Convivencia y empatía

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Convivencia

Del artículo de Leonardo Boff: "La amenaza de la convivencia en los días actuales"

La convivencia es un dato esencial de nuestra naturaleza como humanos, pues nosotros no existimos, coexistimos; no vivimos, convivimos. Cuando las relaciones de convivencia se desgarran, algo de inhumano y violento sucede en la sociedad y en general en nuestra civilización, en franca decadencia.

La cultura del capital, hoy globalizada, no ofrece incentivos para que cultivemos el “nosotros” de la convivencia, sino que enfatiza el “yo” del individualismo en todos los campos. Necesitamos rescatar la convivencia de todos con todos los que habitamos una misma Casa Común, pues tenemos un origen y un destino comunes. Divididos y discriminados recorreremos un camino que podrá ser trágico para nosotros y para la vida en la Tierra. Es bien sabido que la palabra “convivencia”, como reconoce el investigador académico alemán, T. Sundermeier, Konvivenz und Differenz, 1995, tiene su nacimiento en dos fuentes brasileras: la pedagogía de Paulo Freire y las Comunidades Eclesiales de Base. Paulo Freire parte de la convicción de que, la división maestro/alumno no es originaria. Originaria es la comunidad aprendiente, donde todos se relacionan con todos y todos aprenden unos de otros, conviviendo e intercambiando saberes. En dichas comunidades es esencial el espíritu comunitario y la convivencia igualitaria de todos los participantes. Incluso el obispo y los curas se sientan juntos alrededor de la mesa y todos hablan y deciden. No siempre el obispo tiene la última palabra.

¿Qué es la convivencia?

La propia palabra contiene en sí su significado: deriva de convivir, que significa conducir la vida junto con otros, participando dinámicamente de la vida de ellos, de sus luchas, avances y retrocesos. En esa convivencia se da el aprendizaje real como construcción colectiva del saber, de la visión del mundo, de los valores que orientan la vida y de las utopías que mantienen abierto el futuro.

La convivencia no anula las diferencias. Al contrario, es la capacidad de acogerlas, dejarlas ser diferentes y así y todo vivir con ellas y no a pesar de ellas. Sólo relativizando las diferencias y favoreciendo los puntos en común surge la convergencia necesaria, base concreta para una convivencia pacífica, aunque haya siempre niveles de tensión, por causa de las legítimas diferencias.

Veamos algunos pasos hacia la convivencia:

En primer lugar, superar la extrañeza porque alguien no es de nuestro mundo. Pronto preguntamos: ¿de dónde viene?, ¿qué ha venido a hacer? No debemos crear dificultades, ni encuadrar al extraño sino acogerlo cordialmente.

En segundo lugar, evitar hacernos rápidamente una imagen del otro y dar lugar a algún prejuicio (si es negro, musulmán, pobre). Es difícil, pero es necesario para la buena convivencia. Bien decía Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que sacar un prejuicio de la cabeza de alguien”. Pero se puede sacar.

En tercer lugar, procurar construir un puente con el diferente mediante el diálogo y la comprensión de su situación.

En cuarto lugar, es fundamental conocer su lengua o rudimentos de ella. Si no es posible, prestar atención a los símbolos pues revelan generalmente más que las palabras. Ellos hablan de lo profundo de él y de nosotros.

Por último, esforzarnos para hacer del extraño un compañero (con quien se comparte el pan) de quien se procura conocer su historia y sus sueños. Ayudarlo a sentirse incluido y no excluido. Lo ideal es hacerlo un aliado en el peregrinaje del pueblo y de la tierra que lo ha acogido, por el trabajo y la convivencia. Hay que añadir que no se debe restringir la convivencia solamente a la dimensión humana. Ella posee una dimensión terrenal y cósmica. Se trata de convivir con la naturaleza y sus ritmos y darnos cuenta de que somos parte del universo y de sus energías que pasan por nosotros en cada momento.

La convivencia podrá hacer de la geosociedad, menos centrada sobre sí misma y más abierta hacia arriba y hacia delante, menos materialista y más humanizada, un espacio social en el cual sea menos difícil la convivencia y la alegría de convivir.

Empatía

La “empatía” es lo que nos permite entrar en el estado emocional de otra persona que sufre, y sentir su dolor como si fuera nuestro.

En 1872, Roberto Vischer acuñó la palabra Einfüblung, empleada en la estética alemana, de la cual se deriva el término empatía. Luego, el filósofo e historiador alemán Wilhelm Dilthey tomó este término de la estética y lo utilizó para describir el proceso mental por el que una persona entra en el ser de otra y termina sabiendo cómo siente y piensa ésta. Dicho de otro modo, “empatía” es lo que nos permite entrar en el estado emocional de otra persona que sufre, y sentir su dolor como si fuera nuestro.

Esta capacidad de reconocernos en el otro y de reconocer al otro en nosotros es profundamente democratizadora. “La empatía es el alma de la democracia. Es el reconocimiento de que cada vida es única y digna de la misma consideración en la esfera pública. La evolución de la empatía y de la democracia ha ido de la mano a lo largo de la historia. Cuanto más empática es una cultura, más democráticos son sus valores y sus instituciones de gobierno. Aunque la estrecha relación entre la extensión de la empatía y la expansión de la democracia está muy clara, es extraño que se le haya prestado tan poca atención en el estudio de la historia y la evolución del gobierno.

En su libro “La civilización empática”, Jeremy Rifkin, Profesor del Programa de Formación Ejecutiva de Wharton School en la Universidad de Pensilvania, señala que recientes descubrimientos en el estudio del cerebro y del desarrollo infantil, obligan a replantear la antigua creencia de que el ser humano es interesado, utilitarista, materialista y agresivo por naturaleza. Sostiene que la evidencia creciente de que somos una sociedad empática tiene consecuencias trascendentales para la sociedad. “Nuestros cronistas oficiales—los historiadores—han desestimado de plano la empatía como fuerza motriz en el desarrollo de la historia humana. En general, los historiadores escriben sobre guerras y otros conflictos sociales, sobre grandes héroes y grandes malvados, sobre el progreso tecnológico y el ejercicio del poder, sobre injusticias económicas y sociales. Cuando mencionan la filosofía, suelen hacerlo en relación con el poder. Muy rara vez los oímos hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y en la sociedad.”

Rifkin destaca que en la segunda mitad del siglo XX se universalizó la empatía. “Después del Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad se dijo: «Nunca más». Hemos extendido la empatía a muchos de nuestros semejantes antes tenidos por infrahumanos —incluyendo mujeres, homosexuales, discapacitados, personas de color, y minorías étnicas y religiosas— y hemos codificado esta sensibilidad en derechos y políticas sociales, en leyes sobre los derechos humanos y, hoy en día, incluso en leyes de protección de animales. Nos aproximamos al objetivo de incluir a «los otros», a «los extraños», al «no reconocido». Y aunque la luz de esta nueva conciencia de la biósfera apenas empieza a despuntar —los prejuicios y las xenofobias tradicionales aun siguen siendo la norma— el simple hecho de que nuestra extensión empática llegue a ámbitos hasta ahora inexplorados constituye un triunfo de la evolución humana”.