Evolución de las organizaciones en el nuevo paradigma

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Dos sistemas enfrentados

La Segunda Revolución Industrial que se inició en 1880 y cuyos efectos perduran hasta nuestros días, generó grandes transformaciones económicas que dieron origen a la producción en serie, el desarrollo del capitalismo y la aparición de las grandes empresas. A nivel social, estableció el nacimiento del proletariado y la cuestión social, cuyos problemas buscaron ser resueltos por el socialismo científico de Karl Marx.

Como consecuencia de ello, surgieron dos sistemas políticos, dos modelos económicos y dos formas de organización social opuestas e irreconciliables: el capitalismo y el comunismo.

El capitalismo, representado por pensadores como Adam Smith[1], John Locke, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, por parte de la llamada Escuela austríaca, tuvo su mayor expresión en Estados Unidos, mientras que el comunismo, representado por Karl Marx y Friedrich Engels, tuvo su mayor aplicación en la Unión Soviética. Estos dos países conformaron después de la Segunda Guerra Mundial dos bloques –el bloque capitalista y el comunista– que, a partir de una concepción diferente del modelo de desarrollo de la sociedad, se disputaron distintas maneras reordenar el mundo y mantuvieron un largo enfrentamiento conocido como la Guerra Fría, que concluyó en 1989 con la caída del Muro de Berlín.

A nivel económico, mientras el primero estaba orientado por las fuerzas del mercado y la libertad de comercio[2], el segundo era articulado e impulsado desde la planificación estatal.

En ambos modelos, la creación de riqueza económica estaba a cargo de empresas, que en el sistema capitalista pertenecían al sector privado y, en el caso del modelo soviético, pertenecían al Estado y formaban parte del sector público. El eje del desarrollo para los dos sistemas se daba a partir de la articulación entre las empresas y el Estado.

Modelo de desarrollo durante la Revolución Industrial.JPG

Tres formas diferentes de institucionalidad

Teniendo en cuenta que después de la caída del Muro de Berlín el proceso de globalización se dio a través del sistema capitalista, vamos a tomar este modelo como ejemplo y a traducirlo a un esquema de ejes cartesianos, que nos va a permitir comprender mejor los propósitos de cada uno de los actores sociales y su rol durante la Revolución Industrial.

Rol y función de los actores sociales durante la Revolución Industrial.JPG

En este cuadro se pueden apreciar el rol y la función unívoca que asumieron cada uno de los tres sectores durante la Revolución Industrial: el sector privado, representado por la empresa, con su función y único objetivo que era la obtención de lucro; el sector público, representado por los gobiernos, con su función de promover el bien común, la cohesión social, y proporcionar seguridad, justicia, educación y salud; y las iglesias y las entidades de beneficencia orientadas a la caridad y hacer el bien. 


Traducido este modelo a ejes cartesianos, se puede observar que durante la Revolución Industrial, el sector privado, representado por la empresa, en tanto organización con fines de lucro, tenía la función unívoca de ganar dinero.

El sector público, representado por el gobierno, se ocupaba de administrar el poder, la redistribución de la riqueza a través del cobro de impuestos, proporcionar seguridad jurídica y física, educación y salud, y promover el bien común y la cohesión social.

Por su parte, las organizaciones de beneficencia y caridad, y las diferentes iglesias –que en el marco de la Revolución Industrial no conformaban el sector social ya que éste aún no existía como tal y, por lo tanto, se encontraban fuera del modelo de desarrollo–, tenían como función hacer el bien y ocuparse de los problemas de las viudas, los huérfanos, los pobres, los enfermos y los más necesitados.

Fue a partir de este modelo de misión y visión[1] unívoca de cada una de las institucionalidades mencionadas anteriormente –las empresas, las organizaciones de beneficencia y caridad, y los gobiernos–, que la sociedad occidental se organizó para solucionar sus problemas políticos, económicos y sociales.

De acuerdo con este eje de coordenadas, si nos situamos en el eje que corresponde al sector privado, representado por la empresa, cuando se parte de cero y solo se piensa en términos de lucro y nada más que en ganar dinero, en la medida en que nos vamos acercando al infinito, desembocamos inexorablemente en lo que hoy se conoce con el nombre de capitalismo salvaje, que da nacimiento a una nueva categoría, muy alejada de los fundamentos y postulados con los que fue creado el pensamiento del sistema capitalista por sus fundadores.

Por otro lado, si nos situamos en el eje que corresponde a las entidades religiosas, de beneficencia y filantrópicas, y solo se piensa en términos de caridad y hacer el bien, en la medida en que nos vamos alejando de cero y acercando al infinito, este eje nos lleva hacia lo que podríamos llamar el lirismo[2], cuyas principales características son el entusiasmo y la inspiración, sin que importe demasiado si el impacto que se alcanza termina siendo positivo o no para los beneficiarios y la sociedad en su conjunto, y sin prestar mucha atención a si queda o no capacidad instalada en las personas o en la comunidad para resolver sus propios problemas.

Al respecto, si bien antes de la Segunda Guerra Mundial ya existían algunas organizaciones que buscaban mejorar el bienestar social, y tomaron parte en cuestiones como la abolición de la esclavitud o la lucha por el sufragio femenino, fue recién en 1945 que aparece la expresión Organización No Gubernamental (ONG), utilizada por primera vez por  la ONU para nombrar a una función consultiva para las organizaciones que no eran parte del gobierno ni de los estados miembros. Desde entonces, el sector no gubernamental en los países occidentales se desarrolló y creció a gran velocidad, en parte como resultado de los procesos de separación entre la Iglesia y el Estado, y también por el protagonismo que fueron tomando los ciudadanos, que compartían una visión y misión común y que comenzaron a organizarse a través de organizaciones no gubernamentales, fundaciones, asociaciones civiles sin fines de lucro, etc. para resolver sus propios problemas. Este movimiento dio a su vez lugar a la conformación del sector social o Tercer Sector, que hoy en día, junto con el sector privado y el sector público se ha convertido en uno de los tres principales actores a nivel global.

Por último, si nos situamos en el eje que corresponde al sector público representado por los gobiernos en todas sus formas, y solo se piensa en términos de administración del poder, este eje proyectado al infinito resulta en lo que en algún momento se conoció como absolutismo: la búsqueda y acumulación del poder por el poder mismo, que de ninguna manera puede ser algo deseable por la sociedad porque en el largo plazo asegura el despotismo y la arbitrariedad vitalicia.  

Evolución de los tres sectores hacia el final de la Revolución Industrial.JPG

En este cuadro puede verse la evolución de los diferentes sectores hacia el final de la Revolución Industrial y sus consecuencias: el capitalismo salvaje, en el caso del sector privado; el absolutismo, en el caso del sector público, y el lirismo, en el caso de las iglesias y entidades de beneficencia, que hacia el final de la revolución industrial, junto con las ONGs y las organizaciones del sector social, comenzaron a conformar el tercer sector.


La ruptura del pacto social

Durante muchas décadas, especialmente durante la Revolución Industrial, estas tres formas de institucionalidad mantuvieron una mirada unívoca respecto de su función en la sociedad, y lo cierto es que en aquel contexto histórico fue un modelo de desarrollo que para una parte del mundo resultó funcional y exitoso. Pero también es cierto, como señalábamos anteriormente, que este paradigma que auguraba el “progreso para todos” no se cumplió.

Mantener este viejo paradigma en el tiempo, sostener esta mirada de la realidad, implica no poder solucionar los problemas y desafíos que enfrentamos hoy como humanidad. Implica una ruptura en el pacto social, que es lo que actualmente enfrentamos, porque para resolver los problemas que acucian a nuestras sociedades y sus habitantes, no alcanza con que las empresas ganen dinero, ni que las entidades de beneficencia y las organizaciones sociales se dediquen a hacer el bien. Tampoco es suficiente que los gobiernos piensen solamente en acumular poder y vean de qué forma administrarlo, sin comprender que la política es una actividad cuyo objetivo es el de resolver pacífica y razonablemente conflictos entre personas y grupos humanos, y que la economía no es un proceso de suma cero, sino un proceso dinámico de creación de valor en el plano económico, producto de la economía de mercado y del libre intercambio de bienes y servicios[1].

Resulta evidente que esta vieja concepción del mundo está provocando desde hace algunas décadas una fuerte ruptura del pacto social entre los individuos entre sí, y entre los individuos y las instituciones, situación que muchas veces desemboca en el advenimiento de democracias fallidas en las que reinan la ineptocracia y la kakistocracia (el gobierno de los peores). La sociedad en su conjunto les está exigiendo a las instituciones un cambio radical en la concepción de su misión y visión, para poder hacer frente a los desafíos que nos impone el cambio de paradigma hacia la sostenibilidad y la regeneración que estamos transitando en la actualidad[2].

Evolución de los diferentes sectores ante al cambio de paradigma.jpg

En este cuadro se pueden apreciar las consecuencias de la falta de validación externa por parte de la sociedad ante el sostenimiento en el tiempo de una misión y visión unívoca, lineal y unidimensional de los actores y organizaciones de los tres sectores.


Respecto de las instituciones públicas, no debemos olvidar que solo son formas de organización que fueron creadas por la sociedad para resolver sus problemas, contribuir al bienestar general, y promover el bien común y la cohesión social. Sin embargo, es muy claro que ya hace tiempo que en diferentes países y lugares del mundo muchas se han convertido en verdaderas “corporaciones”, que olvidaron el fin para el que fueron concebidas y cambiaron el eje de su accionar para dedicarse a defender los privilegios de unos pocos[1].

Todos los sistemas político-económicos que funcionan hoy en el mundo: el capitalismo, el comunismo, el socialismo de Estado y el capitalismo de Estado en China, comparten un mismo patrón de diseño basado en la economía lineal: inversión, extracción, fabricación/producción, consumo, eliminación y acumulación, y los une una misma característica: son insostenibles. En el ADN de estos cuatro sistemas se ven los mismos efectos: la centralización y acumulación del poder para la defensa de los privilegios de unos pocos y un alto grado de contaminación ambiental e inequidad. De modo que creer que solo falló el capitalismo, nos puede hacer pensar que aquello que podría funcionar en su reemplazo sería el socialismo o el capitalismo de Estado, con lo cual volveríamos a caer una vez más en la misma trampa del falso dilema que no nos permite elevar la discusión y evolucionar hacia nuevas propuestas superadores de creación de valor.

Es muy probable –y necesario– que en el futuro existan nuevas formas de institucionalidad, diferentes a éstas que conocemos hoy, más adecuadas para enfrentar los problemas y desafíos a los que estamos expuestos como humanidad.

De hecho, en diferentes ámbitos ya están surgiendo nuevos modelos de organización social que promueven estas nuevas formas de institucionalidad. En el ámbito económico, están surgiendo las empresas sociales, las sociedades de beneficio e interés colectivo, los movimientos de comercio justo y consumo responsable; y en el político, la figura del Ombudsman, las mesas de diálogo múltiples, las mesas de convivencia, los observatorios, los foros sociales e iniciativas que, en espacios virtuales, promueven la participación activa de la ciudadanía[2].


Creación de valor

Tal como hemos visto anteriormente, en el pasado tanto el sector privado como el sector social y el sector público tenían que concentrarse solamente en su foco de creación de valor. Respondían a un modelo de misión y visión unívoca de cada una de estas tres formas de institucionalidad. El cambio de paradigma que estamos atravesando o iniciando en la actualidad, lleva a que cada uno de estos sectores mantenga su respectivo foco de creación de valor, pero que además deban comenzar a considerar el de los otros dos actores para complementarse y actuar en forma conjunta. A partir del principio de corresponsabilidad e interdependencia el progreso se alcanza como consecuencia de la interacción de los tres sectores, por lo tanto, ninguno de ellos puede actuar en el contexto social por sí solo.

Es por eso que cuando hoy una empresa –sector privado– tiene que dar respuesta a la sociedad para que ésta le renueve la licencia social que necesita para operar, deja de pensar exclusivamente en términos de lucro para incorporar los contenidos de la “nueva agenda” de la sociedad globalizada –muy bien reflejada en los Objetivos de desarrollo Sostenible–, y de esa forma comenzar a operar en términos de creación de valor económico (CVE). Vinculada con la creación de valor económico sostenible, últimamente ha surgido un nuevo concepto: la creación de valor regenerativo, una nueva lógica en pos de la urgente y necesaria economía regenerativa. La creación de valor regenerativo integra el éxito económico con el impacto regenerativo para las personas y el planeta, y beneficia de manera equitativa a todas las partes interesadas, incluyendo a los accionistas y a la naturaleza.

En cuanto al sector social, por la demanda de tener que atender a la misma agenda de inclusión, equidad, transparencia, gobernabilidad, legitimidad, validación externa, ecoeficiencia, medición de impacto, rendición de cuentas, largo plazo, etc., deja de ocuparse solamente de la beneficencia, la caridad y la filantropía –como lo ha venido haciendo históricamente–, para enfocar su accionar en lograr impacto positivo y, en consecuencia, crear valor social (CVS)[3].

Al respecto, hay que considerar que determinados sectores de la sociedad, especialmente los de riesgo, precisan inexorablemente de ayuda, porque por su condición de precariedad y situación de pobreza, no están en condiciones de valerse por sí mismos para asegurarse el sustento y su inclusión social, de modo que hay que brindarles la asistencia que necesitan por el tiempo que sea necesario. Es por demás claro que la beneficencia y la caridad no resultan suficientes ya que no generan verdaderas transformaciones. Y, pese a que siempre habrá personas que necesiten de subsidios y otro tipo de ayuda para poder sobrevivir, hoy se sabe que en lugar de regalar pescado lo más importante es no solo enseñar a pescar, sino además dejar capacidad instalada en esas personas para que puedan desarrollar su propio proyecto de vida a partir de que aprendan a mejorar los procesos y las artes de pesca, y de esa forma poder ir en la búsqueda de su felicidad. Este es un tema profundamente relacionado con el principio de solidaridad y con la ética de las emergencias[4], y sobre el que no cabe ninguna discusión[5].

En la actualidad, en el campo de la filantropía ya se están abordando nuevas dimensiones. Por ejemplo, considerar a las inversiones sociales –de las que se esperan obtener importantes dividendos sociales en términos de inclusión y desarrollo– como instrumentos clave del desarrollo social.

Y con el sector público pasa exactamente lo mismo: cuando desde la sociedad se le exige al gobierno que ponga en práctica la agenda de la sostenibilidad y la regeneración y aplique un modelo de gestión sostenible, éste deja de enfocarse exclusivamente en la acumulación y administración del poder, y en la redistribución, y se convierte en un agente de creación de valor público que genera oportunidades para la sociedad en su conjunto (CVP).[6]

Es importante tener en cuenta que siempre que hablamos de creación de valor, estamos hablando de personas, organizaciones o instituciones que aspiran a ser superavitarias a través de su respectivo modelo de propuesta de valor (concepto que primero se aplicó dentro del sector privado y cuyo uso ya se ha extendido a los sectores social y público). Porque cuando sale más de lo que ingresa, inexorablemente en el corto o mediano plazo nos volvemos deficitarios, y en el largo parasitarios, con los problemas de destrucción de valor que este tipo de situaciones conllevan[7] . Lo mismo sucede cuando confundimos lo que significa trabajar con desarrollar una actividad. Cuando trabajamos, intentamos cambiar o transformar la realidad con el fin de crear dividendos económicos, sociales, ambientales y públicos, es decir, trabajamos con un sentido. Por el contrario, cuando desarrollamos una actividad, como por ejemplo cuando practicamos un hobby, el fin se agota en sí mismo y no crea valor en ninguna de estas cuatro dimensiones.

Modelo de desarrollo en el paradigma de la sustentabilidad y la regeneración.jpg

El principio de corresponsabilidad e interdependencia nos exige que, sin perder su foco original de creación de valor respectivo, cada uno de los tres sectores aprenda a complementarse y actuar de forma conjunta con los otros dos en la búsqueda de creación de valor compartido.


¿En qué se diferencia el concepto de “creación de valor”[1] respecto del paradigma anterior?

Que por este paso del modelo tradicional unidimensional al multidimensional inter-retro-dependiente en el que se basa el desarrollo humano sostenible, las instituciones de cada sector deben ocuparse de su misión específica –aquello para lo que fueron creadas–, y considerar también su articulación con las instituciones de los otros dos sectores, con el fin de acompañar y sumar en el proceso de creación de valor de las mismas. No estamos hablando de otra cosa que del concepto de valor compartido, como bien señala Michael Porter (concepto que ya había sido previamente abordado y desarrollado por el consultor argentino Dr. Prof. Alberto Levy).

Esta instancia donde se encuentran estas tres formas de institucionalidad –en las que se reúnen y alinean la creación de valor económico con la creación de valor social y la creación de valor público–, da como resultado una ecuación emergente que incluye y abarca a todas las dimensiones de creación de valor por igual:  la creación de valor integral –que incorpora atributos  vinculados a la sustentabilidad y la regeneración tales como ecoeficiencia, circularidad, colaboración e interdependencia–,  enfoque que a su vez da nacimiento a las organizaciones de nueva generación o de nuevo paradigma. Estas organizaciones se asumen a sí mismas como proyectos superavitarios, dinámicos, flexibles y en permanente cambio, movimiento y adaptación, frente a las organizaciones tradicionales que tienden a ser rígidas, estáticas y, en muchos casos, deficitarias. Organizaciones que, desde un abordaje sistémico y sin descuidar su foco de creación de valor respectivo, también promueven y acompañan las otras dos dimensiones de creación de valor en pos de la creación de valor integral (CVI ∞).

Por lo tanto, en la era del conocimiento y de la conciencia, la organización de la sociedad se consolida en torno a este nuevo paradigma, en el que las tres formas de institucionalidad –el sector público, el privado y el social–, más allá de su misión original, adquieren un nuevo “propósito” –que es aquello que define para qué hago lo que hago–, en pos de la creación de valor. Estas nuevas características, la de la sostenibilidad y la regeneración, se trasladan por carácter transitivo a cada una de las dimensiones de creación de valor, lo que da como resultado que la creación de valor público se vuelva sostenible y regenerativa, al igual que la creación de valor económico y la creación de valor social.

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En cualquier caso, es necesario incorporar una cuarta dimensión que es común a todos: la ambiental. Porque la creación de valor ambiental (CVA) es algo que les compete a absolutamente todas las personas e instituciones del planeta.

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Actualmente, también se está estudiando la posibilidad de incorporar una nueva dimensión de creación de valor, que es la “eco-espiritualidad” o “creación de valor eco espiritual cívico ciudadano”. Basada en los principios y valores éticos y morales universales, y en los valores democráticos y republicanos, la eco-espiritualidad aplica tanto para el individuo como para las instituciones y la sociedad en su conjunto. Su incorporación resulta imprescindible porque solo personas conscientes de la dimensión espiritual de las cuatro dimensiones de la condición humana, tienen la templanza y la fortaleza que se necesita para poder impulsar y llevar adelante la agenda del nuevo paradigma[1].

La eco-espiritualidad cívico ciudadana es una nueva espiritualidad que está directamente vinculada con nuestra casa común que es la Tierra, y no se expresa a través de la religiosidad, sino a través de la puesta en práctica de los principios y valores éticos y morales universales, a los que se suman la cultura cívica y la participación ciudadana, la ética ecológica, la ecotecnología, la ecopolítica, la ecología social, la ecología mental y la ecología integral mística cósmica. Una eco-espiritualidad laica, que nos guía en el camino de la integralidad entre el mundo y la Tierra, y que nos alienta a tomar conciencia de la necesidad urgente de la regeneración en su sentido más amplio, porque tanto la sustentabilidad como la regeneración son, por sobre todo, un estado ampliado de la conciencia, que nos ayuda a evolucionar del yo al yo-nosotros, del yo al yo-Tierra, y del yo al yo-cosmos[2].

En la medida en que comprendamos esta nueva dimensión ampliada de la conciencia, es muy probable que el ser humano deje de estar en el centro de la escena, para ubicar allí al “sistema Vida” en todas sus dimensiones, dado que nuestra supervivencia como especie depende la supervivencia de otros seres y de la sanidad de los ecosistemas planetarios. Reconocer esta interdependencia –que como bien señala Pedro Tarak, es una realidad objetiva–, es comprender al ser humano como parte de la naturaleza y no separado de ella, y nos ubica quizás, en los albores de un cambio de paradigma de una magnitud tal como lo fueron en su momento las ideas de Copérnico y Galileo[3].

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Rol y función de los sectores público, privado y social.jpg

En este cuadro se puede apreciar el nuevo rol y función que asume cada uno de los tres sectores – interdependientes entre sí–, en el paradigma de la sustentabilidad y la regeneración: el sector privado reorientado a la creación de valor económico sostenible, el sector social a la creación de valor social sostenible, el sector público a la creación de valor público sostenible, y su resultante emergente: la Creación de Valor integral∞. A su vez, en este nuevo paradigma surgen a nivel macro dos nuevas dimensiones omniabarcantes: la creación de valor ambiental y la creación de valor eco-espiritual cívico-ciudadano.

¿Cuál es el principal desafío que nos presenta este nuevo paradigma?

Poder llevarlo adelante en el marco de una cultura de paz. La paz, como la articulación de la autoafirmación, la voluntad de integración y la libertad de ser. Ser uno sin tener miedo a ser castigado o reprimido por “ser”, la celebración de la diferencia y la no violencia activa. La paz, como escucha y palabra desarmada, el principio y el fin de lo humano. La paz, no como la ausencia de guerra sino como la presencia de justicia y equidad. La paz, como “la plenitud ocasionada por una relación correcta consigo mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con la totalidad de que formamos parte”, tal como la define la Carta de la Tierra elaborada por la Comisión de la Tierra integrada por representantes de todos los continentes y asumida por la Unesco en el año 2000[1].

Todo esto que se enuncia ya empieza a integrar documentos sustanciales, como el Pacto Mundial (Global Compact) de las Naciones Unidas (ONU), que fue presentado en el Foro Mundial de Davos, en 1999. Su fin es promover el diálogo social para la creación de una ciudadanía corporativa global, que permita conciliar los intereses de las empresas con los valores y demandas de la sociedad civil, los proyectos de la ONU, sindicatos y Organizaciones No gubernamentales (ONGs)[2], en base a diez principios en áreas relacionadas con los derechos humanos, el trabajo, el medio ambiente y la corrupción. La entidad que adhiere al Pacto Global (empresa, ONG, sindicato) asume voluntariamente el compromiso de ir implantando los diez principios en sus actividades cotidianas, y rendir cuentas a la sociedad de los progresos que realiza en ese proceso de cambio, con publicidad, transparencia y mediante la elaboración de Informes de Progreso.

Y más recientemente, plasmado en los Objetivos de Desarrollo del Milenio y Objetivos del Desarrollo Sostenible, documento centrado en impulsar cambios sistémicos a nivel global, como por ejemplo, el desarrollo de un modelo económico sustentable, la generación de empleo, la reducción de la inequidad e innovación para el uso más eficiente y consciente de los recursos naturales, la erradicación de la pobreza extrema y el hambre[3], la implementación de la enseñanza primaria universal, la promoción de la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer, la reducción de la mortalidad infantil, el mejoramiento la salud materna, el combate contra el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; la garantía de la sostenibilidad del medio ambiente y el fomento de una asociación mundial para el desarrollo[4]. En cuanto a la reducción de la desigualdad, es importante tener en cuenta que la igualdad es un concepto que, desde siempre, estuvo vinculado al ser, no al tener. Pretender que todos seamos igualmente ricos o pobres es una falacia, ya que si el dinero fue bien habido, ha sido resultado de la forma en que la sociedad en su conjunto –representada en este caso por los clientes o consumidores–, decidió premiar con su compra el bien o servicio de quienes han sabido servir mejor al prójimo y, en consecuencia, lograron obtener ganancias que les permitieron amasar sus fortunas de forma legítima y lícita (diferente es si dicha fortuna es producto de actividades delictivas o reñidas con la ley o producto de negocios turbios con el Estado). Esperemos que, en el futuro cercano, a partir de ir cumpliendo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, nos animemos al mismo tiempo a dar el próximo paso y también podamos enfocarnos en la forma en que se logran dichos objetivos, en “cómo” se alcanzan las metas y de qué modo se establecen los vínculos entre las personas y se conforma el pacto cultural dentro de la sociedad para alcanzar aquello que nos hemos propuesto. De esta forma, podremos complementar los Objetivos de Desarrollo Sostenible con los Subjetivos del Desarrollo Sostenible, que incorporan al proceso de toma de decisiones, la dimensión de la gestión por subjetivos, con el fin de acelerar dicho proceso y aumentar el alcance y el impacto esperado dentro de la sociedad, para alcanzar aquello que nos hemos propuesto.

Esto implica que una sociedad pueda alcanzar las metas y objetivos que se ha propuesto a través de sumarle a su proceso de toma de decisiones valores éticos, morales y ciudadanos, que contribuyan no solo a que aumenten los niveles de sostenibilidad de la sociedad y de los mercados, sino también de la humanidad en su conjunto.

El paradigma de la insostenibilidad

Mucho se ha escrito en estas últimas décadas acerca del paradigma de la sustentabilidad, la creación de valor sostenible, la responsabilidad social de las organizaciones y el rol de los ciudadanos en una sociedad globalizada. Pero muy poco se ha dicho acerca del “desarrollo insostenible”, que en verdad es el paradigma que ha caracterizado nuestro comportamiento de los últimos 100 años.

Porque de la misma forma que si en nuestro proceso de toma de decisiones aplicamos la agenda de la sostenibilidad lograremos a futuro crear valor sostenible, si vamos en el sentido contrario inexorablemente lo único que haremos será destruir valor y valores.

Pero, ¿de qué más hablamos cuando hacemos referencia al paradigma de la insostenibilidad?

Fundamentalmente, hablamos de “las formas insostenibles de desarrollo humano”, que no son otra cosa más que cortar la rama en la que estamos sentados, quemar las puertas y ventanas de nuestra casa para calentarnos, vivir del capital y no de los intereses, y robarles el futuro a los que están por venir.

Estas formas insostenibles se ponen igualmente de manifiesto cuando no pensamos nunca en las consecuencias de nuestros actos en el de largo plazo y solo tomamos decisiones de corto plazo y en beneficio propio. También, cuando no reconocemos el valor de la diversidad que hay en el otro y en aquello que es diferente, y cuando no respetamos la singularidad, que es el derecho de cada persona a contribuir con su trabajo y su propio accionar a la vida en sociedad.

En el plano ambiental, la insostenibilidad se evidencia cuando se excede la capacidad de carga de los ecosistemas y se continúa permitiendo la explotación indiscriminada de los recursos naturales con el fin de sostener nuestro sistema socioeconómico, pese a que ya sabemos que la humanidad utiliza un tercio más de los recursos y servicios que puede proporcionar la Tierra. También, cuando se siguen impulsando modelos energéticos basados en energías no renovables sin tener en cuenta la triple cuenta de resultados, ni el impacto de la huella ambiental de la producción de bienes y servicios, ni la eco-eficiencia, ni el principio precautorio y la corresponsabilidad, ignorando adrede que lo presagiado ya en 1972 en el informe “Los Límites del Crecimiento”, ha dejado de ser un acontecimiento futuro sobre el que se pueda especular y ha pasado a ser un hecho presente de implicaciones ineludibles. Medio siglo más tarde, insistimos en desoír las alertas de los informes científicos que nos advierten que estamos próximos a sobrepasar los límites planetarios, lo que puede dar lugar a transformaciones abruptas e irreversibles. Todo ello es consecuencia de perpetuar los errores del paradigma anterior, que realizaba un abordaje fragmentado, reduccionista y lineal de la realidad, eludiendo así la relación sistémica y la interdependencia entre los ecosistemas, que es lo que demanda la complejidad de los problemas que la humanidad debe abordar.

En el ejercicio del poder, la insostenibilidad se evidencia cuando se hace presente la verticalidad, que rompe con la horizontalidad y la simetría en los vínculos, haciendo todo lo posible para evitar la gobernabilidad, manipulando la ley, ignorando el Estado de derecho, la legalidad, la legitimidad, y la importancia de obtener por parte de la sociedad la licencia social tan necesaria para poder operar. Promoviendo el nepotismo, el acomodo y la corrupción, y fomentando para ello una cultura en la que la ciudadanía no participa ni es activa y que solo ocupa un lugar de espectador pasivo. Impidiendo la transparencia, negando el libre acceso a la información de los actos de gobierno y evadiendo la rendición de cuentas, lo que trae como consecuencia la desigualdad de acceso a las oportunidades, la inequidad, y la exclusión. Alentando de esta forma el enfrentamiento, la intolerancia y la discriminación, y diciéndole una vez más no al pluralismo y al diálogo, a la alternancia, a la cultura de paz, todas bases de la cultura democrática y republicana. Lamentablemente, en la actualidad muchos países se están enfrentando con un nuevo problema, que son las democracias fallidas: aquellas ejercidas por gobiernos que han resumido las prácticas democráticas al acto eleccionario, corrompiendo a una parte importante de la ciudadanía mediante el clientelismo con el fin de alcanzar los votos necesarios para lograr la reelección indefinida.

En cuanto a las empresas, es evidente que los parámetros con los que han sido gestionadas hasta la fecha deben cambiar. De las 100 economías más grandes del mundo, 51 son empresas privadas. De ahí su enorme peso e influencia en el contexto mundial y la responsabilidad de contribuir fuertemente a la creación de capital social y ambiental más allá de la creación de valor económico, que en la actualidad es su principal foco de acción. Mucho se ha hablado en estos últimos 20 años acerca del comercio justo, el consumo responsable, la banca ética, los negocios en la base de la pirámide, y la responsabilidad social empresaria, y mucho es también lo que se ha logrado en esta materia, sin embargo, quedan todavía varias asignaturas pendientes por resolver. Es verdad que todos somos responsables de lo que nos pasa como sociedad, especialmente aquellos que con su voto convalidan el accionar de los gobernantes que se encuentran hoy en el ejercicio del poder. Pero también es cierto que, de acuerdo con nuestro grado de acceso histórico a las oportunidades y a los privilegios, y a los diferentes roles que desempeñamos en la sociedad, algunos somos más responsables que otros[5].


[1] Es importante tener en cuenta las diferentes iniciativas que se están desarrollando alrededor del mundo vinculadas con la educación para la paz como método de prevención de conflictos. Instituciones como la Unesco, la Escola de Cultura de Pau de Catalunya, la Universidad para la Paz en Costa Rica y la organización no gubernamental Intermón Oxfam, entre otras, trabajan activamente para que las escuelas adopten un programa de estudios donde la paz sea el eje común.

[2] En Historia de una pasión argentina, Eduardo Mallea indica que el trabajo creador se origina en una inteligencia desinteresada, un ensueño, una fantasía transformadora. Esta es la energía de las organizaciones de la sociedad civil (ONGs). Estas verdaderas "usinas de inteligencia" son valoradas por las Naciones Unidas, a tal punto que desde 1948 les otorga estatus consultivo para presentar ideas a los Estados miembros. Miles de OSC trabajan en políticas públicas, vivienda, infraestructura, economía, educación, salud, medio ambiente, tanto a nivel local, como regional y global, aplicando esa inteligencia en microexperiencias que, cuando el Estado las extiende a nivel macro, benefician a un mayor número de personas y a la sociedad en su conjunto.

[3] Si el desecho y desperdicio de alimentos -que actualmente llega al 40% de lo producido a nivel mundial- fuera un país, sería el tercer emisor de CO2, luego de Estados Unidos y China.

[4] De acuerdo al emprendedor y diseñador industrial argentino Nicolás García Mayor, la verdadera innovación no la lidera el individuo o la empresa que construya una nave que llegue a Marte o que cree el teléfono más inteligente. La verdadera innovación se encuentra en satisfacer las necesidades básicas de la humanidad y dar respuesta a la emergencia, algo que García Mayor llamó la Revolución de las Prioridades. “Dejemos de buscar agua en Marte que acá falta agua para millones de personas. No te vayas a Marte cuando de los casi 8 mil millones de personas que somos, 3 mil millones están en la pobreza, y de esos 1,7 millones padecen pobreza extrema”.

[5] No hay que olvidar que después de la familia, las empresas son el mayor número de organizaciones humanas, y que si bien no son las más importantes, el mayor número de las decisiones de todos los días, se centran en los temas vinculados con lo comercial.


[1] Para poder impactar en el afuera, primero debemos lograrlo dentro de nosotros mismos. De ahí la relevancia de esta nueva dimensión de creación de valor, ya que de otra forma, toda proclama vinculada con la sostenibilidad y la regeneración puede rápidamente transformarse en palabra vacía.

16 Tal como lo explica Fray Jorge Oscar Peixoto en “Ecología Franciscana”, la ecología entendida como una ciencia global nos lleva a considerar a la naturaleza no como un ‘hábitat biológico’ en el que podemos desarrollar nuestra técnica y nuestra ciencia, sino como aquello que nos une en “procesos vitales comunes” de los que dependemos, o mejor, inter-dependemos, relación de la que no podemos evadirnos ni mucho menos evitar nuestra responsabilidad. Por lo tanto, podríamos decir que la creación de valor eco-espiritual cívico-ciudadano es una dimensión integral y holística, cuya resultante no es la suma de las partes, sino que considera la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes, articuladas siempre entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad. Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su misión dentro de esa inmensa totalidad: un ser que puede captar todas esas dimensiones, alegrarse con ellas, agradecer a la inteligencia que ordena todo y al amor que mueve todo, sentirse un ser ético y responsable por la parte del universo que le cabe habitar: la Tierra.

[3] Vandana Shiva, la filósofa india y premio Nobel alternativo por su trabajo con las mujeres y la ecología, nos recomienda: “lo que debemos hacer es obedecer la ley superior. Y hay dos conjuntos de leyes superiores. Una ley viene de la Tierra, las leyes de Gaia, las leyes de la diversidad, las leyes que dicen que debemos proteger nuestra casa común, y todos sus recursos y sus dones. Y todo lo que se interponga con nuestro deber con la Tierra, no debe contar con nuestra colaboración. La segunda es el conjunto de leyes que provienen de los derechos humanos, de la democracia, de nuestras instituciones. Y cualquier ley que interfiera con nuestros derechos como seres humanos para ser libres e independientes, tampoco deben tener nuestra colaboración”. La palabra escrita tiene la función de acotar el campo interpretativo “La persona correcta, con los medios incorrectos, obra correctamente. La persona incorrecta, con los medios correctos, obra incorrectamente. Con lo cual, quiero destacar la importancia de la ‘pureza del corazón’, y de un propósito humano que se eleve por encima del potencial de las herramientas”, afirma Tarak.


[1] Es importante tener en cuenta las diferentes iniciativas que se están desarrollando alrededor del mundo vinculadas con la educación para la paz como método de prevención de conflictos. Instituciones como la Unesco, la Escola de Cultura de Pau de Catalunya, la Universidad para la Paz en Costa Rica y la organización no gubernamental Intermón Oxfam, entre otras, trabajan activamente para que las escuelas adopten un programa de estudios donde la paz sea el eje común.

[2] En Historia de una pasión argentina, Eduardo Mallea indica que el trabajo creador se origina en una inteligencia desinteresada, un ensueño, una fantasía transformadora. Esta es la energía de las organizaciones de la sociedad civil (ONGs). Estas verdaderas "usinas de inteligencia" son valoradas por las Naciones Unidas, a tal punto que desde 1948 les otorga estatus consultivo para presentar ideas a los Estados miembros. Miles de OSC trabajan en políticas públicas, vivienda, infraestructura, economía, educación, salud, medio ambiente, tanto a nivel local, como regional y global, aplicando esa inteligencia en microexperiencias que, cuando el Estado las extiende a nivel macro, benefician a un mayor número de personas y a la sociedad en su conjunto.

[3] Si el desecho y desperdicio de alimentos -que actualmente llega al 40% de lo producido a nivel mundial- fuera un país, sería el tercer emisor de CO2, luego de Estados Unidos y China.

[4] De acuerdo al emprendedor y diseñador industrial argentino Nicolás García Mayor, la verdadera innovación no la lidera el individuo o la empresa que construya una nave que llegue a Marte o que cree el teléfono más inteligente. La verdadera innovación se encuentra en satisfacer las necesidades básicas de la humanidad y dar respuesta a la emergencia, algo que García Mayor llamó la Revolución de las Prioridades. “Dejemos de buscar agua en Marte que acá falta agua para millones de personas. No te vayas a Marte cuando de los casi 8 mil millones de personas que somos, 3 mil millones están en la pobreza, y de esos 1,7 millones padecen pobreza extrema”.

[5] No hay que olvidar que después de la familia, las empresas son el mayor número de organizaciones humanas, y que si bien no son las más importantes, el mayor número de las decisiones de todos los días, se centran en los temas vinculados con lo comercial.


[1] Frente al paradigma de creación de valor, existe otro paradigma superador basado en la fecundidad para alcanzar la plenitud que nos libera de la pesada lógica del objetivo, la eficacia, la eficiencia y el resultado. Un paradigma que abre en nuestra vida espacios para el encuentro y lo gratuito; un lugar donde se fecunda a partir de la fuerza del nosotros, que se juega en la paz y el bien sin dejar a nadie afuera, para llegar juntos en armonía a la alegría de la cosecha y el pan en la mesa de todos.


[1] En su libro El hombre mediocre, José Ingenieros ya nos advertía acerca de estos problemas: "cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan. La declinación de la ‘educación’ y su confusión con ‘enseñanza’ permiten una sociedad sin ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos ignorantes y rapaces”.

[2] Actualmente, a nivel global se están promoviendo diferentes iniciativas para que en cada reunión internacional a la que asisten los jefes de Estado, se creen paralelamente observatorios sociales en los que participen una coalición de multi-stakeholders cuyos procesos de diálogo, sumados a las negociaciones políticas, puedan llegar a conclusiones y resultados en común.

[3] En general, dentro del sector social se incluye siempre al ámbito cultural. Pero cuando nos referimos a organizaciones que se desarrollan exclusivamente dentro dicho ámbito, o dentro de la industria que hoy se conoce como la economía naranja –que abarca disciplinas tales como la arquitectura, las artes visuales y escénicas, artesanías, diseño, editorial, juegos y videojuegos, moda, música, publicidad, radio y televisión, y propiedad intelectual–, perfectamente podríamos considerar una nueva dimensión de creación de valor que es la Creación de Valor Cultural (CVC) y, por lo tanto, separarla de la Creación de Valor Social.

[4] Por su propia naturaleza una situación de emergencia es temporal. Solo en situaciones de emergencia debería uno ofrecerse voluntariamente a ayudar a desconocidos, si uno tiene el poder de hacerlo. Por ejemplo, una persona que valora la vida y se ve envuelta en un naufragio, debe intentar ayudar a salvar a otros pasajeros. Pero eso no significa que, una vez que todos han llegado a tierra firme, deba dedicar sus esfuerzos a salvar a sus compañeros de la pobreza, de la ignorancia, o de cualquier otro problema que puedan tener.

[5] Como señala Pedro Opeko, “salvo en casos muy excepcionales, no se debe ayudar sin que haya una contrapartida a la ayuda que se recibe, sino caemos en el asistencialismo, que implica faltar el respeto a la dignidad de la persona humana porque se la hace dependiente de otros y deja de ser libre”

[6].Hay un conocido proverbio chino que dice: “Regálale

un pescado a un hombre y le darás alimento para un día. Enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”. Dejar capacidad instalada en el otro es una de las tareas más importantes para que las personas puedan ejercer su libertad de elección. No solo tiene que ver con enseñarles a pescar, sino también con ayudarlos a mejorar y desarrollar sus propios sistemas y artes de pesca.

[7] Dice Ayn Rand: “Cuando adviertas que para producir necesitas tener autorización de quienes no producen nada, cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores, cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.


[1] El preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina nos dice: “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina”.

[2] El ensayista Robert Riemen nos advierte acerca de los peligros contemporáneos: “Una democracia se basa siempre en la idea central de la dignidad de los hombres, que significa cultivar valores morales y universales: vivir en la verdad, tener compasión, entender el significado de la belleza. Pero una democracia de masas no está interesada en esos valores; es una sociedad kitsch, completamente vacía, basada en el cultivo de nuestros instintos más básicos. No aprendimos las lecciones de la historia. Para estar sano hay que hacer un esfuerzo por llevar una vida saludable, y con la sociedad pasa lo mismo. Hay que trabajar en ella. La democracia nunca puede darse por sentada, como tampoco nuestra salud. Pensar que este sistema político llegó para quedarse es completamente ridículo. Lamentablemente, hoy en día las élites no están interesadas en cambiar la sociedad porque, si lo hacen, perderán su posición dominante inmediatamente. La clase política no está interesada en nosotros, las élites empresariales tampoco. Solo les importa que votes por ellos, que compres sus cosas y que te apuntes a su programa académico porque así pueden ganar dinero contigo. Las mejores mentes de nuestra generación están por ahí, pero la mayor parte del tiempo se encuentran aisladas, escribiendo libros que nunca van a ser publicados. Se tienen que organizar de nuevo.”


[1] El término misión tiene diferentes acepciones, pero generalmente se puede traducir como una asignación de tareas encomendada a un grupo de personas, y determina aquello a lo que se dedica la organización. Las mejores declaraciones de misión consisten en un discurso simple, sin tecnicismos ni ornamentos, y debe constituirse en el centro del pensamiento y de las acciones de la organización.

La visión marca un rumbo, establece un horizonte, comprende un vector fuerza y una visualización de lo qué sucederá si lográramos alcanzarlo. La descripción de la visión debe ofrecer una imagen enérgica, vibrante y comprometedora de lo que representará alcanzar este vector. La pasión, la emoción la convicción, la esperanza y la fe son los elementos esenciales de la visualización.

[2] Algunos eligen definir “lirismo” con el término “utopía”, pero prefiero preservar este concepto, porque cuando no hay lugar para la utopía se hace presente la violencia. “Quiero poder imaginar la vida tal como nunca fue”, nos recuerda desde sus versos Fernando Pessoa.


[1] Adam Smith afirmaba: “No esperemos obtener nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurramos a su humanidad, sino a su egoísmo, y jamás hablemos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos obtendrán”. Al respecto, Armando Ribas (h) sostiene que no debemos olvidar que las reglas para organizar la sociedad deben estar basadas en la aceptación de que los hombres buscan, a través del trabajo, la persecución de ganancias para satisfacer sus propios intereses.

[2] En 1681, en una famosa reunión con una delegación de hombres de  negocios, el ministro de economía de Francia, Jean Baptiste Colbert, les preguntó: “¿Cómo puede ayudarlos el gobierno?”. “Señor ministro, le respondieron: “Déjenos hacer (Laissez nous faire)”.