Economía de la abundancia

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Para entender el concepto de abundancia, debemos primero entender un concepto básico de economía, que es la diferencia entre un producto y un bien.

Un producto se diferencia de un bien en que puede ser escaso y puede venderse. El ejemplo clásico para ver la diferencia entre uno y otro es el aire y el agua dulce, dos elementos creados por la naturaleza y esenciales para la vida por igual, y, sin embargo, el agua puede venderse y el aire no, por la sencilla razón de que el aire no puede “hacerse” escaso. Además, no se puede impedir a nadie el acceso al aire por los mecanismos de la propiedad y por eso es un bien y no un producto. Mientras que sí se puede restringir el acceso al agua dulce, razón por la cual es un bien y también puede ser un producto. El hecho de que algo tenga valor económico y pueda venderse depende de su demanda y de su escasez.

La revolución digital ha convertido en abundantes algunos bienes que antes eran (o se podían hacer) escasos, y ha dado lugar a la llamada a “economía de la abundancia” que, entre otros fenómenos, también “evapora” el valor económico de dichos bienes.

Los ejemplos más conocidos de este fenómeno pueden verse en los bienes del conocimiento: libros, música, películas, planos, fórmulas, noticias, marketing, entre otros. El ejemplo de los libros es fácil de comprender: la tecnología digital permite separar el continente (las páginas de papel) y el contenido (el texto). Este último puede adoptar el formato digital, que se puede poner a disposición del público para su descarga por un costo ínfimo. Con cierta infraestructura, como por ejemplo un dispositivo digital de lectura y acceso a Internet, se puede descargar este formato digital del libro y disfrutarlo en unas condiciones que en muchos casos son igual de satisfactorias que en soporte papel. El producto se libera de sus límites y fluye a través de la red, reduciendo mucho sus posibilidades de venta tanto en librerías como a través del e-commerce.

La abundancia nos ha llegado también por la apertura de mercados tradicionalmente cerrados y monopólicos. Se trata de la capacidad de cada persona de acceder a la capacidad de producir para su propio consumo en determinadas industrias como, por ejemplo, las eléctricas, que hasta hace poco exigían grandes operadores y tendían a la concentración empresarial. Esto es algo que generalmente no puede hacer una persona de forma aislada y exige la formación de algún tipo de estructura colaborativa o cooperativa con otros que persigan el mismo fin. Como resultado, se rompe el monopolio de oferta de estos servicios y se reducen los márgenes de beneficio en estos sectores.

Volviendo al ejemplo de la electricidad, con el surgimiento de las energías renovables, la producción se puede descentralizar, reducir las redes de distribución para formar islas territoriales que permiten compartir la energía generada en un radio menor e incrementar la eficiencia. En países como Alemania, las cooperativas de energía verde constituyen el 27% de la generación eléctrica. La abundancia en este caso consiste en acceder a mercados tradicionalmente monopólicos para que los antaño meros consumidores, haciendo una determinada inversión, pasen a auto-abastecerse de ese bien. El cliente y el productor se funden en una sola figura: el prosumidor, que se une a otros prosumidores, en ocasiones para poder generar el servicio –porque la clave del servicio en muchos casos está en la red–, o para optimizarlo.

La desmercantilización

Esta tendencia se ha denominado “desmercantilización”, porque lo que es común en estos casos es que el mercado se reduce porque el producto deja de serlo, para convertirse en un bien libre con muy pocas posibilidades de venta, o porque el consumidor se autoabastece del bien gracias a unas determinadas estructuras organizativas, y la inversión atomizada en infraestructuras.

Ejemplos sobran: Napster redujo a escombros la industria discográfica, Wikipedia acabó con las enciclopedias, el formato ePub tienen contra las cuerdas al mundo editorial y Linux dio fin a la línea de Windows para servidores. Las recomendaciones de otras personas, conocidas como influencers, generan ya mucha más confianza en los productos y negocios para los consumidores que los consejos publicitarios que producían las agencias de publicidad. Si el dinero electrónico y las aplicaciones móviles, como medio de acceder a él, van a suponer el cierre de más de un 50 por ciento de las oficinas bancarias, Blockchain tiene muchas posibilidades de acabar con la banca como modelo de negocio y las monedas sociales tienen muchas posibilidades de sustituir una buena parte del dinero tal como lo conocemos.

El intento de hacer de nuevo “escasos” estos bienes para poder seguir vendiéndolos pasa por una regulación que prohíba las prácticas de compartir entre iguales (también llamado P2P por su acrónimo del inglés peer to peer) o destruir la neutralidad de la red para que los contenidos que se comparten en modo P2P se descarguen de forma mucho más lenta que los demás, estrategias ambas que se están dando pero, como veremos, están provocando una desmercantilización aún mayor.

Los prosumidores y la autoprestación de servicios

El fenómeno del autoabastecimiento que hemos mencionado en relación al sector eléctrico no es único. El sector de las telecomunicaciones ha empezado a sufrir una transformación similar desde que los usuarios han decidido crear sus propias redes de telecomunicaciones en formato de autoprestación, precisamente para garantizar una neutralidad de Internet cada vez más amenazada, la privacidad y el acceso a bajo costo de los usuarios que la componen.

Güifi.net es una experiencia pionera de red de malla (mesh networking en inglés), que son redes auto-gestionadas muy robustas por la alta replicación del servicio a través de sus nodos. Es el primer operador que adopta una visión de las telecomunicaciones como una parte del procomún o red comunal.

El objetivo que persigue, y está logrando cumplir, es que las personas organizadas puedan construir una red de telecomunicaciones que garantice condiciones en la prestación que son esenciales, sin necesidad de tener el músculo financiero que suele exigir un proyecto de este tipo. De forma descentralizada, con pequeñas inversiones –routers, antenas, instalados en sus hogares y empresas–, los usuarios forman la red que ellos mismos utilizan. La organización además instala fibra óptica allí donde es necesaria. No hay accionistas que aprovechen una posición dominante de mercado para extraer beneficios. La red se sustenta gracias a los propios usuarios, que mantienen personalmente el servicio en algunos casos y también pagan un costo módico a través de la Fundación Güifi. Al ser gestionado por una fundación, el servicio se ofrece sin ánimo de lucro.

Otros sectores ya apuntan hacia un modelo similar, como la posibilidad de un sector del transporte sostenible sin conductores, con vehículos alimentados con fuentes de energía renovable conectados entre sí gracias a la tecnología GPS y el Internet de las cosas. Si bien es una plataforma privada, Uber tiene una infraestructura (el parque de vehículos) que de momento la ponen los usuarios y conductores, pero nada impide que en un futuro estos usuarios se autoorganicen cuando la tecnología esté disponible, para evitar la captura de la mayor parte del margen por parte de la plataforma. La infraestructura podría ser construida poco a poco a base de inversiones individuales (aportando cada persona el vehículo que adquiera) y el costo del servicio podría limitarse al mantenimiento de dicha infraestructura. La ventaja de añadir el vehículo a una red, en lugar de disfrutarlo a título individual, consistirá en la capacidad de compartir su uso para amortizar antes su costo o el hecho de poder utilizar otro vehículo de la red cuando, por ejemplo, se encuentre en otra localización geográfica.

De todas estas transformaciones, la más interesante y vertiginosa con diferencia es la del sector bancario, que está sufriendo una reducción en su negocio y en sus márgenes gracias a la irrupción de los prosumidores. Por el lado del crédito, la competencia disruptiva está llegando por el lado del P2P lending, plataformas que articulan el crédito de particular a particular, como Zopla o Comunitae. Y por el lado de la creación monetaria, que es en realidad la principal función del sistema bancario, por Bitcoin, que permite la desintermediación del sistema monetario. Cada persona puede crearse una cuenta y recibir y enviar bitcoins a través de Internet por medio de un protocolo denominado Blockchain. Este protocolo permite que la tradicional función del banco, que es mantener la información de quien debe a quien qué, sea sustituida por las verificaciones entre pares (P2P). O sea, en lugar de que cada banco mantenga un libro contable con las transacciones que realiza, Blockchain permite que se mantenga un libro público de registro de estas transacciones. Las personas que participan en este sistema, verifican las transacciones, sin necesidad alguna de que un banco lleve a cabo esta función. En la actualidad, ya hay más transferencias internacionales en bitcoin que a través de Western Union.

La economía colaborativa y la abundancia de compartir

La economía colaborativa es un campo en el que se pueden incluir muchas de las transformaciones que hemos descrito. La reutilización de objetos, el acto de compartirlos o los esquemas de ayuda mutua también pueden considerarse otra ramificación de la desmercantilización, porque permiten a los usuarios satisfacer necesidades que en otras circunstancias se podrían haber satisfecho mediante la producción formal de bienes y servicios. Gracias a plataformas online, en la mayor parte de los casos, los prosumidores se contactan entre sí, colaboran y se evalúan mutuamente. En ocasiones, se trata de convertir el activo que es propiedad de un particular, en tanto no lo use, en un activo transferible que le da capacidad de acceso a otros bienes, aumentando su poder adquisitivo y sustituyendo a los operadores tradicionales. Así, los ciudadanos comparten su casa, su coche, etc., activos concebidos para un uso exclusivamente privado, como medios de producir algún tipo de valor en la comunidad. De este modo, viajeros que van en coche transportan a otros viajeros, haciendo la competencia a los autobuses de línea o los trenes. Personas que se van de vacaciones, en lugar de dejar su casa vacía, permiten que otros la usen y gracias a eso pueden ellos recibir alojamiento en otra ocasión, convirtiéndose en una alternativa a los hoteles y alquileres turísticos profesionales. Los progenitores de bebés de 6 meses cambian la ropa de cuando tenía 3 por prendas para bebés de 9, ahorrando en ropa nueva. En todos estos casos, se trata de la sustitución de sectores de producción tradicional por agrupaciones de prosumidores organizados alrededor de una plataforma de colaboración, en la cual se genera valor para los participantes y para la comunidad.

Este valor se puede registrar o no. Mientras que Couchsurfing –un servicio global y gratuito de intercambio de alojamiento compartido– es una forma de generar y recibir un valor no registrado, en otros casos, como Blablacar, ese valor se registra en moneda convencional: unos usuarios pagan por que otros les lleven de un punto a otro en su coche. Hay casos en los cuales el registro del valor se produce en monedas complementarias, como por ejemplo, en los bancos de tiempo, una iniciativa mediante la cual la gente hace favores y pequeños servicios a sus vecinos y ese valor generado se registra en una contabilidad de horas entregadas y recibidas a cualquier otro miembro de la comunidad.

Es importante destacar que este valor social, cuando se registra en moneda convencional, en algunos casos no acaba en manos de los prosumidores sino principalmente en manos de los gestores de la plataforma a través de la cual se coordinan para colaborar. Por ejemplo, las reseñas dejadas por los usuarios construyen la reputación de algunos negocios, se convierte en un activo que explotan los proveedores de la plataforma a nivel económico (Google places, Tripadvisor, etc.). No vamos a entrar en la cuestión de qué parte del valor de estas plataformas la constituyen las plataformas tecnológicas y qué parte la constituyen las opiniones de los usuarios, pero este tipo de servicios tienen efecto red y, por lo tanto, tienden al monopolio de forma natural, lo cual propicia una apropiación de valor mayor por parte de la plataforma que por parte de los prosumidores. De este modo, se ha establecido una distinción entre economía colaborativa en general y economía colaborativa procomún. En ésta última, las plataformas digitales que desarrollan recursos comunes son de propiedad compartida y devienen accesibles como bien público, permitiendo así que los prosumidores acaparen la mayor parte del valor en ellas y también que tomen parte en definir su evolución como medio de producción.

En todas estas industrias, la irrupción de los prosumidores sienta las bases para ofrecer una competencia atroz a los operadores dominantes y para la drástica reducción de la productividad y los dividendos de estos operadores como consecuencia.

La llave de la abundancia

La desmercantilización es un fenómeno que surgió como una demanda social para detener la entrada del mercado en todos los ámbitos de la vida, y por una serie de causas que vamos a examinar. Todas estas transformaciones tienen de fondo una realidad: el producto tiende a minimizarse y, en última instancia, a desaparecer, a convertirse en un bien sin posibilidades de ser monetizado gracias a los productos definitivos de la industria del conocimiento como son los protocolos de acceso, copartición y reproducción casi ilimitada de los activos digitales; las licencias, y el diseño de nuevos usos sociales.

Los protocolos de comunicación son como lenguajes, formas de transmitir información. El protocolo TCP/IP, que da base al propio Internet, sería el primer ejemplo; mientras que Bittorrent o eDonkey son los protocolos de comunicación líderes para compartir archivos, y Blockchain se está afianzando como protocolo de comunicación de valor económico, que está permitiendo la construcción de sistemas monetarios paralelos, de los cuales, Bitcoin es el primero y más exitoso hasta ahora. Los contratos inteligentes (smart contracts) que se pueden crear con Blockchain, permiten a su vez la ejecución automática de determinadas acciones cuando se dan determinadas circunstancias, sin intervención humana, y tienen muchas posibilidades de alterar de forma disruptiva la industria de los seguros o la actividad de los escribanos.

Por otro lado tenemos las licencias que protegen la integridad del uso de los activos que se gestionan mediante los protocolos: las licencias de creative commons (para contenidos editoriales), la licencia GLP creada por Richard Stallman para el proyecto GNU y que se usa desde entonces para el software libre, o RALN, creado para las redes de telecomunicaciones procomún.

Y finalmente, el diseño y usabilidad de las plataformas establecen, que nuevos patrones de actividad social en la economía colaborativa. Un ejemplo fue empezar a registrar la reputación de los participantes, que se inició en el portal eBay y de ahí se extendió a innumerables plataformas y ha generado toda una nueva fuente de valor.

Pero si los protocolos de comunicación y las licencias son importantes, más lo son las personas. En contra del homo economicus, el axioma de la teoría económica que considera como hecho evidente el comportamiento egoísta del ser humano y que ha sido ya perfectamente refutada a nivel empírico, aparecen como un fenómeno ya consolidado los comuneros (commoners en inglés), aquellos que perpetran la producción de bienes desmercantilizables. En este colectivo se encuentran las personas que construyen los registros de reputación dejando una reseña de un restaurante, una empresa, un servicio u otro prosumidor en alguna plataforma para que otros usuarios se beneficien. Y los voluntarios que construyen y mantienen Wikipedia, Güifi, Linux o cualquier otro bien común. Se trata de un comportamiento basado en que las personas entienden que el bien de otro, de la comunidad, es también su bien particular, y que, si muchas personas hacen lo mismo, todos salen ganando. Un comportamiento irracional, según la ortodoxia económica, porque la mayoría de estos comportamientos no tienen una retribución económica directa, o si la tienen, su costo de oportunidad es elevado.

En algunos casos en los que estas personas dedican una parte importante de su tiempo a estas actividades, los modelos de retribución que las sostienen (donaciones, crowdfounding, etc.) con frecuencia no pagan los costos reales de producción sino una parte de ellos, mientras que otra se basa en el trabajo voluntario no retribuido, que llega a darse en condiciones de auto-explotación difícilmente sostenibles en el largo plazo. Es evidente que su sustento es un reto a resolver, al igual que lo es el desempleo. Pero también es importante destacar que el axioma del homo economicus no se cumple: las personas se comportan de diferente manera ante diferentes circunstancias y es incorrecto tomar el egoísmo ciego por principio.

El impacto de la desmercantilización en la economía actual

Según el ranking de Forbes 2016 de las mayores empresas que cotizan en bolsa, el 65% son empresas de la economía del conocimiento: banca, seguros, informática, internet, salud, laboratorios farmacéuticos y entretenimiento, con gran predominio de las dos primeras. Agregando las de telecomunicaciones y energía llegan al 80%. A principios de los años 2000, los primeros puestos de este ranking estaban ocupados por las empresas petroleras y constructoras de vehículos, mientras que las empresas del conocimiento encabezaban el ranking de aquellas cuyos beneficios crecían más rápido. Una de las diferencias más llamativas entre las industrias que encabezaban el ranking en 2000 y las que lo encabezan en la actualidad, es que las primeras empleaban millones de personas y las últimas emplean tan solo algunos cientos de miles, por lo cual podemos afirmar que la tendencia a la desmercantilización nos afecta de lleno.

La historia económica de la humanidad viene marcada por la evolución que genera la innovación. Con cada innovación, los sectores más innovadores producen un mayor valor añadido, es decir, acaparan más margen de beneficios y como consecuencia, más talento y más trabajadores, en detrimento de los sectores más primitivos.

A lo largo de la historia, los sectores de vanguardia han ido evolucionando. En la antigüedad era la agricultura, en la Edad Media pasó a ser la artesanía, en la Edad Moderna el comercio, luego la industrialización, y ahora es el conocimiento. Un sector del conocimiento que, desde la revolución digital, ha empezado a evaporar el valor, revirtiendo la tendencia evolutiva milenaria del sistema económico, y que ya se está empezando a ver en ciertos indicadores. Uno de los indicadores de este proceso de desmercantilización es el estancamiento de la productividad.

Es necesario aclarar que la productividad laboral se puede medir en unidades de producto producidas por hora de trabajo, pero la medición más extendida es en términos monetarios: valor económico de la producción por hora trabajada (otros indicadores usan el valor añadido), o por persona ocupada. Para que se dé un aumento de productividad es necesario no solo que aumenten las unidades o cantidad de producto obtenido por hora trabajada, sino que esa producción se venda. Y es en este último punto donde las innovaciones digitales no cumplen con el papel que otras innovaciones anteriores cumplieron, porque mientras que la productividad en unidades sube, la productividad en valor económico se ha estancado e incluso disminuye por falta de ventas.

Volvamos al ejemplo de la industria discográfica: la digitalización de la música y su distribución en el entonces nuevo formato CD supusieron un abaratamiento muy importante en los costos con respecto a la producción en vinilo. Esto hubiera incrementado los beneficios y la productividad de la industria, sino hubiera sido porque la digitalización, con el advenimiento de Internet, permitió luego que los usuarios pudieran comenzar a compartir archivos de música online, con la misma calidad que el original, de forma sencilla y casi gratuita, eliminando así la necesidad de adquirir CD’s para disponer del bien –la música–, reduciendo los ingresos por ventas de la industria, en gran parte gracias a la piratería, y, como consecuencia, la productividad.

El CD pasó a ser un producto desmercantilizado, que dejó de venderse porque nadie paga por algo que no es necesario pagar, aunque tenga dinero.

El otro indicador que apoya la hipótesis de la desmercantilización es la falta de inversión empresarial que se está registrando a causa de la falta de beneficios esperados. Incluso en momentos en que la economía estadounidense parecía que despegaba, estudios recientes demuestran que el crecimiento es efímero y está basado exclusivamente en el consumo, que ha sido alimentado artificialmente por condiciones crediticias favorables y un aumento de los precios inmobiliarios. Falta demanda de crédito por falta de rentabilidad o falta oportunidades de negocio, lo que a su vez está presionando el tipo de interés a la baja, de forma que estamos probablemente ya en un tipo de interés natural igual a cero.

La transición

Nos espera una transformación radical del sistema económico que conocemos hasta la fecha y de sus dinámicas de evolución. Con una brecha creciente entre la innovación, la productividad y el crecimiento económico en estos casos, se abre una nueva era: la era de la abundancia.

La economía de mercado no dejará de existir y, sin duda, no todas las innovaciones causarán la desmercantilización, aunque potencialmente puedan generarla, algunas ya lo estén haciendo y exista un empuje social en esa dirección. Esta tendencia a la desmercantilización, aunque sea en ámbitos acotados del sistema económico, irá erosionando cada vez más el empleo y los beneficios en muchas de las industrias de vanguardia.

En las demás industrias, la tendencia a los rendimientos decrecientes del capital seguirá su curso histórico, reduciendo también los márgenes empresariales, algo que históricamente se da en las empresas y en las industrias consolidadas, cuando hay competencia perfecta, porque cuantas más hay, menos ganan cada una y más tienden los precios a igualarse al costo marginal de producción. Lo nuevo en la situación actual es que también en las industrias de vanguardia y los monopolios el valor económico tienda a reducirse de forma bastante rápida. En conjunto, la combinación de estas dos tendencias irá erosionando las posibilidades de beneficio y de crecimiento económico de forma inexorable. En algunos casos se contrarrestará con la “financiarización”, todavía presente y muy viva entre nosotros. La acaparación del valor por parte de ciertas plataformas que operan en la economía colaborativa, en detrimento de los usuarios que ponen sus activos para hacerlas posibles, es un ejemplo muy significativo de este caso. Antes hemos mencionado a Google places y Tripadvisor, pero podemos incluir en este grupo a otros como Uber o AirBnB. Es decir, es posible que no todos aquellos sectores que reúnen las condiciones para desmercantilizarse experimenten dicha transformación.

También se están dando acciones políticas para frenar esta tendencia a la caída del beneficio, reforzando los monopolios y la regulación, que en muchos casos está enfocada en proteger los mercados con barreras de entrada, a apuntalar los derechos de copia y las patentes en un intento legislativo de dar cuerpo a una escasez evanescente. El ejemplo del “impuesto al sol” implantado en España, que desincentiva el autoconsumo de energía renovable, es un claro precedente, cuyo objetivo es mantener los beneficios de las grandes empresas eléctricas en contra del bien público de sustituir fuentes de energía fósil por fuentes renovables.

La desigualdad de la nueva normalidad

Thomas Piketty demostró recientemente en su libro “El capitalismo en el siglo XXI” que cuando el rendimiento del capital es mayor que la tasa de crecimiento económico, las desigualdades tienden a incrementarse. En un escenario de decrecimiento, la única posibilidad de que las desigualdades no se incrementen es con una tasa de retribución del capital igual o menor que cero. Sin embargo, el sistema monetario y financiero actual no puede funcionar en esas condiciones porque, en teoría, se basa en un mercado (el mercado de dinero) y no hay mercados a precio cero.

De hecho, el diseño de ese sistema, desde el abandono del orden monetario instituido en Bretton Woods en 1971, es justamente el motor del movimiento contrario, la financiarización, y también es la razón principal de que tengamos un sistema económico que solo puede funcionar con crecimiento económico.

Una breve descripción del funcionamiento del sistema monetario es necesaria para explicar este hecho con mayor claridad. La mayor parte del dinero en circulación es dinero bancario, creado por los bancos como anotaciones en cuenta. La forma en que se crea este dinero es variada, pero esencialmente hay dos mecanismos: cuando la banca emite pagos hacia el público no bancario y cuando otorga préstamos al público no bancario. La mayor parte de estas operaciones exigen la perspectiva de un beneficio futuro para poder llevarse a cabo. Tanto cuando un banco adquiere activos (bonos, obligaciones, acciones, inmuebles), como cuando otorga préstamos, debe haber un beneficio esperado que permita la retribución del capital financiero. Si no se da esa expectativa de beneficio futuro, los activos no se compran y los créditos no se otorgan, y por lo tanto no se crea dinero. Esto no sería un problema, si el dinero en circulación se pudiera mantener constante, pero esto no es posible, ya que esta forma de generación monetaria, el dinero bancario, exige la generación monetaria nueva de forma constante. La razón es que, si emitir créditos incrementa el dinero en circulación, devolverlos lo reduce, y mientras que lo que se crea es el principal, lo que se destruye es el principal más los intereses. Por ello, las operaciones de crédito bancario son una trampa de deuda: cuanto más dinero se crea más dinero falta, lo que exige siempre creación monetaria adicional, que solo se produce si hay un beneficio esperado. Así podemos ver que, el crecimiento económico es un requisito imprescindible para que el sistema monetario y financiero actual funcione. En un contexto de desmercantilización como el descrito, el resultado solo puede ser la parálisis del sistema financiero, algo que ya es un hecho constatado, primero en Japón y después en Occidente, tras sendas crisis bancarias causadas ambas por burbujas especulativas del sector inmobiliario.

En otras palabras: el sistema monetario y financiero actual es incompatible con un escenario de abundancia, ya que por definición, solo funciona en un escenario de escasez, que es condición imprescindible para que haya beneficio, crédito y creación monetaria. Nos vamos a enfrentar a una coyuntura en la que la abundancia material estará disponible con moneda convencional, pero esa moneda cada vez será más escasa para dedicarla a determinados objetivos. Por ejemplo, si deseáramos financiar la transición energética hacia energías renovables, reducir la demanda energética y el movimiento de materiales sustituyendo el consumo global por el consumo local, eliminar la obsolescencia programada, o crear bienes comunes, el sistema monetario y financiero actual no será el más indicado para financiar esta transición. Y sin embargo, financiará copiosamente cualquier proyecto que vaya en el sentido opuesto: inventar ingenios que favorezcan la obsolescencia programada, generar burbujas especulativas o monopolios, implantar barreras a los mercados, o apoyar opciones políticas que legislen en este sentido. El dinero convencional, generado en su mayor parte como dinero bancario, tiene que servir su propósito: retribuir el capital financiero. Esta es su razón de ser y no puede funcionar de ninguna otra forma sin experimentar una transformación.

Nuestro sistema económico es dependiente del crecimiento. Esta dependencia ha hecho que los políticos dirigentes del mundo desde el comienzo de este milenio hayan dejado que se formen burbujas especulativas de todo tipo para que nuestros sistemas económicos puedan aparentar un crecimiento que finalmente ha resultado ser un espejismo. Para sostener estos espejismos hemos dilapidado recursos en exceso: talento humano, energía y materiales, recursos que deberíamos aprovechar mejor en el futuro.

¿Hacia qué modelo económico nos dirigimos?

Esencialmente, las opciones a nivel político se reducen a dos: tratar de frenar la tendencia a la desmercantilización o adaptarnos a ella para conseguir para nuestras sociedades una vida digna, próspera y en armonía con el medio. Para seguir como hasta ahora, impulsando un modelo de crecimiento económico, los gobiernos tendrán que favorecer la escasez sobre la abundancia, ignorar que el crecimiento económico no viene de un impulso natural del ser humano sino de una condición básica de funcionamiento del sistema monetario y financiero, y hacer caso omiso a las voces que alertan sobre los límites medioambientales del planeta. Esto no será difícil porque la financiarización, que tiende a mercantilizar cada aspecto de nuestra vida, sigue siendo la tendencia predominante en la actualidad. Se trata del “business as usual” del que podemos dar un ejemplo para ilustrar: en contra modelo de autoprestación en la movilidad mediante coches sin conductor al que nos referíamos antes de forma teórica, ya existe de hecho un acuerdo entre el fabricante de vehículos Volvo y la plataforma Uber para que el primero provea de vehículos que disponen de esta tecnología al segundo y empezar a hacer una prueba piloto en EEUU. El que la movilidad quede en un futuro en manos de un oligopolio de grandes fabricantes articulados a través de una plataforma como Uber no parece un horizonte inverosímil. Y con este escenario vendría la consolidación de un futuro distópico de beneficios sin producción para las empresas y reducción del empleo (y las rentas del trabajo) para los trabajadores. Es muy posible que, desde un punto de vista de política pública, la posibilidad de fomentar que los prosumidores generen sus propias estructuras de autoprestación sea la única alternativa a dejar que se formen este tipo de estructuras oligopólolicas.

Sin infravalorar en absoluto el enorme reto de adaptar nuestra sociedad a un modelo económico basado en la abundancia, ese es el germen de la oportunidad que se abre en el horizonte. Apuntar en esa dirección podría resultar en una mejora sustancial para nuestras sociedades y nuestra vida. Lo que finalmente ocurra dependerá en una gran medida de lo que haga la sociedad en el presente y en el futuro inmediato.

Estrategias políticas y sociales de cambio

Como hemos visto, el modelo económico mercantilista ha impactado en forma progresiva en cada dimensión de nuestra vida, pero todo indica que estamos iniciando un proceso de desmercantilización, que propone virar de este juego económico de suma-cero, donde todo es una mercancía, donde todo se “compra y se vende”, a una economía de la abundancia, en la cual los problemas y necesidades económicos y sociales son pensados y accionados desde un punto de vista común, integrado y colectivo, dejando atrás la idea individualista.

En la economía de la abundancia, somos nosotros los productores y consumidores de nuestras necesidades –económicas, sociales y de vida en el sentido más amplio–. Como “prosumidores”, decidimos y dejamos atrás las estructuras burocráticas: empresas, sindicatos, Estados. Empezamos a conectarnos de forma directa, sin intermediarios, sin “poderes concentrados” que orquesten nuestras vidas, para lograr satisfacer nuestras necesidades.

Esto nos da la oportunidad de pasar de estos sistemas antiguos, infraestructuras o modelos de pensamiento de una economía de suma-cero, estática, versión 1.0 –como era la web años atrás– a una economía de doble vía, 2.0, donde el productor y consumidor son lo mismo, y por ende, la abundancia se genera al producir lo mismo que se consume llegando al ideal del 1:1.

Está todo dado para empezar a reescribir la historia, y para hacerlo de forma diferente, garantizando el sustento de las personas, sufragando los bienes públicos (dentro de los cuales están tanto los bienes comunes como los bienes y servicios que provee el Estado) y preservando el medioambiente para evitar una hecatombe de consecuencias imprevisibles.

Para ello, las cuestiones centrales a resolver en esta nueva era de la abundancia son:

1. Renta básica. En un primer momento, se debería garantizar un ingreso mínimo a todas las personas, como medida de choque en la situación actual de alto desempleo sin esperanza alguna de ser eliminado. Con posterioridad, una vez se haya testado la medida, será necesario encontrar soluciones complementarias a la renta básica en moneda convencional para hacer frente a la reducción de la renta, o sustituirla por otra medida más adecuada.

2. Reducción del tiempo de trabajo. Si el empleo se reduce, será necesario repartirlo como sistema de garantizar unos ingresos en moneda convencional a todo el mundo, que les permitan financiar infraestructuras de acceso y otras necesidades, y convertir el tiempo restante en horas de ocio equitativamente distribuidas.

3. Nueva fiscalidad: El Estado deberá empezar a financiar sus ingresos con base en otros criterios diferentes a la generación de rentas.

4. Nuevas gratuidades y ahorros. Si la era de la abundancia está marcada por la desmercantilización del bien producido, probablemente la principal forma de aprovecharla será dentro de esa misma lógica, es decir, ofrecer el acceso al bien generado fuera del mercado, ya sea de forma gratuita, a un precio bajo, en moneda convencional o complementaria, o condicionando el acceso al bien a haber contribuido en su creación o mantenimiento de alguna manera, como en el modelo de autoprestación.

5. Reducir la dependencia del ingreso de las personas. Mientras haya productos, especialmente todo lo que se puede producir en formato de autoprestación, se debería garantizar el derecho democrático a contribuir a su producción en las condiciones adecuadas, para generar derechos de acceso al producto, y comenzar así un proceso de reducción de la dependencia de los ingresos en forma de renta por parte de la población, no solo del Estado. Esto podría incluir el acceso o financiación de infraestructuras técnicas, tecnológicas o incluso también tierra para cultivar.

6. Sistema financiero y monetario: Será imprescindible sustituir el sistema financiero actual que se moviliza solo ante la escasez. Se puede modificar la forma en que el sistema monetario y financiero actual crea el dinero, lo que constituye un objetivo político, pero también es posible generar nuevos sistemas monetarios paralelos o complementarios y hacer que estos vayan gestionando cada vez más una mayor proporción de la economía, en concreto, los sectores desmercantilizables. Esto hará presión para la transformación del sistema convencional gestionado por los bancos centrales. Además, permitirá generar estrategias en las que la moneda convencional se ponga al servicio de financiar infraestructuras de acceso, sustituyéndola allí donde se pueda por monedas complementarias para poder hacerlo. Los sistemas de monedas sociales y complementarias pueden financiar algunas actividades importantes en la transición a un modelo económico de abundancia, como:

a. Financiación ciudadana del Estado: Esta moneda nace cada año en el pago de impuestos (Ciudadano→Estado) y muere en el pago de servicios públicos (Estado→ Ciudadano). Se trata de una moneda emitida por el ciudadano para pagar al Estado contribuciones con las que el Estado financia servicios públicos que llevan a cabo los ciudadanos. Los ingresos del Estado se desvinculan de la obtención de renta, tanto del ciudadano como del Estado.

b. Moneda emitida desde el Estado mediante el pago al ciudadano (por ejemplo de la renta básica). Se destruye con oxidación, pago de impuestos y servicios públicos (vendibles). El pago desde el Estado es un esquema bastante tradicional de emisión monetaria, la única novedad en este caso sería hacerlo pagando una renta básica ciudadana.

c. Financiación empresarial: la moneda se pone en circulación cuando el empresario paga insumos productivos (empresa/ empresa o empresa/ciudadano) y se destruyen con el cobro del producto en moneda complementaria (ciudadano/empresa o empresa/ empresa). El mecanismo se origina con el fin de obtener financiación para la actividad productiva. Estas monedas proporcionan financiación estable y sin vaivenes originados en “los mercados financieros”. No se van a paraísos fiscales. Su costo es muy reducido (mucho menor que el interés bancario) y generan una renta local que se puede gastar solo localmente, provocando la sustitución de producto global por producto local cuando existan sustitutos adecuados, y reduciendo la demanda energética.

d. Inversión en infraestructuras: La moneda convencional se sustituye por moneda complementaria para el consumo, y con esa moneda convencional se pagan infraestructuras de acceso. El ciudadano a cambio puede obtener una parte de la propiedad de la infraestructura así financiada. Este mecanismo se podría aplicar a la financiación de fuentes de energía renovable, así como a la construcción de infraestructuras de otro tipo: vehículos solares o eléctricos, redes de telecomunicaciones, viviendas sostenibles, etc.

7. Nuevos indicadores: Necesitamos indicadores que reflejen el verdadero bienestar de las personas y las sociedades y abandonar el PIB o la renta per cápita como medida de progreso. Una propuesta consiste en crear una lista de bienes a fomentar, y una lista de males a reducir. Ambas serían definidas mediante encuestas por los propios ciudadanos. El indicador de progreso recogería la reducción de los males y el incremento de los bienes, cuya evolución sería medible. Existen otras propuestas que podrían ser igualmente válidas, como el índice de desarrollo socioeconómico.

Conclusiones

Durante años hemos estado viviendo el incremento constante del tamaño del mercado a causa de la financiarización del sistema económico. El mercado ha invadido de forma paulatina cada parcela de nuestra vida. La revolución digital nos trae el movimiento contrario: la desmercantilización, que toma dos formas: productos que se vuelven bienes libres con muy pocas posibilidades de ser vendidos, y la auto-prestación: soluciones articuladas por parte de prosumidores organizados que anulan monopolios de productos y reducen márgenes empresariales de las industrias que venían produciéndolos.

La desmercantilización marca una tendencia natural hacia el estancamiento económico, si se quiere expresar dentro de los parámetros económicos actuales. Si se quiere analizar con un poco más de rigor y perspectiva, lo que realmente nos anuncia es el fin del modelo económico centrado en los bienes escasos, los productos, y el comienzo de un nuevo modelo económico: la economía de la abundancia, que nos impone sus condiciones que deberemos entender para aprovechar su potencial.

Uno de los factores diferenciales de esta nueva economía es que el pacto keynesiano que dio base al sistema actual se rompe y el desempleo tecnológico se convierte en desempleo definitivo, que no puede ser resuelto solo con prestaciones sociales convencionales. Esto nos lleva a la necesidad de repartir el empleo con reducciones de jornada laboral, de forma que el desempleo se transforme en ocio democráticamente distribuido. Por otro lado, la desmercantilización lleva a que el mercado y la renta tiendan a reducirse y, como consecuencia, los ingresos fiscales del Estado que graban la renta también lo harán. Esto exige medidas explícitas encaminadas a reducir la dependencia de la renta (o del ingreso) tanto de las personas como de los gobiernos.

Para ello, serán necesarios nuevos mecanismos monetarios y financieros, ya que el sistema convencional solo se moviliza ante la expectativa de beneficios. Una tasa de retorno del capital muy superior a la tasa de crecimiento nos llevará a incrementar las desigualdades sociales, por lo que, en un escenario de decrecimiento, será esencial activar formas de creación monetaria desligadas del crédito con interés y de la expectativa de beneficios. Las nuevas soluciones serán especialmente necesarias en materia de financiación pública. Porque, aunque se espere una reducción de los recursos del Estado, también se espera una importancia relativa creciente de la producción pública. Esto se debe a que un producto desmercantilizado, que no se puede vender, solo puede producirse con criterios de bien público. Lo que no quiere decir que la esfera de producción estatal sea la única posible para los bienes públicos. También es factible la organización de la producción desde esferas comunitarias o privadas, pero el Estado no dejará de tener un papel importante.

Como suele ocurrir, esta crisis del modelo actual trae consigo el germen de las soluciones. Se desencadena porque el ser humano es el medio de producción que más valor produce, y de ese hecho precisamente surgen las soluciones. Frente a la dicotomía del consumidor y el empleado como figuras diferenciadas, crece en importancia la figura del prosumidor y de los sistemas de colaboración que le permiten organizarse en una economía compleja, formando esquemas de auto-prestación para acceder a los productos que estima necesarios. Libera a su vez potencialmente al prosumidor, en el proceso de producción, de las exigencias de los dueños del capital.

El paso definitivo de este proceso es culminar la desmercantilización del sector que, precisamente, ocupa el lugar central del modelo económico actual: el sector monetario y financiero, para que los prosumidores de dinero y crédito puedan hacerse así con las riendas del capital y del poder. Porque en todo este proceso, la transformación clave va a ser la de las estructuras de poder. La abundancia estará disponible solo para aquellos que dispongan de las infraestructuras de acceso a ella, y la capacidad de emitir dinero estará estrechamente ligada con la posibilidad de hacerse con dichas infraestructuras. De ahí la necesidad de una soberanía financiera ciudadana, que dé entrada al ciudadano para decidir los asuntos relativos al sistema monetario de forma democrática y respete su derecho fundamental a emitir dinero. Esto significaría una modificación del sistema monetario y financiero convencional, algo que constituye una clara vía de acción política. Los sistemas de monedas sociales y complementarias pueden financiar algunas actividades importantes en la transición a un modelo económico de abundancia, como la financiación de una nueva fiscalidad independiente del nivel de renta, la financiación empresarial de la economía productiva, la financiación de infraestructuras de acceso a la abundancia. Muchos de estos esquemas son compatibles entre sí y pueden complementarse unos a otros.

Un modelo económico de la abundancia podría tener muchas posibilidades de generar sociedades más vibrantes, sanas, equilibradas y justas, pero sobre todo, nos liberará del imperativo de crecimiento económico y nos permitirá gestionar adecuadamente la escasez donde realmente está y se evidencia, frenando nuestra capacidad de polucionar y destruir la biodiversidad, que es lo que cada vez tiene un margen más escaso si es que no queremos extinguirnos.

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