Creación de valor sostenible o integral

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La "Creación de valor integral sostenible y regenerativo” es un concepto que pone de manifiesto la necesidad de que todas las organizaciones, sean éstas públicas, sociales o empresariales, tengan en cuenta las dimensiones ambiental, social, económica y pública a la hora de crear valor –ya que las cuatro dimensiones están intrínsecamente ligadas–, sin que cada tipo de organización abandone su foco de creación de valor respectivo.

Esto implica para las organizaciones de los tres sectores un cambio profundo que las obliga a abandonar una visión unidimensional de su rol y función histórico en la sociedad, para refundarse desde un nuevo concepto: el desarrollo sostenible.

En el caso del sector privado, representado por las empresas, ya no resulta suficiente la transparencia de un balance contable, sino que también es necesario que realicen un balance social y operen a partir de la "triple o cuádruple cuenta de resultados", dando cuenta de su rendimiento en términos financieros, sociales y medioambientales, manteniendo su misión de crear valor económico, pero sin descuidar la creación de valor ambiental, social y público. Esta refundación debe realizarse no solo por motivos éticos o morales, sino por lo que podríamos llamar “solidaridad egoísta”, que determinará la propia supervivencia de las compañías en el futuro. Porque el compromiso de la empresa con el planeta y la sociedad en la que trabaja, determinará que la sociedad le continúe renovando la licencia social que necesita para operar y en consecuencia sobrevivir. Aquellas empresas que no lo hagan tienen los días contados.

Este mismo fenómeno tiene su correlato en el sector público, ya que del mismo modo en que en el siglo pasado el individuo asumía su rol de trabajador y demandaba que el Estado o gobierno diera principalmente respuesta a sus reclamos sociales, hoy asume cada vez más su rol de ciudadano global. Y desde este lugar, le exige a los políticos y gobernantes la creación de valor público, que implica la fijación y el cumplimiento de reglas de juego claras, transparencia, libertad de acceso a la información pública, participación ciudadana, representatividad real, no corrupción, y la puesta en práctica de otros valores que conforman el ideario del desarrollo sostenible, tales como la libertad, el acceso a las oportunidades, la justicia y la equidad, entre otros.

En cuanto al sector social, es por demás claro que la beneficencia y la caridad no resultan suficientes ya que no generan verdaderas transformaciones. Y, pese a que siempre habrá personas que necesiten de subsidios y otro tipo de ayuda para poder sobrevivir, hoy se sabe que en lugar de regalar pescado, lo más importante es, no solo enseñar a pescar, sino además dejar capacidad instalada en las personas para que puedan ir en la búsqueda de su felicidad a través de poder desarrollar su propio proyecto de vida a partir de mejorar los procesos y las artes de pesca. Es por ello que, en la actualidad, la legitimidad de las fundaciones y otras organizaciones no gubernamentales depende cada vez más de que sean exitosas en el cumplimiento de sus objetivos, y de su misión y propósito. Esto exige que incorporen en su accionar la lógica de la eficiencia, la eficacia, la medición de impacto y la rendición de cuentas, considerando a los fondos que reciben –no importa si provienen del sector público, privado o de los ciudadanos– como inversiones sociales capaces de crear valor social, y en consecuencia generar dividendos sociales en términos de educación, salud, bienestar y calidad de vida.

Digamos que los mismos parámetros, principios y valores que la sociedad utiliza para evaluar el accionar de las empresas y los gobiernos, rigen hoy para las organizaciones de la sociedad civil, porque los ciudadanos globales comparten una misma agenda, lo que además las vuelve susceptibles de recibir los mismos cuestionamientos que cualquiera de las instituciones que integran los otros dos sectores.

Como señalábamos al principio, para dar respuesta a estas demandas, es necesario que los tres sectores y las instituciones que los conforman abandonen el viejo paradigma de la sociedad industrial en base al cual estas organizaciones se concebían a sí mismas como unidimensionales o unipolares, para incorporar en su accionar la noción de multidimensionalidad.

Esto debería dar lugar a que tanto las empresas, como las organizaciones del sector social y los gobiernos, se conviertan en verdaderas organizaciones de nueva generación que, a través de infinitas formas de asociación, alianzas colaborativas y redes; y sin abandonar su foco de creación de valor respectivo, también promuevan y acompañen las otras dos dimensiones de creación de valor, desde la integración, la corresponsabilidad, la cocreación y el codiseño.

En el caso de una empresa, esto implica abandonar el lucro como su único propósito, para transformarse en una organización que crea valor económico sostenible. En el caso de una organización social, implica dejar de pensar solo en términos de caridad y beneficencia para dedicarse a crear valor social sostenible; y en el caso del sector público, abandonar el viejo paradigma de acumulación y administración del poder, para convertirse en un agente de creación de valor público sostenible.

En definitiva, la interrelación de estas cuatro variables nos da como resultado la creación de valor integral, que apunta a cumplir con el postulado fundacional del desarrollo sostenible, según el cual las generaciones presentes no deben poner en riesgo la posibilidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades.

Sin embargo, a partir del sobregiro que sufre hoy el planeta (en la actualidad los humanos consumimos los recursos naturales a una velocidad muy superior de la capacidad que tiene la Tierra para regenerarlos), ya no alcanza solo con pensar y actuar en la búsqueda de la sostenibilidad del sistema, sino que además debemos restaurar y regenerar los ecosistemas naturales y culturales.

De la capacidad que demuestren las organizaciones y las instituciones de poder cumplir con los postulados de la creación de valor integral sostenible y regenerativo en el futuro, dependerá que la sociedad les renueve la licencia social que les otorga para operar, y en base a ello se podrá poner en práctica el nuevo concepto de progreso desde una perspectiva sistémica, entendiendo que las cuatro dimensiones –económica, pública, social y ambiental– están íntima e ineludiblemente relacionadas y funcionan de forma complementaria e interdependiente.

Compartir los privilegios

Es por ello que, a nivel individual, en nuestro carácter de ciudadanos responsables nos toca entender que todos aquellos que gozamos de algún privilegio por haber tenido acceso a las oportunidades, debemos estar dispuestos a compartirlos con los demás, ya que, de no hacerlo, esto podría poner en peligro nuestra propia supervivencia como especie en el largo plazo.

Y también debemos estar dispuestos a enfrentarnos una vez más con el límite que siempre ha tenido que enfrentar el ser humano, y que es la realidad de que vivimos en un planeta pequeño y finito. Por lo tanto, uno de los grandes desafíos que tenemos por delante como especie, es aprender a administrar la escasez y la finitud de forma justa y equitativa para resolver los grandes problemas que hoy padecemos a nivel global: pobreza, hambre, desigualdad, exclusión y falta de acceso a las oportunidades. Frente a la incógnita acerca de si podremos o no resolver este desafío, sólo nos queda recordar que tanto el mercado como las organizaciones, los gobiernos y las leyes que nos rigen son creaciones del ser humano, por lo cual siempre podrán ser transformadas, reformuladas y encaminadas hacia los nuevos horizontes que nos plantea esta nueva era.

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