circular. Un buen ejemplo es la [https://www.google.com.uy/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwjY_76nq8bsAhXGGLkGHaRfC4MQFjAAegQIBRAC&url=https%3A%2F%2Fes.wikipedia.org%2Fwiki%2FMiner%25C3%25ADa_urbana&usg=AOvVaw3S7vnMxc9UQV-DOW8YXNtW minería urbana], que se presenta como una de las soluciones más atractivas para resolver el problema de los artefactos y electrodomésticos que ya no usamos y que tanto contaminan.
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Al respecto, la economista inglesa Kate Raworth, a partir de su modelo “[[economía del donut]]” (''doughnut economics''), que se presenta como una verdadera revolución en el pensamiento económico que apunta a resolver problemas como la degradación ambiental y la desigualdad[3], propone un abordaje sistémico del concepto de desarrollo teniendo en cuenta los límites ecosistémicos planetarios. Esto implica, entre muchas otras cosas, aprender a desaprender todo lo conocido hasta hoy, para poder después definir nuevos estándares de convivencia y términos de intercambio, de modo que todos los habitantes del planeta estemos incluidos y podamos alcanzar la igualdad de acceso a las oportunidades y a los bienes sociales. “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”, afirma Benjamin Franklin. Una idea que nos advierte que, a nivel colectivo, aprender también supone asumir como propios los errores de la historia de la humanidad para no volver a repetirlos.
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Por su parte, el fracaso de la promesa de progreso está provocando una enorme fractura en el pacto social, fractura que se profundiza y agranda cada día más. También está llevando a la humanidad a entender que progreso no es simplemente avanzar o ir hacia delante, que no se puede circunscribir solamente al concepto de eficiencia y eficacia en términos económicos, o a un modelo de desarrollo determinado, sino que debe significar una mejora en la calidad de vida para todos y no solo de unos pocos privilegiados. Como bien señala [http://www.naturalezaparaelfuturo.org/new/libros/ruta40-presentacion.asp?id... Luis Castelli], “no puede haber [https://ecolectura.wordpress.com/2015/06/26/el-verdadero-progreso/ progreso] a costa de”[4].
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----[1] Aunque nos parezca increíble, en la actualidad hay entre doce y veintisiete millones de personas en condiciones de esclavitud. La mayoría son esclavos por deudas. Principalmente en Asia del Sur, son personas que se encuentran bajo servidumbre por deudas contraídas con usureros, en ocasiones durante generaciones enteras. En cuanto a la práctica de la trata de personas, su objetivo fundamental es la prostitución de mujeres y niños, que es la industria criminal de mayor crecimiento. Se estima que en el futuro superará al tráfico de drogas. También lo es la esclavización de personas para su explotación laboral, que normalmente se da en sus propios países.
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[2] Durante toda la historia de la humanidad, algunos recursos naturales como el aire y el agua fueron considerados como infinitos, por lo tanto carecían de valor económico. A través de la ley de oferta y demanda, el mercado establecía las reglas del juego y definía los parámetros de asignación de valor para cada producto o servicio. De allí surgía “el precio”, que no es otra cosa que el valor económico expresado en dinero, pero sin tener en cuenta el costo de reposición de esos recursos naturales consumidos y las “externalidades”, que son aquellos costos de algún bien o servicio que no son reflejados en el precio de los mismos.
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[3] La única forma de resolver la desigualdad es a través de la inclusión, asegurando la igualdad de acceso a las oportunidades para todos y dejando capacidad instalada en las personas para que puedan resolver sus problemas e ir en la búsqueda de su proyecto de vida. Verdaderas oportunidades que promuevan la movilidad social para que, a través del trabajo digno, todos podamos sentirnos incluídos y vivir en dignidad.
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[4] Ya son muchos los economistas que están de acuerdo con sustituir la idea del crecimiento económico actual, basada en el aumento del Producto Bruto Interno (PBI), por la de “progreso justo”.
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'''Dos sistemas enfrentados'''
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La Segunda Revolución Industrial que se inició en 1880 y cuyos efectos perduran hasta nuestros días, generó grandes transformaciones económicas que dieron origen a la producción en serie, el desarrollo del capitalismo y la aparición de las grandes empresas. A nivel social, estableció el nacimiento del proletariado y la cuestión social, cuyos problemas buscaron ser resueltos por el socialismo científico de [https://es.wikipedia.org/wiki/Karl_Marx Karl Marx].
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Como consecuencia de ello, surgieron dos sistemas políticos, dos modelos económicos y dos formas de organización social opuestas e irreconciliables: el [https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_del_capitalismo capitalismo] y el [https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_del_comunismo comunismo].
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El capitalismo, representado por pensadores como [https://es.wikipedia.org/wiki/Adam_Smith Adam Smith][1], [https://es.wikipedia.org/wiki/John_Locke John Locke], [https://es.wikipedia.org/wiki/Ludwig_von_Mises Ludwig von Mises] y [https://es.wikipedia.org/wiki/Friedrich_Hayek Friedrich Hayek], por parte de la llamada Escuela austríaca, tuvo su mayor expresión en Estados Unidos, mientras que el comunismo, representado por Karl Marx y [https://es.wikipedia.org/wiki/Friedrich_Engels Friedrich Engels], tuvo su mayor aplicación en la Unión Soviética. Estos dos países conformaron después de la Segunda Guerra Mundial dos bloques –en verdad el bloque capitalista y el comunista– que, a partir de una concepción diferente del modelo de desarrollo de la sociedad, se disputaron distintas maneras reordenar el mundo y mantuvieron un largo enfrentamiento conocido como la Guerra Fría, que concluyó en 1989 con la [https://es.wikipedia.org/wiki/Muro_de_Berl%C3%ADn caída del Muro de Berlín].
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A nivel económico, mientras el primero estaba orientado por las fuerzas del mercado y la libertad de comercio, el segundo era articulado e impulsado desde la planificación estatal.
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En ambos modelos la creación de riqueza económica estaba a cargo de empresas, que en el sistema capitalista pertenecían al sector privado y, en el caso del modelo soviético, pertenecían al Estado y formaban parte del sector público. El eje del desarrollo para los dos sistemas se daba a partir de la articulación entre las empresas y el Estado.
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En el marco del capitalismo, el sector público estaba representado por los gobiernos, cuya principal función es promover el bien común y la cohesión social, la administración del poder –justicia, seguridad, educación y salud–, y la redistribución a través del cobro de los impuestos. Existían asimismo una gran cantidad de organizaciones que se dedicaban a la beneficencia y la caridad: iglesias, damas de caridad y organizaciones filantrópicas de primera generación que se ocupaban de aliviar y solucionar los problemas de los pobres. La misión de estas organizaciones era dar y hacer el bien, y se consideraba que no formaban parte del modelo de desarrollo.
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'''Modelo de desarrollo durante la Revolución Industrial'''
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[[Archivo:Modelo de desarrollo durante la Revolución Industrial1.jpg|no|miniaturadeimagen|500x500px]]
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----[1] Adam Smith afirmaba: “No esperemos obtener nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurramos a su humanidad, sino a su egoísmo, y jamás hablemos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos obtendrán”. Al respecto, Armando Ribas (h) sostiene que no debemos olvidar que las reglas para organizar la sociedad deben estar basadas en la aceptación de que los hombres buscan, a través del trabajo, la persecución de ganancias para satisfacer sus propios intereses.
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'''Tres formas diferentes de institucionalidad'''
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Teniendo en cuenta que después de la caída del Muro de Berlín el proceso de globalización se dio a través del sistema capitalista, vamos a tomar este modelo como ejemplo y a traducirlo a un esquema de ejes cartesianos, que nos va a permitir comprender mejor los propósitos de cada uno de los actores sociales y su rol durante la Revolución Industrial.
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[[Archivo:Rol y función de los actores sociales durante la Revolución Industrial.JPG|no|miniaturadeimagen|500x500px]]
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'''En este cuadro se pueden apreciar el rol y la función unívoca que asumieron cada uno de los tres sectores durante la Revolución Industrial: el sector privado, representado por la empresa con su función y único objetivo que era la obtención de lucro; el sector público, representado por los gobiernos y su función de administración del poder y distribución de la riqueza económica a través de la recaudación de impuestos, y las entidades de beneficencia orientadas a la caridad y hacer el bien.'''
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Traducido entonces este modelo a ejes cartesianos, se puede observar que durante la Revolución Industrial, el '''sector privado''', representado por la empresa, en tanto organización con fines de lucro, tenía la función unívoca de ganar dinero.
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El sector público, representado por el gobierno, se ocupaba de administrar el poder, la redistribución a través del cobro de impuestos, proporcionar seguridad jurídica y física, educación y salud, y promover el bien común y la cohesión social.
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Por su parte, las organizaciones de beneficencia y caridad, y las diferentes iglesias –que en el marco de la Revolución Industrial no conformaban el sector social ya que éste aún no existía como tal–, tenían como función hacer el bien y ocuparse de los problemas de los más necesitados.
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Fue a partir de este modelo de misión y visión unívoca de cada una de las institucionalidades mencionadas anteriormente –las empresas, las organizaciones de beneficencia y caridad, y los gobiernos–, que la sociedad occidental se organizó para solucionar sus problemas políticos, económicos y sociales.
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De acuerdo con este eje de coordenadas, si nos situamos en el eje que corresponde al '''sector privado''', representado por la empresa, cuando se parte de cero y sólo se piensa en el lucro y nada más que en ganar dinero, en la medida en que nos vamos acercando al infinito, desembocamos inexorablemente en lo que hoy se conoce con el nombre de [[capitalismo salvaje]], que da nacimiento a una nueva categoría: el ''homo economicus'', muy alejada de los fundamentos y postulados con los que fue creado el pensamiento del sistema capitalista por sus fundadores.
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Por otro lado, si nos situamos en el eje que corresponde a las entidades de beneficencia, religiosas y filantrópicas, y solo se piensa en términos de caridad y hacer el bien, en la medida en que nos vamos alejando de cero y acercando al infinito este eje nos lleva hacia lo que podríamos llamar el '''lirismo.'''[1]
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Por último, si nos situamos en el eje que corresponde al '''sector público''' representado por los gobiernos en todas sus formas, y solo se piensa en términos de administración del poder, este eje proyectado al infinito resulta en lo que en algún momento se conoció como '''absolutismo''': la búsqueda y acumulación del poder por el poder mismo, que en el largo plazo asegura la arbitrariedad vitalicia.
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En este sentido, es importante tener en cuenta que todos los sistemas económicos que funcionan hoy en el mundo: el capitalismo, el socialismo de estado, y recientemente, el capitalismo de estado en China, comparten un mismo patrón de diseño basado en la extracción y la acumulación, y los une una misma característica: son insostenibles. En el ADN de estos tres sistemas económicos se ven los mismos efectos: un alto grado de contaminación ambiental, la centralización y acumulación del poder para la defensa de los privilegios de unos pocos, la inequidad, la desigualdad, etc. Por lo tanto, creer que solo falló el capitalismo, nos hace pensar que aquello que va a funcionar en su reemplazo es el socialismo, o el capitalismo de estado; y ahí volvemos a caer una vez más en la misma trampa que no nos permite elevar la discusión y evolucionar hacia propuestas superadores de creación de valor.
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[[Archivo:Evolución de los tres sectores hacia el final de la Revolución Industrial.JPG|no|miniaturadeimagen|500x500px]]
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'''En este cuadro se puede observar el efecto del sostenimiento de la misión y visión unívoca de los sectores privado y público, y de las diferentes iglesias y entidades de beneficencia hacia el final de la Revolución Industrial y sus respectivas consecuencias: el capitalismo salvaje, en el caso del sector privado; el absolutismo, en el caso del sector público, y el lirismo en el caso de las iglesias y entidades de beneficencia.'''
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----[1] El “lirismo”, cuyas principales cualidades son el entusiasmo y la inspiración, se hace presente cuando se gestiona sin que importe demasiado si el impacto que se alcanza es positivo o no para la sociedad, y sin prestar mucha atención a si queda o no capacidad instalada en las personas o en la comunidad para resolver sus propios problemas. Algunos eligen para definirlo el término “utopía”, porque considero que es importante preservar este concepto, porque es claro que cuando no hay lugar para la utopía se hace presente la violencia. “Quiero poder imaginar la vida tal como nunca fue”, nos recuerda desde sus versos Fernando Pessoa.
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'''La ruptura del pacto social'''
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Durante muchas décadas, especialmente durante la Revolución Industrial, estas tres formas de institucionalidad mantuvieron una mirada unívoca respecto de su función en la sociedad, y lo cierto es que en aquel contexto histórico fue un modelo de desarrollo que para una parte del mundo resultó funcional y exitoso. Pero también es cierto, como señalábamos anteriormente, que este paradigma que auguraba el “progreso para todos” no se cumplió.
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Mantener este viejo paradigma en el tiempo, sostener esta mirada de la realidad, implica no poder solucionar los problemas y desafíos que enfrentamos hoy como humanidad. Implica una ruptura en el pacto social, que es lo que actualmente enfrentamos, porque para resolver los problemas que acucian a nuestras sociedades y sus habitantes, no alcanza con que las empresas ganen dinero, ni que las entidades de beneficencia se dediquen a hacer el bien. Tampoco es suficiente que los gobiernos piensen solamente en acumular poder y vean de qué forma administrarlo, sin comprender que la política es una actividad cuyo objetivo es el de resolver pacífica y razonablemente conflictos entre personas y grupos humanos, y  la economía no es un proceso de [[Juego de suma cero|suma cero]], sino un proceso dinámico de creación de valor en el plano económico, producto de la economía de mercado y del libre intercambio de bienes y servicios.
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Resulta evidente que esta vieja concepción del mundo está provocando desde hace algunas décadas una fuerte ruptura del pacto social entre los individuos entre sí, y entre los individuos y las instituciones –situación que muchas veces desemboca en el advenimiento de [[democracias fallidas]] en las que reinan la [[ineptocracia]] y la [[Kakistocracia: el gobierno de los peores|kakistocracia (el gobierno de los peores)]]–, y es la sociedad en su conjunto quien le está exigiendo a las instituciones un cambio radical en la concepción de su misión y visión para poder hacer frente a los desafíos que nos impone el cambio de paradigma que estamos transitando en la actualidad[1].
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----[1] El ensayista Robert Riemen nos advierte acerca de los peligros contemporáneos: “Una democracia se basa siempre en la idea central de la dignidad de los hombres, que significa cultivar valores morales y universales: vivir en la verdad, tener compasión, entender el significado de la belleza. Pero una democracia de masas no está interesada en esos valores; es una sociedad kitsch, completamente vacía, basada en el cultivo de nuestros instintos más básicos. No aprendimos las lecciones de la historia. Para estar sano hay que hacer un esfuerzo por llevar una vida saludable, y con la sociedad pasa lo mismo. Hay que trabajar en ella. La democracia nunca puede darse por sentado, como tampoco nuestra salud. Pensar que este sistema político llegó para quedarse es completamente ridículo. Lamentablemente, hoy en día las élites no están interesadas en cambiar la sociedad porque, si lo hacen, perderán su posición dominante inmediatamente. La clase política no está interesada en nosotros, las élites empresariales tampoco. Solo les importa que votes por ellos, que compres sus cosas y que te apuntes a su programa académico porque así pueden ganar dinero contigo. Las mejores mentes de nuestra generación están por ahí, pero la mayor parte del tiempo se encuentran aisladas, escribiendo libros que nunca van a ser publicados. Se tienen que organizar de nuevo.”
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[[Archivo:Evolución de los diferentes sectores ante al cambio de paradigma.jpg|no|miniaturadeimagen|500x500px]]
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'''En este cuadro se pueden apreciar las consecuencias de la falta de validación externa por parte de la sociedad ante al mantenimiento de una misión y visión unívoca por parte de los sectores público  privado, y de las iglesias y entidades de beneficencia hacia el final de la Revolución Industrial.''' 
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Respecto de las instituciones, no debemos olvidar que solo son formas de organización que fueron creadas por la sociedad para resolver sus problemas, contribuir al bienestar general, y promover el [http://www.rumbosostenible.com/el-paradigma-de-la-sustentabilidad/valor-lo-cotidiano-la-construccion-del-bien-comun/ bien común] y la cohesión social. Sin embargo, es muy claro que ya hace tiempo que en diferentes países y lugares del mundo muchas de estas instituciones se han convertido en verdaderas “corporaciones” que olvidaron el fin para el que fueron concebidas y cambiaron el eje de su accionar para dedicarse a defender los privilegios de unos pocos.[1]
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Por lo tanto, es muy probable que en el futuro existan nuevas formas de institucionalidad, diferentes a éstas que conocemos hoy, más adecuadas para enfrentar los problemas y desafíos a los que estamos expuestos como humanidad.
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De hecho, en diferentes ámbitos ya están surgiendo nuevos modelos de organización social que promueven estas nuevas formas de institucionalidad. En el ámbito económico, están surgiendo las empresas sociales, [[Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo|las sociedades de beneficio e interés colectivo]], los movimientos de [[Comercio Justo|comercio justo]] y [[Consumo Responsable|consumo responsable]]; y en el político, la figura del [[Ombudsman]], las [[mesas de diálogo]] múltiples, [[Mesas de convivencia|las mesas de convivencia]], los [[observatorios]], los [[Foro Social Mundial|foros sociales]] e iniciativas que, en espacios virtuales, promueven la participación activa de la ciudadanía.[2]
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Un buen ejemplo de estas nuevas formas de organización e institucionalidad es Dinamarca, país que inauguró un nuevo abordaje de las cuestiones laborales y de seguridad a través de lo que se conoce como ''flexicurity.'' [[Flexiguridad|''Flexicurity o'' “flexiguridad”]] –un neologismo que es el resultado de la combinación de los términos flexibilidad y seguridad– refiere a una mayor flexibilización y desregulación del mercado laboral y de bienes y servicios, en una economía dinámica, complementada con seguridad para los trabajadores y protección pública a los más desfavorecidos. Otro caso interesante y que va en la misma dirección es el de la llamada “[[uberización]]” del mercado laboral, que contribuye al auge del trabajo independiente, freelance, multitarea, y a la aparición de modelos de empleo temporal, entre los que se cuentan los conocidos como supertemporales – trabajos que van más allá de cumplir con el horario laboral tradicional-. Ante estos nuevos escenarios, los trabajadores deberán volverse cada vez más flexibles y mostrar habilidades para realizar tareas y actividades productivas que no están directamente vinculadas al mercado, que faciliten la transición del pleno empleo a la plena actividad, creando de esta forma nuevas alternativas de ocupación para millones de personas que de otro modo quedarían fuera del mercado asalariado.
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''Pero, ¿qué otros cambios están también sucediendo en esta transición de la Revolución Industrial a la Era del Conocimiento?''
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Quizás el más significativo e importante es el surgimiento de una nueva figura: la del [[ciudadano global]].
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Sin lugar a duda, el gran emergente de la Revolución Industrial fue el trabajador quien, a partir de la inclusión social que significa tener un trabajo, durante varias décadas se constituyó en el protagonista de este período de la historia del mundo, lo que generó que enormes masas de asalariados alcanzaran la tan ansiada y valorada inclusión económica y social. Sin embargo, después de haber alcanzado numerosas conquistas sociales desde fines del siglo XIX y hasta aproximadamente mediados del siglo XX, los trabajadores de esta nueva era no quieren quedarse instalados en ese rol social, sino que aspiran a convertirse en verdaderos ciudadanos de un mundo globalizado, lo que representa un cambio sustancial[3]. En su carácter de ciudadanos globales, además de desarrollarse a través de un trabajo digno que les asegure poder contar con los ingresos que necesitan para vivir de su esfuerzo, también aspiran a convertirse en agentes de cambio y a tener bienestar y calidad de vida[4]: trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
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Estos ciudadanos, que se atreven a soñar futuros compartidos y que abogan por el respeto irrestricto al derecho que tiene cada persona de ir en búsqueda de su felicidad a partir de poder construir su proyecto de vida, son los grandes agentes del cambio que se está gestando actualmente a nivel global: abrazan los postulados de la [https://es.wikipedia.org/wiki/Declaraci%C3%B3n_de_Responsabilidades_y_Deberes_Humanos Declaración de Responsabilidades y Deberes Humanos], observan permanentemente a las instituciones desde una mirada vigilante y, para renovarles la licencia social que éstas necesitan para operar, les exigen el desarrollo y la práctica de una nueva agenda, que implica un nuevo pacto social[5] basado en la vigencia de los Derechos Humanos, la ecobioética y la ética del cuidado, la cultura de paz y la dignidad humana. Después de todo, como bien señala [https://pt.wikipedia.org/wiki/Bernardo_Toro Bernardo Toro], no debemos olvidar que aquello que transforma y le da sustentabilidad a una sociedad son los intercambios –transacciones– cotidianas que hacen posible la supervivencia, la convivencia, la producción y la vida con sentido. Y son justamente estos intercambios los que le agregan o no valor a todos los bienes, servicios, valores y emociones de una sociedad. Por lo tanto, el cambio ocurre cuando pasamos de transacciones de ganar-perder a transacciones de ganar-ganar, ya que éstas últimas son las que aumentan la riqueza y disminuyen la inequidad. Dice Toro: “En definitiva, hagamos lo que hagamos, si lo que hacemos contribuye a hacer posible la vida digna de la gente y a cuidar los bienes ecosistémicos del planeta, nuestra actuación siempre será ética y cumpliremos con la premisa ganar-ganar”.
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----[1] En su libro ''El hombre mediocre,'' José Ingenieros ya nos advertía acerca de estos problemas'':'' "cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad.  El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan. La declinación de la ‘educación’ y su confusión con ‘enseñanza’ permiten una sociedad sin ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos ignorantes y rapaces." 
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[2] Actualmente, a nivel global se están promoviendo diferentes iniciativas para que en cada reunión internacional a la que asisten los jefes de Estado se creen paralelamente observatorios sociales en los que participen una coalición de multi-stakeholders cuyos procesos de diálogo, sumados a las negociaciones políticas, puedan llegar a conclusiones y resultados en común.
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[3] Según el filósofo colombiano Bernardo Toro, “un ciudadano es toda aquella persona que, en cooperación con otras, tiene la capacidad de crear, transformar o conservar el orden social en el que ella misma quiere vivir, cumplir y proteger para la dignidad de todos”.
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[4] Es muy importante que dicho bienestar y calidad de vida estén basados en una mirada de largo plazo y acompañados de la templanza, para no caer en la trampa que nos propone la satisfacción inmediata del deseo, con las consecuencias que ya conocemos.
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[5] Ciudadanos globales + intereses globales= agenda global. Actualmente en Japón se está probando un revolucionario plan piloto llamado "Cambio Valiente" (''Futoji no henko''), basado en los programas educativos: ''Erasmus, Grundtvig, Monnet, Ashoka y Comenius''. Es un cambio conceptual revolucionario, que rompe todos los paradigmas conocidos y forma a los niños como "ciudadanos del mundo". Solo ofrece las materias: aritmética de negocios, lectura, civismo, computación, idiomas, alfabetos, culturas y religiones, con un fuerte acento en el respeto por la ley, la ecología y la convivencia.
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'''Creación de valor integral'''
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En el pasado, tal como hemos visto anteriormente, tanto el sector privado como el sector social y el sector público, tenían que concentrarse ''solamente'' en su foco de creación de valor. Respondían a un [http://www.rumbosostenible.com/el-paradigma-de-la-sustentabilidad/conferencia-sobre-cambio-de-paradigma-y-creacion-de-valor-sostenible/#Tres modelo de misión y visión unívoca de cada una de las institucionalidades]. El cambio de paradigma que estamos atravesando o iniciando en la actualidad, lleva a que cada uno de estos sectores mantenga su foco original de creación de valor, pero que además deban comenzar a considerar el de los otros dos actores para complementarse y actuar en forma conjunta ya que, a partir del principio de corresponsabilidad e interdependencia, ninguno de estos tres sectores puede actuar en el contexto social por sí solo.
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Es por eso que cuando hoy una empresa –sector privado– tiene que dar respuesta a la sociedad para que ésta le renueve la licencia social que necesita para operar, deja de pensar exclusivamente en términos de lucro para incorporar los contenidos de la “[http://www.rumbosostenible.com/gestion-sostenible/la-nueva-agenda-de-la-sociedad-ejes-para-la-gestion-por-subjetivos/ nueva agenda]” y comenzar a operar en términos de creación de valor económico ('''CVE''').
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En cuanto al sector social, por la demanda de tener que atender a la misma agenda de transparencia, gobernabilidad, legitimidad, validación externa, medición de impacto, etc., deja de ocuparse únicamente de la beneficencia, la caridad y la filantropía, para enfocar su accionar en lograr impacto positivo y, en consecuencia, crear valor social ('''CVS''').
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Al respecto, hay que considerar que determinados grupos dentro de la sociedad, especialmente los grupos de riesgo, precisan inexorablemente de ayuda porque por su condición de precariedad y situación de pobreza no están en condiciones de valerse por sí mismos para asegurarse el sustento y su inclusión social, de modo que hay que brindarles la asistencia que necesitan por el tiempo que sea necesario. Este es un tema sobre el que no cabe ninguna discusión. Sin embargo, como bien señala Pedro Opeko, “salvo en casos muy excepcionales, no se debe ayudar sin que haya una contrapartida a la ayuda que se recibe, sino caemos en el asistencialismo, que implica faltar el respeto a la dignidad de la persona humana porque se la hace dependiente de otros y no es libre”.
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Hoy en día ya se están abordando nuevas dimensiones en el campo de la filantropía, como por ejemplo, considerar a las [[Inversión social|inversiones sociales]] –de las que se esperan obtener importantes dividendos sociales en términos de inclusión y desarrollo– como instrumentos clave del cambio social.
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Y con el sector público pasa exactamente lo mismo: cuando desde la sociedad se le exige al gobierno que aplique y ponga en práctica la agenda de la sostenibilidad y de la regeneración, éste deja de enfocarse exclusivamente en la acumulación y administración del poder y en la redistribución; y se convierte en un agente de creación de valor público ('''CVP''').[1]
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Es importante tener en cuenta que siempre que hablamos de creación de valor, estamos hablando de personas, organizaciones o instituciones que aspiran a ser superavitarias a través de su respectivo modelo de [https://es.wikipedia.org/wiki/Propuesta_de_valor propuesta de valor] (concepto que primero se aplicó dentro del sector privado y cuyo uso ya se ha extendido a los sectores social y público). Porque cuando sale más de lo que ingresa, inexorablemente en el corto o mediano plazo nos volvemos deficitarios, y en el largo parasitarios, con los problemas de destrucción de valor que este tipo de situaciones conllevan[2].
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----[1] Lo mismo sucede cuando el gobierno se une a los otros dos sectores –el privado o el social– para sumarse y participar activamente en aquellos espacios que la sociedad va creando y desarrollando por sí misma para que después las instituciones se hagan presentes y los ocupen de forma legítima y organizada.
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[2] Dice Ayn Rand: “Cuando adviertas que para producir necesitas tener autorización de quienes no producen nada, cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores, cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.
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[[Archivo:Modelo de desarrollo en el paradigma de la sustentabilidad y la regeneración.jpg|no|miniaturadeimagen|500x500px]]
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El principio de corresponsabilidad e interdependencia nos exige que, sin perder su foco original de creación de valor respectivo, cada uno de los tres sectores aprenda a complementarse y actuar de forma conjunta con los otros dos en la búsqueda de creación de valor integral.
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''¿En qué se diferencia el concepto de “creación de valor” respecto del paradigma anterior?''
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Que por este paso del modelo tradicional unidimensional, al multidimensional inter-retro-dependiente en el que se basa el desarrollo humano sostenible, las instituciones de cada sector deben ocuparse al mismo tiempo de su misión específica, aquello para lo que fueron creadas, y considerar también su articulación con las instituciones de los otros dos sectores, con el fin de acompañar y sumar en el proceso de creación de valor de las mismas. No estamos hablando de otra cosa que del concepto de [https://www.gestiopolis.com/valor-compartido-teoria-michael-porter/ valor compartido], como bien señala [https://es.wikipedia.org/wiki/Michael_Porter Michael Porter] (concepto que ya había sido previamente abordado y desarrollado por [http://www.levy-dinamicaempresarial.com/quienes-somos/alberto-levy/ Alberto Levy]).
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Es en esta instancia, donde se encuentran estas tres formas de institucionalidad en las que se reúnen y alinean la creación de valor económico con la creación de valor social y la creación de valor público, da como resultado una ecuación emergente que incluye y abarca a todas las dimensiones de creación de valor por igual: es la creación de valor integral, enfoque que a su vez da nacimiento a las [[organizaciones de nueva generación o de nuevo paradigma]]. Estas organizaciones se asumen a sí mismas como proyectos superavitarios, dinámicos, flexibles y en permanente cambio, movimiento y adaptación frente a las organizaciones tradicionales que tienden a ser rígidas, estáticas y, en muchos casos, deficitarias. Organizaciones que, desde un abordaje sistémico y sin descuidar su foco de creación de valor respectivo, también promueven y acompañan las otras dos dimensiones de creación de valor en pos de la creación de valor integral, sostenible y regenerativo
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('''Creación de Valor Integral ∞''').
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[[Archivo:Creación de Valor Integral.jpg|no|miniaturadeimagen|500x500px]]
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Por lo tanto, en la era del conocimiento y de la conciencia, la organización de la sociedad se consolida en torno a este nuevo paradigma, en el que las tres formas de institucionalidad –el sector público, el privado y el social–, más allá de su misión original, adquieren un nuevo “[[El propósito de las organizaciones|propósito]]” –que es aquello que define ''para qué'' hago lo que hago–, en pos de la creación de valor sostenible. Esta nueva característica, la de la sostenibilidad, se traslada por carácter transitivo a cada una de las dimensiones de creación de valor, lo que da como resultado que la creación de valor público se vuelva sostenible, al igual que la creación de valor económico y la creación de valor social.
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<big>'''CVP ∞ + CVE ∞ + CVS ∞ = Creación de Valor ∞'''</big>
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En cualquier caso, es necesario incorporar una cuarta dimensión que es común a todos: la ambiental. Porque la creación de valor ambiental ('''CVA''') es algo que les compete a absolutamente todas las personas, organizaciones e instituciones del planeta.
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[[Archivo:Creación de Valor Ambiental.jpg|no|miniaturadeimagen|300x300px]]
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Actualmente, también se está estudiando la posibilidad de incorporar una nueva dimensión de creación de valor que es la “[[eco-espiritualidad]]” o “creación de valor eco espiritual cívico ciudadano” que, basada en los principios y valores éticos y morales universales, y en los valores democráticos y republicanos, aplica tanto para el individuo como para las instituciones y la sociedad en su conjunto. Su incorporación resulta imprescindible porque solo personas conscientes de la dimensión espiritual de la condición humana, tienen la templanza y la fortaleza que se necesita para poder impulsar y llevar adelante la agenda del nuevo paradigma[1].
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La eco-espiritualidad cívico ciudadana es una nueva espiritualidad que está directamente vinculada con nuestra casa común que es la Tierra, y no se expresa a través del misticismo, sino a través de la puesta en práctica de los principios y valores éticos y morales universales, a los que se suman la cultura cívica y la participación ciudadana, la ética ecológica, la ecotecnología, la ecopolítica, la ecología social, la ecología mental y la ecología integral mística cósmica. Una eco-espiritualidad laica, que nos guía en el camino de la integralidad entre el mundo y la Tierra, que nos alienta a tomar conciencia de la necesidad urgente de la regeneración en su sentido más amplio. Acoger y fomentar esta nueva espiritualidad nos invita a una dimensión ampliada de la conciencia, que nos ayuda a evolucionar del yo al yo-nosotros, del yo al yo-Tierra, y del yo al yo-cosmos[2]. En la medida en que comprendamos esta nueva dimensión ampliada de la conciencia, es muy probable que el ser humano deje de estar en el centro de la escena, para ubicar allí al “sistema Vida” en todas sus dimensiones, ya que nuestra supervivencia como especie depende la supervivencia de otros seres y de la sanidad de los ecosistemas. Reconocer esta [[interdependencia]] –que como bien señala Pedro Tarak, es una realidad objetiva–, es comprender al ser humano como parte de la naturaleza y no separado de ella, y nos ubica quizás, en los albores de un cambio de paradigma de una magnitud tal como lo fueron en su momento las ideas de Copérnico y Galileo.
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[[Archivo:Creación de valor eco espiritual.jpg|no|miniaturadeimagen|400x400px]]
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----[1] Para poder impactar en el afuera, primero debemos lograrlo dentro de nosotros mismos. De ahí la importancia relevante de esta nueva dimensión de creación de valor, ya que, de otra forma, toda proclama vinculada con la sostenibilidad y la regeneración puede rápidamente transformarse en palabra vacía.
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[2] Tal como explica Fray Jorge Oscar Peixoto en “Ecología Franciscana”, la ecología entendida como una ciencia global nos lleva a considerar a la naturaleza no como un ‘hábitat biológico’ en el que podemos desarrollar nuestra técnica y nuestra ciencia, sino como aquello que nos une en “procesos vitales comunes” de los que dependemos, o mejor, inter-dependemos, relación de la que no podemos evadirnos ni mucho menos evitar nuestra responsabilidad. En este sentido, podríamos decir que la creación de valor eco-espiritual cívico-ciudadano es una dimensión integral y holística, cuya resultante no es la suma de las partes, sino que considera la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes, articuladas siempre entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad. Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su misión dentro de esa inmensa totalidad: un ser que puede captar todas esas dimensiones, alegrarse con ellas, agradecer a la inteligencia que ordena todo y al amor que mueve todo, sentirse un ser ético y responsable por la parte del universo que le cabe habitar: la Tierra.
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[[Archivo:Rol y función de los sectores público, privado y social.jpg|no|miniaturadeimagen|500x500px]]
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'''En este cuadro se puede apreciar el nuevo rol y función que asume cada uno de los tres sectores, ahora interdependientes, en el paradigma de la sustentabilidad: el sector privado reorientado a la creación de valor económico sostenible, el sector público a la creación de valor público sostenible, y el sector social a la creación de valor social sostenible. La sumatoria de estos tres vectores nos da como resultado la Creación de Valor Integral. A su vez, en este nuevo paradigma surgen a nivel macro dos nuevas dimensiones omniabarcantes: la creación de valor ambiental y la creación de valor eco-espiritual cívico-ciudadano. La creación de valor integral surge, por lo tanto, como un emergente sistémico producto de la sumatoria de cinco dimensiones diferentes de creación de valor.'''
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''¿Cuál es el principal desafío que nos presenta este nuevo paradigma?''
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Poder llevarlo adelante en el marco de una [[Cultura de Paz|cultura de paz]]. La paz como la articulación de la autoafirmación, la voluntad de integración y la libertad de ser. Ser uno sin tener miedo a ser castigado o reprimido por “ser”, la celebración de la diferencia y la no violencia activa. La paz como escucha y palabra desarmada, el principio y el fin de lo humano. La paz, no como la ausencia de guerra sino como la presencia de justicia y equidad. La paz, como “la plenitud ocasionada por una relación correcta consigo mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con la totalidad de que formamos parte”, tal como la define la [[La Carta de la Tierra|Carta de la Tierra]] elaborada por la Comisión de la Tierra integrada por representantes de todos los continentes y asumida por la Unesco en el año 2000[1].
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Todo esto que se enuncia ya empieza a integrar documentos sustanciales, como el [[Pacto Global|Pacto Mundial (Global Compact) de las Naciones Unidas (ONU)]], que fue presentado en el [[Foro Económico Mundial|Foro Mundial de Davos]], en 1999. Su fin es promover el diálogo social para la creación de una ciudadanía corporativa global, que permita conciliar los intereses de las empresas con los valores y demandas de la sociedad civil, los proyectos de la ONU, sindicatos y Organizaciones No gubernamentales (ONGs)[2], sobre la base de diez principios en áreas relacionadas con los derechos humanos, el trabajo, el medio ambiente y la corrupción. La entidad que adhiere al Pacto Global (empresa, ONG, sindicato) asume voluntariamente el compromiso de ir implantando los diez principios en sus actividades cotidianas, y rendir cuentas a la sociedad de los progresos que realiza en ese proceso de cambio, con publicidad, transparencia y mediante la elaboración de Informes de Progreso.
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Y más recientemente, los [[Objetivos del Milenio de la ONU|Objetivos de Desarrollo del Milenio]] y [[Objetivos del Desarrollo Sostenible]], centrado en impulsar cambios sistémicos a nivel global, como por ejemplo, el desarrollo de un modelo económico sustentable, la generación de empleo, la reducción de la desigualdad e innovación para el uso más eficiente y consciente de los recursos naturales, erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Esperemos que, en el futuro cercano, a partir de ir cumpliendo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, nos animemos al mismo tiempo a dar el próximo paso y también podamos enfocarnos en la forma en la que se logran dichos objetivos, en “cómo” se alcanzan las metas y de qué modo se establecen los vínculos entre las personas y se conforma el pacto cultural dentro de la sociedad para alcanzar aquello que nos hemos propuesto. De esta forma, podremos complementar los Objetivos de Desarrollo Sostenible con los [[Subjetivos de Desarrollo Sostenible]].
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Esto implica que una sociedad pueda alcanzar las metas y objetivos que se ha propuesto a través de sumarle a su proceso de toma de decisiones valores éticos, morales y ciudadanos, que contribuyan no solo a que aumenten los niveles de sostenibilidad de la sociedad y de los mercados, sino también de la humanidad en su conjunto.
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Existen también otros instrumentos, como el [[Pacto Global|Pacto Mundial (Global Compact) de las Naciones Unidas (ONU)]], que fue presentado en el [[Foro Económico Mundial|Foro Mundial de Davos]], en 1999. Su fin es promover el diálogo social para la creación de una ciudadanía corporativa global, que permita conciliar los intereses de las empresas con los valores y demandas de la sociedad civil, los proyectos de la ONU, sindicatos y Organizaciones No gubernamentales (ONGs)[3], sobre la base de diez principios en áreas relacionadas con los derechos humanos, el trabajo, el medio ambiente y la corrupción. La entidad que adhiere al Pacto Global (empresa, ONG, sindicato) asume voluntariamente el compromiso de ir implantando los diez principios en sus actividades cotidianas, y rendir cuentas a la sociedad de los progresos que realiza en ese proceso de cambio, con publicidad, transparencia y mediante la elaboración de Informes de Progreso.
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----[1] Es importante tener en cuenta las diferentes iniciativas que se están desarrollando alrededor del mundo vinculadas con la educación para la paz como método de prevención de conflictos. Instituciones como la Unesco, la Escola de Cultura de Pau de Catalunya, la Universidad para la Paz en Costa Rica y la organización no gubernamental Intermón Oxfam, entre otras, trabajan activamente para que las escuelas adopten un programa de estudios donde la paz sea el eje común. 
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[2] En ''Historia de una pasión argentina'', Eduardo Mallea indica que el trabajo creador se origina en una inteligencia desinteresada, un ensueño, una fantasía transformadora. Esta es la energía de las organizaciones de la sociedad civil (ONGs). Estas verdaderas "usinas de inteligencia" son valoradas por las Naciones Unidas, a tal punto que desde 1948 les otorga estatus consultivo para presentar ideas a los Estados miembros. Miles de OSC trabajan en políticas públicas, vivienda, infraestructura, economía, educación, salud, medio ambiente, tanto a nivel local, como regional y global, aplicando esa inteligencia en microexperiencias que, cuando el Estado las extiende a nivel macro, benefician a un mayor número de personas.

Revisión actual del 18:33 22 nov 2022

Estos capítulos forman parte de la conferencia sobre “Cambio de paradigma hacia la sustentabilidad y la regeneración, y la creación de valor integral”.

Promesas incumplidas

A 100 años de la gran promesa de la Revolución Industrial, con su lema “progreso para todos”, podemos afirmar que a nivel global ésta no se cumplió.

La mitad de la población del mundo –4000 millones de personas– vive con menos de tres dólares por día, lo que la sume en altos niveles de pobreza, indigencia y miserabilidad. Salud, higiene, agua potable y educación son privilegios para muy pocos. Tener un techo para protegerse de las inclemencias del clima, contar con una cama donde dormir, girar una canilla y que salga agua, y apretar un botón y tener luz, son necesidades básicas que continúan estando insatisfechas e inaccesibles para la mayoría de los habitantes del planeta (solo basta con ver los gráficos y las estadísticas que nos ofrece Our World in Data para darnos cuenta de la gravedad de los problemas que padecen millones en el mundo día tras día),[1] quienes además deben sufrir la “penalidad por pobreza” por el solo hecho de estar excluidos del sistema

En este sentido, el ser humano se enfrenta hoy a una nueva realidad: el “sueño americano”, el modelo de producción y acumulación de riqueza económica que se conoce con el nombre de capitalismo –basado en la eficiencia, la eficacia y el libre mercado–, que tan buenos resultados en términos de inclusión brindó a millones de personas por décadas durante el siglo XX, no es un modelo exportable. En principio, porque para seguir consumiendo los ex recursos naturales –considerados en la actualidad como bienes sociales por su altísimo nivel de escasez– al ritmo al que las sociedades más avanzadas lo venimos haciendo hasta hoy, no alcanzan 4 planetas Tierra (así lo afirma el conocido biólogo de la biodiversidad, Edward Wilson, en su libro El futuro de la vida). Es imposible que las casi 8000 millones de personas que habitamos este planeta podamos disfrutar del confort promedio de cualquier neoyorquino, parisino, porteño o berlinés, simplemente porque de hacerlo se agotarían todos los recursos de nuestro planeta en muy poco tiempo.

Uno de los grandes desafíos que se nos presenta hoy es que estamos abandonando el paradigma de la administración de la escasez, que fue uno de los principales objetos de estudio de la economía hasta nuestros días,[2] para comenzar a entender y aprender a convivir en un planeta y en sociedades en las cuales los recursos son finitos. Aunque siempre lo fueron, pareciera que recién ahora estamos tomando cuenta de ello. En este sentido, debemos recordar que la naturaleza ya no puede seguir siendo considerada como un mero recurso más, sino que debe ser considerada como fuente de vida y salvaguarda de los ecosistemas.

Este cambio de paradigma de la “administración de la escasez” a la “administración de la finitud” nos sumerge en una enorme disrupción, que hace que las conversaciones se repitan porque no hay nada nuevo para preguntar dado que la realidad nos fuerza a tener que plantearnos las mismas cosas una y otra vez. Y a pesar de que nos cueste aceptarlo, todavía no disponemos de los conocimientos para poder enfrentar esta crisis y esto se ve reflejado, por ejemplo, en el desconocimiento acerca de cómo incluir las externalidades en los precios de los bienes y servicios.

Por lo tanto, debemos asumir el desafío de la transición entre un modelo de desarrollo basado en la extracción, a otro basado en la regeneración. En este nuevo modelo, aquello que hoy se conoce como basura o desperdicio, producto de la economía lineal –extracción, producción y acumulación–, se convierte en materia prima a partir de la implementación de modelos ecoeficientes de reducción, reuso y reciclado, que resultan básicos para poder ingresar en el círculo virtuoso de la economía circular. Un buen ejemplo es la minería urbana, que se presenta como una de las soluciones más atractivas para resolver el problema de los artefactos y electrodomésticos que ya no usamos y que tanto contaminan.

Al respecto, la economista inglesa Kate Raworth, a partir de su modelo “economía del donut” (doughnut economics), que se presenta como una verdadera revolución en el pensamiento económico que apunta a resolver problemas como la degradación ambiental y la desigualdad[3], propone un abordaje sistémico del concepto de desarrollo teniendo en cuenta los límites ecosistémicos planetarios. Esto implica, entre muchas otras cosas, aprender a desaprender todo lo conocido hasta hoy, para poder después definir nuevos estándares de convivencia y términos de intercambio, de modo que todos los habitantes del planeta estemos incluidos y podamos alcanzar la igualdad de acceso a las oportunidades y a los bienes sociales. “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”, afirma Benjamin Franklin. Una idea que nos advierte que, a nivel colectivo, aprender también supone asumir como propios los errores de la historia de la humanidad para no volver a repetirlos.

Por su parte, el fracaso de la promesa de progreso está provocando una enorme fractura en el pacto social, fractura que se profundiza y agranda cada día más. También está llevando a la humanidad a entender que progreso no es simplemente avanzar o ir hacia delante, que no se puede circunscribir solamente al concepto de eficiencia y eficacia en términos económicos, o a un modelo de desarrollo determinado, sino que debe significar una mejora en la calidad de vida para todos y no solo de unos pocos privilegiados. Como bien señala Luis Castelli, “no puede haber progreso a costa de”[4].


[1] Aunque nos parezca increíble, en la actualidad hay entre doce y veintisiete millones de personas en condiciones de esclavitud. La mayoría son esclavos por deudas. Principalmente en Asia del Sur, son personas que se encuentran bajo servidumbre por deudas contraídas con usureros, en ocasiones durante generaciones enteras. En cuanto a la práctica de la trata de personas, su objetivo fundamental es la prostitución de mujeres y niños, que es la industria criminal de mayor crecimiento. Se estima que en el futuro superará al tráfico de drogas. También lo es la esclavización de personas para su explotación laboral, que normalmente se da en sus propios países.

[2] Durante toda la historia de la humanidad, algunos recursos naturales como el aire y el agua fueron considerados como infinitos, por lo tanto carecían de valor económico. A través de la ley de oferta y demanda, el mercado establecía las reglas del juego y definía los parámetros de asignación de valor para cada producto o servicio. De allí surgía “el precio”, que no es otra cosa que el valor económico expresado en dinero, pero sin tener en cuenta el costo de reposición de esos recursos naturales consumidos y las “externalidades”, que son aquellos costos de algún bien o servicio que no son reflejados en el precio de los mismos.

[3] La única forma de resolver la desigualdad es a través de la inclusión, asegurando la igualdad de acceso a las oportunidades para todos y dejando capacidad instalada en las personas para que puedan resolver sus problemas e ir en la búsqueda de su proyecto de vida. Verdaderas oportunidades que promuevan la movilidad social para que, a través del trabajo digno, todos podamos sentirnos incluídos y vivir en dignidad.

[4] Ya son muchos los economistas que están de acuerdo con sustituir la idea del crecimiento económico actual, basada en el aumento del Producto Bruto Interno (PBI), por la de “progreso justo”.

Dos sistemas enfrentados

La Segunda Revolución Industrial que se inició en 1880 y cuyos efectos perduran hasta nuestros días, generó grandes transformaciones económicas que dieron origen a la producción en serie, el desarrollo del capitalismo y la aparición de las grandes empresas. A nivel social, estableció el nacimiento del proletariado y la cuestión social, cuyos problemas buscaron ser resueltos por el socialismo científico de Karl Marx.

Como consecuencia de ello, surgieron dos sistemas políticos, dos modelos económicos y dos formas de organización social opuestas e irreconciliables: el capitalismo y el comunismo.

El capitalismo, representado por pensadores como Adam Smith[1], John Locke, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, por parte de la llamada Escuela austríaca, tuvo su mayor expresión en Estados Unidos, mientras que el comunismo, representado por Karl Marx y Friedrich Engels, tuvo su mayor aplicación en la Unión Soviética. Estos dos países conformaron después de la Segunda Guerra Mundial dos bloques –en verdad el bloque capitalista y el comunista– que, a partir de una concepción diferente del modelo de desarrollo de la sociedad, se disputaron distintas maneras reordenar el mundo y mantuvieron un largo enfrentamiento conocido como la Guerra Fría, que concluyó en 1989 con la caída del Muro de Berlín.

A nivel económico, mientras el primero estaba orientado por las fuerzas del mercado y la libertad de comercio, el segundo era articulado e impulsado desde la planificación estatal.

En ambos modelos la creación de riqueza económica estaba a cargo de empresas, que en el sistema capitalista pertenecían al sector privado y, en el caso del modelo soviético, pertenecían al Estado y formaban parte del sector público. El eje del desarrollo para los dos sistemas se daba a partir de la articulación entre las empresas y el Estado.

En el marco del capitalismo, el sector público estaba representado por los gobiernos, cuya principal función es promover el bien común y la cohesión social, la administración del poder –justicia, seguridad, educación y salud–, y la redistribución a través del cobro de los impuestos. Existían asimismo una gran cantidad de organizaciones que se dedicaban a la beneficencia y la caridad: iglesias, damas de caridad y organizaciones filantrópicas de primera generación que se ocupaban de aliviar y solucionar los problemas de los pobres. La misión de estas organizaciones era dar y hacer el bien, y se consideraba que no formaban parte del modelo de desarrollo.

Modelo de desarrollo durante la Revolución Industrial

Modelo de desarrollo durante la Revolución Industrial1.jpg

[1] Adam Smith afirmaba: “No esperemos obtener nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurramos a su humanidad, sino a su egoísmo, y jamás hablemos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos obtendrán”. Al respecto, Armando Ribas (h) sostiene que no debemos olvidar que las reglas para organizar la sociedad deben estar basadas en la aceptación de que los hombres buscan, a través del trabajo, la persecución de ganancias para satisfacer sus propios intereses.

Tres formas diferentes de institucionalidad

Teniendo en cuenta que después de la caída del Muro de Berlín el proceso de globalización se dio a través del sistema capitalista, vamos a tomar este modelo como ejemplo y a traducirlo a un esquema de ejes cartesianos, que nos va a permitir comprender mejor los propósitos de cada uno de los actores sociales y su rol durante la Revolución Industrial.

Rol y función de los actores sociales durante la Revolución Industrial.JPG

En este cuadro se pueden apreciar el rol y la función unívoca que asumieron cada uno de los tres sectores durante la Revolución Industrial: el sector privado, representado por la empresa con su función y único objetivo que era la obtención de lucro; el sector público, representado por los gobiernos y su función de administración del poder y distribución de la riqueza económica a través de la recaudación de impuestos, y las entidades de beneficencia orientadas a la caridad y hacer el bien.

Traducido entonces este modelo a ejes cartesianos, se puede observar que durante la Revolución Industrial, el sector privado, representado por la empresa, en tanto organización con fines de lucro, tenía la función unívoca de ganar dinero.

El sector público, representado por el gobierno, se ocupaba de administrar el poder, la redistribución a través del cobro de impuestos, proporcionar seguridad jurídica y física, educación y salud, y promover el bien común y la cohesión social.

Por su parte, las organizaciones de beneficencia y caridad, y las diferentes iglesias –que en el marco de la Revolución Industrial no conformaban el sector social ya que éste aún no existía como tal–, tenían como función hacer el bien y ocuparse de los problemas de los más necesitados.

Fue a partir de este modelo de misión y visión unívoca de cada una de las institucionalidades mencionadas anteriormente –las empresas, las organizaciones de beneficencia y caridad, y los gobiernos–, que la sociedad occidental se organizó para solucionar sus problemas políticos, económicos y sociales.

De acuerdo con este eje de coordenadas, si nos situamos en el eje que corresponde al sector privado, representado por la empresa, cuando se parte de cero y sólo se piensa en el lucro y nada más que en ganar dinero, en la medida en que nos vamos acercando al infinito, desembocamos inexorablemente en lo que hoy se conoce con el nombre de capitalismo salvaje, que da nacimiento a una nueva categoría: el homo economicus, muy alejada de los fundamentos y postulados con los que fue creado el pensamiento del sistema capitalista por sus fundadores.

Por otro lado, si nos situamos en el eje que corresponde a las entidades de beneficencia, religiosas y filantrópicas, y solo se piensa en términos de caridad y hacer el bien, en la medida en que nos vamos alejando de cero y acercando al infinito este eje nos lleva hacia lo que podríamos llamar el lirismo.[1]

Por último, si nos situamos en el eje que corresponde al sector público representado por los gobiernos en todas sus formas, y solo se piensa en términos de administración del poder, este eje proyectado al infinito resulta en lo que en algún momento se conoció como absolutismo: la búsqueda y acumulación del poder por el poder mismo, que en el largo plazo asegura la arbitrariedad vitalicia.

En este sentido, es importante tener en cuenta que todos los sistemas económicos que funcionan hoy en el mundo: el capitalismo, el socialismo de estado, y recientemente, el capitalismo de estado en China, comparten un mismo patrón de diseño basado en la extracción y la acumulación, y los une una misma característica: son insostenibles. En el ADN de estos tres sistemas económicos se ven los mismos efectos: un alto grado de contaminación ambiental, la centralización y acumulación del poder para la defensa de los privilegios de unos pocos, la inequidad, la desigualdad, etc. Por lo tanto, creer que solo falló el capitalismo, nos hace pensar que aquello que va a funcionar en su reemplazo es el socialismo, o el capitalismo de estado; y ahí volvemos a caer una vez más en la misma trampa que no nos permite elevar la discusión y evolucionar hacia propuestas superadores de creación de valor.

Evolución de los tres sectores hacia el final de la Revolución Industrial.JPG

En este cuadro se puede observar el efecto del sostenimiento de la misión y visión unívoca de los sectores privado y público, y de las diferentes iglesias y entidades de beneficencia hacia el final de la Revolución Industrial y sus respectivas consecuencias: el capitalismo salvaje, en el caso del sector privado; el absolutismo, en el caso del sector público, y el lirismo en el caso de las iglesias y entidades de beneficencia.


[1] El “lirismo”, cuyas principales cualidades son el entusiasmo y la inspiración, se hace presente cuando se gestiona sin que importe demasiado si el impacto que se alcanza es positivo o no para la sociedad, y sin prestar mucha atención a si queda o no capacidad instalada en las personas o en la comunidad para resolver sus propios problemas. Algunos eligen para definirlo el término “utopía”, porque considero que es importante preservar este concepto, porque es claro que cuando no hay lugar para la utopía se hace presente la violencia. “Quiero poder imaginar la vida tal como nunca fue”, nos recuerda desde sus versos Fernando Pessoa.

La ruptura del pacto social

Durante muchas décadas, especialmente durante la Revolución Industrial, estas tres formas de institucionalidad mantuvieron una mirada unívoca respecto de su función en la sociedad, y lo cierto es que en aquel contexto histórico fue un modelo de desarrollo que para una parte del mundo resultó funcional y exitoso. Pero también es cierto, como señalábamos anteriormente, que este paradigma que auguraba el “progreso para todos” no se cumplió.

Mantener este viejo paradigma en el tiempo, sostener esta mirada de la realidad, implica no poder solucionar los problemas y desafíos que enfrentamos hoy como humanidad. Implica una ruptura en el pacto social, que es lo que actualmente enfrentamos, porque para resolver los problemas que acucian a nuestras sociedades y sus habitantes, no alcanza con que las empresas ganen dinero, ni que las entidades de beneficencia se dediquen a hacer el bien. Tampoco es suficiente que los gobiernos piensen solamente en acumular poder y vean de qué forma administrarlo, sin comprender que la política es una actividad cuyo objetivo es el de resolver pacífica y razonablemente conflictos entre personas y grupos humanos, y  la economía no es un proceso de suma cero, sino un proceso dinámico de creación de valor en el plano económico, producto de la economía de mercado y del libre intercambio de bienes y servicios.

Resulta evidente que esta vieja concepción del mundo está provocando desde hace algunas décadas una fuerte ruptura del pacto social entre los individuos entre sí, y entre los individuos y las instituciones –situación que muchas veces desemboca en el advenimiento de democracias fallidas en las que reinan la ineptocracia y la kakistocracia (el gobierno de los peores)–, y es la sociedad en su conjunto quien le está exigiendo a las instituciones un cambio radical en la concepción de su misión y visión para poder hacer frente a los desafíos que nos impone el cambio de paradigma que estamos transitando en la actualidad[1].


[1] El ensayista Robert Riemen nos advierte acerca de los peligros contemporáneos: “Una democracia se basa siempre en la idea central de la dignidad de los hombres, que significa cultivar valores morales y universales: vivir en la verdad, tener compasión, entender el significado de la belleza. Pero una democracia de masas no está interesada en esos valores; es una sociedad kitsch, completamente vacía, basada en el cultivo de nuestros instintos más básicos. No aprendimos las lecciones de la historia. Para estar sano hay que hacer un esfuerzo por llevar una vida saludable, y con la sociedad pasa lo mismo. Hay que trabajar en ella. La democracia nunca puede darse por sentado, como tampoco nuestra salud. Pensar que este sistema político llegó para quedarse es completamente ridículo. Lamentablemente, hoy en día las élites no están interesadas en cambiar la sociedad porque, si lo hacen, perderán su posición dominante inmediatamente. La clase política no está interesada en nosotros, las élites empresariales tampoco. Solo les importa que votes por ellos, que compres sus cosas y que te apuntes a su programa académico porque así pueden ganar dinero contigo. Las mejores mentes de nuestra generación están por ahí, pero la mayor parte del tiempo se encuentran aisladas, escribiendo libros que nunca van a ser publicados. Se tienen que organizar de nuevo.”

Evolución de los diferentes sectores ante al cambio de paradigma.jpg

En este cuadro se pueden apreciar las consecuencias de la falta de validación externa por parte de la sociedad ante al mantenimiento de una misión y visión unívoca por parte de los sectores público  privado, y de las iglesias y entidades de beneficencia hacia el final de la Revolución Industrial.

Respecto de las instituciones, no debemos olvidar que solo son formas de organización que fueron creadas por la sociedad para resolver sus problemas, contribuir al bienestar general, y promover el bien común y la cohesión social. Sin embargo, es muy claro que ya hace tiempo que en diferentes países y lugares del mundo muchas de estas instituciones se han convertido en verdaderas “corporaciones” que olvidaron el fin para el que fueron concebidas y cambiaron el eje de su accionar para dedicarse a defender los privilegios de unos pocos.[1]

Por lo tanto, es muy probable que en el futuro existan nuevas formas de institucionalidad, diferentes a éstas que conocemos hoy, más adecuadas para enfrentar los problemas y desafíos a los que estamos expuestos como humanidad.

De hecho, en diferentes ámbitos ya están surgiendo nuevos modelos de organización social que promueven estas nuevas formas de institucionalidad. En el ámbito económico, están surgiendo las empresas sociales, las sociedades de beneficio e interés colectivo, los movimientos de comercio justo y consumo responsable; y en el político, la figura del Ombudsman, las mesas de diálogo múltiples, las mesas de convivencia, los observatorios, los foros sociales e iniciativas que, en espacios virtuales, promueven la participación activa de la ciudadanía.[2]

Un buen ejemplo de estas nuevas formas de organización e institucionalidad es Dinamarca, país que inauguró un nuevo abordaje de las cuestiones laborales y de seguridad a través de lo que se conoce como flexicurity. Flexicurity o “flexiguridad” –un neologismo que es el resultado de la combinación de los términos flexibilidad y seguridad– refiere a una mayor flexibilización y desregulación del mercado laboral y de bienes y servicios, en una economía dinámica, complementada con seguridad para los trabajadores y protección pública a los más desfavorecidos. Otro caso interesante y que va en la misma dirección es el de la llamada “uberización” del mercado laboral, que contribuye al auge del trabajo independiente, freelance, multitarea, y a la aparición de modelos de empleo temporal, entre los que se cuentan los conocidos como supertemporales – trabajos que van más allá de cumplir con el horario laboral tradicional-. Ante estos nuevos escenarios, los trabajadores deberán volverse cada vez más flexibles y mostrar habilidades para realizar tareas y actividades productivas que no están directamente vinculadas al mercado, que faciliten la transición del pleno empleo a la plena actividad, creando de esta forma nuevas alternativas de ocupación para millones de personas que de otro modo quedarían fuera del mercado asalariado.

Pero, ¿qué otros cambios están también sucediendo en esta transición de la Revolución Industrial a la Era del Conocimiento?

Quizás el más significativo e importante es el surgimiento de una nueva figura: la del ciudadano global.

Sin lugar a duda, el gran emergente de la Revolución Industrial fue el trabajador quien, a partir de la inclusión social que significa tener un trabajo, durante varias décadas se constituyó en el protagonista de este período de la historia del mundo, lo que generó que enormes masas de asalariados alcanzaran la tan ansiada y valorada inclusión económica y social. Sin embargo, después de haber alcanzado numerosas conquistas sociales desde fines del siglo XIX y hasta aproximadamente mediados del siglo XX, los trabajadores de esta nueva era no quieren quedarse instalados en ese rol social, sino que aspiran a convertirse en verdaderos ciudadanos de un mundo globalizado, lo que representa un cambio sustancial[3]. En su carácter de ciudadanos globales, además de desarrollarse a través de un trabajo digno que les asegure poder contar con los ingresos que necesitan para vivir de su esfuerzo, también aspiran a convertirse en agentes de cambio y a tener bienestar y calidad de vida[4]: trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Estos ciudadanos, que se atreven a soñar futuros compartidos y que abogan por el respeto irrestricto al derecho que tiene cada persona de ir en búsqueda de su felicidad a partir de poder construir su proyecto de vida, son los grandes agentes del cambio que se está gestando actualmente a nivel global: abrazan los postulados de la Declaración de Responsabilidades y Deberes Humanos, observan permanentemente a las instituciones desde una mirada vigilante y, para renovarles la licencia social que éstas necesitan para operar, les exigen el desarrollo y la práctica de una nueva agenda, que implica un nuevo pacto social[5] basado en la vigencia de los Derechos Humanos, la ecobioética y la ética del cuidado, la cultura de paz y la dignidad humana. Después de todo, como bien señala Bernardo Toro, no debemos olvidar que aquello que transforma y le da sustentabilidad a una sociedad son los intercambios –transacciones– cotidianas que hacen posible la supervivencia, la convivencia, la producción y la vida con sentido. Y son justamente estos intercambios los que le agregan o no valor a todos los bienes, servicios, valores y emociones de una sociedad. Por lo tanto, el cambio ocurre cuando pasamos de transacciones de ganar-perder a transacciones de ganar-ganar, ya que éstas últimas son las que aumentan la riqueza y disminuyen la inequidad. Dice Toro: “En definitiva, hagamos lo que hagamos, si lo que hacemos contribuye a hacer posible la vida digna de la gente y a cuidar los bienes ecosistémicos del planeta, nuestra actuación siempre será ética y cumpliremos con la premisa ganar-ganar”.


[1] En su libro El hombre mediocre, José Ingenieros ya nos advertía acerca de estos problemas: "cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad.  El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan. La declinación de la ‘educación’ y su confusión con ‘enseñanza’ permiten una sociedad sin ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos ignorantes y rapaces." 

[2] Actualmente, a nivel global se están promoviendo diferentes iniciativas para que en cada reunión internacional a la que asisten los jefes de Estado se creen paralelamente observatorios sociales en los que participen una coalición de multi-stakeholders cuyos procesos de diálogo, sumados a las negociaciones políticas, puedan llegar a conclusiones y resultados en común.

[3] Según el filósofo colombiano Bernardo Toro, “un ciudadano es toda aquella persona que, en cooperación con otras, tiene la capacidad de crear, transformar o conservar el orden social en el que ella misma quiere vivir, cumplir y proteger para la dignidad de todos”.

[4] Es muy importante que dicho bienestar y calidad de vida estén basados en una mirada de largo plazo y acompañados de la templanza, para no caer en la trampa que nos propone la satisfacción inmediata del deseo, con las consecuencias que ya conocemos.

[5] Ciudadanos globales + intereses globales= agenda global. Actualmente en Japón se está probando un revolucionario plan piloto llamado "Cambio Valiente" (Futoji no henko), basado en los programas educativos: Erasmus, Grundtvig, Monnet, Ashoka y Comenius. Es un cambio conceptual revolucionario, que rompe todos los paradigmas conocidos y forma a los niños como "ciudadanos del mundo". Solo ofrece las materias: aritmética de negocios, lectura, civismo, computación, idiomas, alfabetos, culturas y religiones, con un fuerte acento en el respeto por la ley, la ecología y la convivencia.

Creación de valor integral

En el pasado, tal como hemos visto anteriormente, tanto el sector privado como el sector social y el sector público, tenían que concentrarse solamente en su foco de creación de valor. Respondían a un modelo de misión y visión unívoca de cada una de las institucionalidades. El cambio de paradigma que estamos atravesando o iniciando en la actualidad, lleva a que cada uno de estos sectores mantenga su foco original de creación de valor, pero que además deban comenzar a considerar el de los otros dos actores para complementarse y actuar en forma conjunta ya que, a partir del principio de corresponsabilidad e interdependencia, ninguno de estos tres sectores puede actuar en el contexto social por sí solo.

Es por eso que cuando hoy una empresa –sector privado– tiene que dar respuesta a la sociedad para que ésta le renueve la licencia social que necesita para operar, deja de pensar exclusivamente en términos de lucro para incorporar los contenidos de la “nueva agenda” y comenzar a operar en términos de creación de valor económico (CVE).

En cuanto al sector social, por la demanda de tener que atender a la misma agenda de transparencia, gobernabilidad, legitimidad, validación externa, medición de impacto, etc., deja de ocuparse únicamente de la beneficencia, la caridad y la filantropía, para enfocar su accionar en lograr impacto positivo y, en consecuencia, crear valor social (CVS).

Al respecto, hay que considerar que determinados grupos dentro de la sociedad, especialmente los grupos de riesgo, precisan inexorablemente de ayuda porque por su condición de precariedad y situación de pobreza no están en condiciones de valerse por sí mismos para asegurarse el sustento y su inclusión social, de modo que hay que brindarles la asistencia que necesitan por el tiempo que sea necesario. Este es un tema sobre el que no cabe ninguna discusión. Sin embargo, como bien señala Pedro Opeko, “salvo en casos muy excepcionales, no se debe ayudar sin que haya una contrapartida a la ayuda que se recibe, sino caemos en el asistencialismo, que implica faltar el respeto a la dignidad de la persona humana porque se la hace dependiente de otros y no es libre”.

Hoy en día ya se están abordando nuevas dimensiones en el campo de la filantropía, como por ejemplo, considerar a las inversiones sociales –de las que se esperan obtener importantes dividendos sociales en términos de inclusión y desarrollo– como instrumentos clave del cambio social.

Y con el sector público pasa exactamente lo mismo: cuando desde la sociedad se le exige al gobierno que aplique y ponga en práctica la agenda de la sostenibilidad y de la regeneración, éste deja de enfocarse exclusivamente en la acumulación y administración del poder y en la redistribución; y se convierte en un agente de creación de valor público (CVP).[1]

Es importante tener en cuenta que siempre que hablamos de creación de valor, estamos hablando de personas, organizaciones o instituciones que aspiran a ser superavitarias a través de su respectivo modelo de propuesta de valor (concepto que primero se aplicó dentro del sector privado y cuyo uso ya se ha extendido a los sectores social y público). Porque cuando sale más de lo que ingresa, inexorablemente en el corto o mediano plazo nos volvemos deficitarios, y en el largo parasitarios, con los problemas de destrucción de valor que este tipo de situaciones conllevan[2].


[1] Lo mismo sucede cuando el gobierno se une a los otros dos sectores –el privado o el social– para sumarse y participar activamente en aquellos espacios que la sociedad va creando y desarrollando por sí misma para que después las instituciones se hagan presentes y los ocupen de forma legítima y organizada.

[2] Dice Ayn Rand: “Cuando adviertas que para producir necesitas tener autorización de quienes no producen nada, cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores, cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.

Modelo de desarrollo en el paradigma de la sustentabilidad y la regeneración.jpg

El principio de corresponsabilidad e interdependencia nos exige que, sin perder su foco original de creación de valor respectivo, cada uno de los tres sectores aprenda a complementarse y actuar de forma conjunta con los otros dos en la búsqueda de creación de valor integral.

¿En qué se diferencia el concepto de “creación de valor” respecto del paradigma anterior?

Que por este paso del modelo tradicional unidimensional, al multidimensional inter-retro-dependiente en el que se basa el desarrollo humano sostenible, las instituciones de cada sector deben ocuparse al mismo tiempo de su misión específica, aquello para lo que fueron creadas, y considerar también su articulación con las instituciones de los otros dos sectores, con el fin de acompañar y sumar en el proceso de creación de valor de las mismas. No estamos hablando de otra cosa que del concepto de valor compartido, como bien señala Michael Porter (concepto que ya había sido previamente abordado y desarrollado por Alberto Levy).

Es en esta instancia, donde se encuentran estas tres formas de institucionalidad en las que se reúnen y alinean la creación de valor económico con la creación de valor social y la creación de valor público, da como resultado una ecuación emergente que incluye y abarca a todas las dimensiones de creación de valor por igual: es la creación de valor integral, enfoque que a su vez da nacimiento a las organizaciones de nueva generación o de nuevo paradigma. Estas organizaciones se asumen a sí mismas como proyectos superavitarios, dinámicos, flexibles y en permanente cambio, movimiento y adaptación frente a las organizaciones tradicionales que tienden a ser rígidas, estáticas y, en muchos casos, deficitarias. Organizaciones que, desde un abordaje sistémico y sin descuidar su foco de creación de valor respectivo, también promueven y acompañan las otras dos dimensiones de creación de valor en pos de la creación de valor integral, sostenible y regenerativo

(Creación de Valor Integral ∞).

Creación de Valor Integral.jpg

Por lo tanto, en la era del conocimiento y de la conciencia, la organización de la sociedad se consolida en torno a este nuevo paradigma, en el que las tres formas de institucionalidad –el sector público, el privado y el social–, más allá de su misión original, adquieren un nuevo “propósito” –que es aquello que define para qué hago lo que hago–, en pos de la creación de valor sostenible. Esta nueva característica, la de la sostenibilidad, se traslada por carácter transitivo a cada una de las dimensiones de creación de valor, lo que da como resultado que la creación de valor público se vuelva sostenible, al igual que la creación de valor económico y la creación de valor social.

CVP ∞ + CVE ∞ + CVS ∞ = Creación de Valor ∞

En cualquier caso, es necesario incorporar una cuarta dimensión que es común a todos: la ambiental. Porque la creación de valor ambiental (CVA) es algo que les compete a absolutamente todas las personas, organizaciones e instituciones del planeta.

Creación de Valor Ambiental.jpg

Actualmente, también se está estudiando la posibilidad de incorporar una nueva dimensión de creación de valor que es la “eco-espiritualidad” o “creación de valor eco espiritual cívico ciudadano” que, basada en los principios y valores éticos y morales universales, y en los valores democráticos y republicanos, aplica tanto para el individuo como para las instituciones y la sociedad en su conjunto. Su incorporación resulta imprescindible porque solo personas conscientes de la dimensión espiritual de la condición humana, tienen la templanza y la fortaleza que se necesita para poder impulsar y llevar adelante la agenda del nuevo paradigma[1].

La eco-espiritualidad cívico ciudadana es una nueva espiritualidad que está directamente vinculada con nuestra casa común que es la Tierra, y no se expresa a través del misticismo, sino a través de la puesta en práctica de los principios y valores éticos y morales universales, a los que se suman la cultura cívica y la participación ciudadana, la ética ecológica, la ecotecnología, la ecopolítica, la ecología social, la ecología mental y la ecología integral mística cósmica. Una eco-espiritualidad laica, que nos guía en el camino de la integralidad entre el mundo y la Tierra, que nos alienta a tomar conciencia de la necesidad urgente de la regeneración en su sentido más amplio. Acoger y fomentar esta nueva espiritualidad nos invita a una dimensión ampliada de la conciencia, que nos ayuda a evolucionar del yo al yo-nosotros, del yo al yo-Tierra, y del yo al yo-cosmos[2]. En la medida en que comprendamos esta nueva dimensión ampliada de la conciencia, es muy probable que el ser humano deje de estar en el centro de la escena, para ubicar allí al “sistema Vida” en todas sus dimensiones, ya que nuestra supervivencia como especie depende la supervivencia de otros seres y de la sanidad de los ecosistemas. Reconocer esta interdependencia –que como bien señala Pedro Tarak, es una realidad objetiva–, es comprender al ser humano como parte de la naturaleza y no separado de ella, y nos ubica quizás, en los albores de un cambio de paradigma de una magnitud tal como lo fueron en su momento las ideas de Copérnico y Galileo.

Creación de valor eco espiritual.jpg

[1] Para poder impactar en el afuera, primero debemos lograrlo dentro de nosotros mismos. De ahí la importancia relevante de esta nueva dimensión de creación de valor, ya que, de otra forma, toda proclama vinculada con la sostenibilidad y la regeneración puede rápidamente transformarse en palabra vacía.

[2] Tal como explica Fray Jorge Oscar Peixoto en “Ecología Franciscana”, la ecología entendida como una ciencia global nos lleva a considerar a la naturaleza no como un ‘hábitat biológico’ en el que podemos desarrollar nuestra técnica y nuestra ciencia, sino como aquello que nos une en “procesos vitales comunes” de los que dependemos, o mejor, inter-dependemos, relación de la que no podemos evadirnos ni mucho menos evitar nuestra responsabilidad. En este sentido, podríamos decir que la creación de valor eco-espiritual cívico-ciudadano es una dimensión integral y holística, cuya resultante no es la suma de las partes, sino que considera la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes, articuladas siempre entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad. Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su misión dentro de esa inmensa totalidad: un ser que puede captar todas esas dimensiones, alegrarse con ellas, agradecer a la inteligencia que ordena todo y al amor que mueve todo, sentirse un ser ético y responsable por la parte del universo que le cabe habitar: la Tierra.

Rol y función de los sectores público, privado y social.jpg

En este cuadro se puede apreciar el nuevo rol y función que asume cada uno de los tres sectores, ahora interdependientes, en el paradigma de la sustentabilidad: el sector privado reorientado a la creación de valor económico sostenible, el sector público a la creación de valor público sostenible, y el sector social a la creación de valor social sostenible. La sumatoria de estos tres vectores nos da como resultado la Creación de Valor Integral. A su vez, en este nuevo paradigma surgen a nivel macro dos nuevas dimensiones omniabarcantes: la creación de valor ambiental y la creación de valor eco-espiritual cívico-ciudadano. La creación de valor integral surge, por lo tanto, como un emergente sistémico producto de la sumatoria de cinco dimensiones diferentes de creación de valor.

¿Cuál es el principal desafío que nos presenta este nuevo paradigma?

Poder llevarlo adelante en el marco de una cultura de paz. La paz como la articulación de la autoafirmación, la voluntad de integración y la libertad de ser. Ser uno sin tener miedo a ser castigado o reprimido por “ser”, la celebración de la diferencia y la no violencia activa. La paz como escucha y palabra desarmada, el principio y el fin de lo humano. La paz, no como la ausencia de guerra sino como la presencia de justicia y equidad. La paz, como “la plenitud ocasionada por una relación correcta consigo mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con la totalidad de que formamos parte”, tal como la define la Carta de la Tierra elaborada por la Comisión de la Tierra integrada por representantes de todos los continentes y asumida por la Unesco en el año 2000[1].

Todo esto que se enuncia ya empieza a integrar documentos sustanciales, como el Pacto Mundial (Global Compact) de las Naciones Unidas (ONU), que fue presentado en el Foro Mundial de Davos, en 1999. Su fin es promover el diálogo social para la creación de una ciudadanía corporativa global, que permita conciliar los intereses de las empresas con los valores y demandas de la sociedad civil, los proyectos de la ONU, sindicatos y Organizaciones No gubernamentales (ONGs)[2], sobre la base de diez principios en áreas relacionadas con los derechos humanos, el trabajo, el medio ambiente y la corrupción. La entidad que adhiere al Pacto Global (empresa, ONG, sindicato) asume voluntariamente el compromiso de ir implantando los diez principios en sus actividades cotidianas, y rendir cuentas a la sociedad de los progresos que realiza en ese proceso de cambio, con publicidad, transparencia y mediante la elaboración de Informes de Progreso.

Y más recientemente, los Objetivos de Desarrollo del Milenio y Objetivos del Desarrollo Sostenible, centrado en impulsar cambios sistémicos a nivel global, como por ejemplo, el desarrollo de un modelo económico sustentable, la generación de empleo, la reducción de la desigualdad e innovación para el uso más eficiente y consciente de los recursos naturales, erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Esperemos que, en el futuro cercano, a partir de ir cumpliendo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, nos animemos al mismo tiempo a dar el próximo paso y también podamos enfocarnos en la forma en la que se logran dichos objetivos, en “cómo” se alcanzan las metas y de qué modo se establecen los vínculos entre las personas y se conforma el pacto cultural dentro de la sociedad para alcanzar aquello que nos hemos propuesto. De esta forma, podremos complementar los Objetivos de Desarrollo Sostenible con los Subjetivos de Desarrollo Sostenible.

Esto implica que una sociedad pueda alcanzar las metas y objetivos que se ha propuesto a través de sumarle a su proceso de toma de decisiones valores éticos, morales y ciudadanos, que contribuyan no solo a que aumenten los niveles de sostenibilidad de la sociedad y de los mercados, sino también de la humanidad en su conjunto.

Existen también otros instrumentos, como el Pacto Mundial (Global Compact) de las Naciones Unidas (ONU), que fue presentado en el Foro Mundial de Davos, en 1999. Su fin es promover el diálogo social para la creación de una ciudadanía corporativa global, que permita conciliar los intereses de las empresas con los valores y demandas de la sociedad civil, los proyectos de la ONU, sindicatos y Organizaciones No gubernamentales (ONGs)[3], sobre la base de diez principios en áreas relacionadas con los derechos humanos, el trabajo, el medio ambiente y la corrupción. La entidad que adhiere al Pacto Global (empresa, ONG, sindicato) asume voluntariamente el compromiso de ir implantando los diez principios en sus actividades cotidianas, y rendir cuentas a la sociedad de los progresos que realiza en ese proceso de cambio, con publicidad, transparencia y mediante la elaboración de Informes de Progreso.


[1] Es importante tener en cuenta las diferentes iniciativas que se están desarrollando alrededor del mundo vinculadas con la educación para la paz como método de prevención de conflictos. Instituciones como la Unesco, la Escola de Cultura de Pau de Catalunya, la Universidad para la Paz en Costa Rica y la organización no gubernamental Intermón Oxfam, entre otras, trabajan activamente para que las escuelas adopten un programa de estudios donde la paz sea el eje común.

[2] En Historia de una pasión argentina, Eduardo Mallea indica que el trabajo creador se origina en una inteligencia desinteresada, un ensueño, una fantasía transformadora. Esta es la energía de las organizaciones de la sociedad civil (ONGs). Estas verdaderas "usinas de inteligencia" son valoradas por las Naciones Unidas, a tal punto que desde 1948 les otorga estatus consultivo para presentar ideas a los Estados miembros. Miles de OSC trabajan en políticas públicas, vivienda, infraestructura, economía, educación, salud, medio ambiente, tanto a nivel local, como regional y global, aplicando esa inteligencia en microexperiencias que, cuando el Estado las extiende a nivel macro, benefician a un mayor número de personas.