Evolución de las organizaciones en el nuevo paradigma

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Dos sistemas enfrentados

La Segunda Revolución Industrial que se inició en 1880 y cuyos efectos perduran hasta nuestros días, generó grandes transformaciones económicas que dieron origen a la producción en serie, el desarrollo del capitalismo y la aparición de las grandes empresas. A nivel social, estableció el nacimiento del proletariado y la cuestión social, cuyos problemas buscaron ser resueltos por el socialismo científico de Karl Marx.

Como consecuencia de ello, surgieron dos sistemas políticos, dos modelos económicos y dos formas de organización social opuestas e irreconciliables: el capitalismo y el comunismo.

El capitalismo, representado por pensadores como Adam Smith[1], John Locke, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, por parte de la llamada Escuela austríaca, tuvo su mayor expresión en Estados Unidos, mientras que el comunismo, representado por Karl Marx y Friedrich Engels, tuvo su mayor aplicación en la Unión Soviética. Estos dos países conformaron después de la Segunda Guerra Mundial dos bloques –el bloque capitalista y el comunista– que, a partir de una concepción diferente del modelo de desarrollo de la sociedad, se disputaron distintas maneras reordenar el mundo y mantuvieron un largo enfrentamiento conocido como la Guerra Fría, que concluyó en 1989 con la caída del Muro de Berlín.

A nivel económico, mientras el primero estaba orientado por las fuerzas del mercado y la libertad de comercio[2], el segundo era articulado e impulsado desde la planificación estatal.

En ambos modelos, la creación de riqueza económica estaba a cargo de empresas, que en el sistema capitalista pertenecían al sector privado y, en el caso del modelo soviético, pertenecían al Estado y formaban parte del sector público. El eje del desarrollo para los dos sistemas se daba a partir de la articulación entre las empresas y el Estado.

Modelo de desarrollo durante la Revolución Industrial.JPG

Tres formas diferentes de institucionalidad

Teniendo en cuenta que después de la caída del Muro de Berlín el proceso de globalización se dio a través del sistema capitalista, vamos a tomar este modelo como ejemplo y a traducirlo a un esquema de ejes cartesianos, que nos va a permitir comprender mejor los propósitos de cada uno de los actores sociales y su rol durante la Revolución Industrial.

Rol y función de los actores sociales durante la Revolución Industrial.JPG

En este cuadro se pueden apreciar el rol y la función unívoca que asumieron cada uno de los tres sectores durante la Revolución Industrial: el sector privado, representado por la empresa, con su función y único objetivo que era la obtención de lucro; el sector público, representado por los gobiernos, con su función de promover el bien común, la cohesión social, y proporcionar seguridad, justicia, educación y salud; y las iglesias y las entidades de beneficencia orientadas a la caridad y hacer el bien. 


Traducido este modelo a ejes cartesianos, se puede observar que durante la Revolución Industrial, el sector privado, representado por la empresa, en tanto organización con fines de lucro, tenía la función unívoca de ganar dinero.

El sector público, representado por el gobierno, se ocupaba de administrar el poder, la redistribución de la riqueza a través del cobro de impuestos, proporcionar seguridad jurídica y física, educación y salud, y promover el bien común y la cohesión social.

Por su parte, las organizaciones de beneficencia y caridad, y las diferentes iglesias –que en el marco de la Revolución Industrial no conformaban el sector social ya que éste aún no existía como tal y, por lo tanto, se encontraban fuera del modelo de desarrollo–, tenían como función hacer el bien y ocuparse de los problemas de las viudas, los huérfanos, los pobres, los enfermos y los más necesitados.

Fue a partir de este modelo de misión y visión[1] unívoca de cada una de las institucionalidades mencionadas anteriormente –las empresas, las organizaciones de beneficencia y caridad, y los gobiernos–, que la sociedad occidental se organizó para solucionar sus problemas políticos, económicos y sociales.

De acuerdo con este eje de coordenadas, si nos situamos en el eje que corresponde al sector privado, representado por la empresa, cuando se parte de cero y solo se piensa en términos de lucro y nada más que en ganar dinero, en la medida en que nos vamos acercando al infinito, desembocamos inexorablemente en lo que hoy se conoce con el nombre de capitalismo salvaje, que da nacimiento a una nueva categoría, muy alejada de los fundamentos y postulados con los que fue creado el pensamiento del sistema capitalista por sus fundadores.

Por otro lado, si nos situamos en el eje que corresponde a las entidades religiosas, de beneficencia y filantrópicas, y solo se piensa en términos de caridad y hacer el bien, en la medida en que nos vamos alejando de cero y acercando al infinito, este eje nos lleva hacia lo que podríamos llamar el lirismo[2], cuyas principales características son el entusiasmo y la inspiración, sin que importe demasiado si el impacto que se alcanza termina siendo positivo o no para los beneficiarios y la sociedad en su conjunto, y sin prestar mucha atención a si queda o no capacidad instalada en las personas o en la comunidad para resolver sus propios problemas.

Al respecto, si bien antes de la Segunda Guerra Mundial ya existían algunas organizaciones que buscaban mejorar el bienestar social, y tomaron parte en cuestiones como la abolición de la esclavitud o la lucha por el sufragio femenino, fue recién en 1945 que aparece la expresión Organización No Gubernamental (ONG), utilizada por primera vez por  la ONU para nombrar a una función consultiva para las organizaciones que no eran parte del gobierno ni de los estados miembros. Desde entonces, el sector no gubernamental en los países occidentales se desarrolló y creció a gran velocidad, en parte como resultado de los procesos de separación entre la Iglesia y el Estado, y también por el protagonismo que fueron tomando los ciudadanos, que compartían una visión y misión común y que comenzaron a organizarse a través de organizaciones no gubernamentales, fundaciones, asociaciones civiles sin fines de lucro, etc. para resolver sus propios problemas. Este movimiento dio a su vez lugar a la conformación del sector social o Tercer Sector, que hoy en día, junto con el sector privado y el sector público se ha convertido en uno de los tres principales actores a nivel global.

Por último, si nos situamos en el eje que corresponde al sector público representado por los gobiernos en todas sus formas, y solo se piensa en términos de administración del poder, este eje proyectado al infinito resulta en lo que en algún momento se conoció como absolutismo: la búsqueda y acumulación del poder por el poder mismo, que de ninguna manera puede ser algo deseable por la sociedad porque en el largo plazo asegura el despotismo y la arbitrariedad vitalicia.  

Evolución de los tres sectores hacia el final de la Revolución Industrial.JPG

En este cuadro puede verse la evolución de los diferentes sectores hacia el final de la Revolución Industrial y sus consecuencias: el capitalismo salvaje, en el caso del sector privado; el absolutismo, en el caso del sector público, y el lirismo, en el caso de las iglesias y entidades de beneficencia, que hacia el final de la revolución industrial, junto con las ONGs y las organizaciones del sector social, comenzaron a conformar el tercer sector.


La ruptura del pacto social

Durante muchas décadas, especialmente durante la Revolución Industrial, estas tres formas de institucionalidad mantuvieron una mirada unívoca respecto de su función en la sociedad, y lo cierto es que en aquel contexto histórico fue un modelo de desarrollo que para una parte del mundo resultó funcional y exitoso. Pero también es cierto, como señalábamos anteriormente, que este paradigma que auguraba el “progreso para todos” no se cumplió.

Mantener este viejo paradigma en el tiempo, sostener esta mirada de la realidad, implica no poder solucionar los problemas y desafíos que enfrentamos hoy como humanidad. Implica una ruptura en el pacto social, que es lo que actualmente enfrentamos, porque para resolver los problemas que acucian a nuestras sociedades y sus habitantes, no alcanza con que las empresas ganen dinero, ni que las entidades de beneficencia y las organizaciones sociales se dediquen a hacer el bien. Tampoco es suficiente que los gobiernos piensen solamente en acumular poder y vean de qué forma administrarlo, sin comprender que la política es una actividad cuyo objetivo es el de resolver pacífica y razonablemente conflictos entre personas y grupos humanos, y que la economía no es un proceso de suma cero, sino un proceso dinámico de creación de valor en el plano económico, producto de la economía de mercado y del libre intercambio de bienes y servicios[1].

Resulta evidente que esta vieja concepción del mundo está provocando desde hace algunas décadas una fuerte ruptura del pacto social entre los individuos entre sí, y entre los individuos y las instituciones, situación que muchas veces desemboca en el advenimiento de democracias fallidas en las que reinan la ineptocracia y la kakistocracia (el gobierno de los peores). La sociedad en su conjunto les está exigiendo a las instituciones un cambio radical en la concepción de su misión y visión, para poder hacer frente a los desafíos que nos impone el cambio de paradigma hacia la sostenibilidad y la regeneración que estamos transitando en la actualidad[2].


[1] El preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina nos dice: “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina”.

[2] El ensayista Robert Riemen nos advierte acerca de los peligros contemporáneos: “Una democracia se basa siempre en la idea central de la dignidad de los hombres, que significa cultivar valores morales y universales: vivir en la verdad, tener compasión, entender el significado de la belleza. Pero una democracia de masas no está interesada en esos valores; es una sociedad kitsch, completamente vacía, basada en el cultivo de nuestros instintos más básicos. No aprendimos las lecciones de la historia. Para estar sano hay que hacer un esfuerzo por llevar una vida saludable, y con la sociedad pasa lo mismo. Hay que trabajar en ella. La democracia nunca puede darse por sentada, como tampoco nuestra salud. Pensar que este sistema político llegó para quedarse es completamente ridículo. Lamentablemente, hoy en día las élites no están interesadas en cambiar la sociedad porque, si lo hacen, perderán su posición dominante inmediatamente. La clase política no está interesada en nosotros, las élites empresariales tampoco. Solo les importa que votes por ellos, que compres sus cosas y que te apuntes a su programa académico porque así pueden ganar dinero contigo. Las mejores mentes de nuestra generación están por ahí, pero la mayor parte del tiempo se encuentran aisladas, escribiendo libros que nunca van a ser publicados. Se tienen que organizar de nuevo.”


[1] El término misión tiene diferentes acepciones, pero generalmente se puede traducir como una asignación de tareas encomendada a un grupo de personas, y determina aquello a lo que se dedica la organización. Las mejores declaraciones de misión consisten en un discurso simple, sin tecnicismos ni ornamentos, y debe constituirse en el centro del pensamiento y de las acciones de la organización.

La visión marca un rumbo, establece un horizonte, comprende un vector fuerza y una visualización de lo qué sucederá si lográramos alcanzarlo. La descripción de la visión debe ofrecer una imagen enérgica, vibrante y comprometedora de lo que representará alcanzar este vector. La pasión, la emoción la convicción, la esperanza y la fe son los elementos esenciales de la visualización.


[2] Algunos eligen definir “lirismo” con el término “utopía”, pero prefiero preservar este concepto, porque cuando no hay lugar para la utopía se hace presente la violencia. “Quiero poder imaginar la vida tal como nunca fue”, nos recuerda desde sus versos Fernando Pessoa.


[1] Adam Smith afirmaba: “No esperemos obtener nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurramos a su humanidad, sino a su egoísmo, y jamás hablemos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos obtendrán”. Al respecto, Armando Ribas (h) sostiene que no debemos olvidar que las reglas para organizar la sociedad deben estar basadas en la aceptación de que los hombres buscan, a través del trabajo, la persecución de ganancias para satisfacer sus propios intereses.

[2] En 1681, en una famosa reunión con una delegación de hombres de  negocios, el ministro de economía de Francia, Jean Baptiste Colbert, les preguntó: “¿Cómo puede ayudarlos el gobierno?”. “Señor ministro, le respondieron: “Déjenos hacer (Laissez nous faire)”.