Control de daños
Según Fernando Diez, el mayor accidente ambiental de los Estados Unidos ha sido causado por las nuevas tecnologías de exploración petrolífera subacuáticas, capaces, por primera vez, de perforar en el océano a profundidades descomunales.
La rotura de la boca del pozo de British Petroleum en el Golfo de México, a 1500 metros de profundidad, liberó una cantidad imprecisa de petróleo crudo y gas a alta presión. Entre 16000 y 25000 barriles diarios (más de 4 millones de litros, que las más recientes evaluaciones han elevado a más de 6 millones): varias veces lo admitido en un principio por British Petroleum.
Afectó no solo a miles, sino a millones de personas en un área geográfica del tamaño de países enteros y a la fauna marina contaminando costas y playas. Destruyó la industria pesquera, así como también la del turismo de la zona.
El tamaño del yacimiento es lo que justificó tan costosa y profunda exploración. Hay allí una relación lógica entre las escalas del beneficio potencial, el riesgo ambiental y el accidente.
La ponderación del riesgo ambiental debe comenzar por distinguir el tipo potencial de accidente al que nos exponemos. El buque Exxon Valdez, que en 1989 derramó alrededor de 40 millones de litros de petróleo en Alaska, tenía una cantidad limitada de petróleo. El pozo de British Petroleum tiene la capacidad de seguir emitiendo una renovada y permanente cantidad de petróleo durante un tiempo ilimitado.
En este sentido, los acontecimientos de los últimos años revelan que el hombre ha creado las condiciones para dar lugar a la posibilidad de una nueva categoría de accidente que podemos llamar del "tercer tipo".
- El primer tipo de accidente sería el producido por causas naturales o, más precisamente, por la exposición del hombre a esas causas, clásicamente, la inundación o el terremoto, que afectan a una población. Fenómenos naturales poco frecuentes que sorprenden la imprevisión humana destruyen, a veces, ciudades enteras.
- Los accidentes del segundo tipo serían los producidos por el colapso de las invenciones humanas, un desastre producido por el propio defecto de las construcciones humanas o el modo en que son operadas, tal el caso del descarrilamiento de trenes, el choque de buques o la caída de un avión. Pero en estos casos, el accidente se consume a sí mismo. Se desencadena súbitamente y termina con el propio fin de la estructura fallida: el buque que se hunde, el edificio o la presa que se desploman.
- En los accidentes del tercer tipo, en cambio, el accidente no se consume a sí mismo, sino que continúa ocurriendo, produciendo activamente daño durante un tiempo ilimitado. Los accidentes del tercer tipo son accidentes artificiales, pues son producidos por un imprevisto fracaso de los dispositivos creados por el hombre, que desatan un proceso autoalimentado.
Estos accidentes eran desconocidos en los siglos anteriores, cuando la capacidad del hombre de alterar los equilibrios naturales era pequeña. Tal vez el primer accidente del tercer tipo haya sido la explosión de la central nuclear de Chernobyl, cuyo colapso liberó una radiación incontrolada que ha hecho inhabitables las ciudades vecinas. Chernobyl tiene la capacidad de seguir emitiendo radiación durante siglos, hecho momentaneamente conjurado por el sellado con hormigón de la central. Sin la heroica acción de más de mil bomberos (hoy todos muertos debido a su exposición a la radiación), la mitad oriental de Europa sería hoy probablemente inhabitable.
En el accidente del tercer tipo, el daño que el accidente sigue produciendo en el tiempo no es consecuencia de un efecto residual, sino de un efecto activo y expansivo continuamente renovado. Un accidente que tiene la capacidad de afectar el medio ambiente en una escala geográfica y en un lapso que puede ser fatal para la supervivencia de especies enteras o para el propio ser humano.
El filósofo francés Paul Virilio nos anticipó las emergentes formas del accidente artificial en tres escenarios: el accidente nuclear, el accidente biológico y el accidente informático.
El accidente del pozo del Golfo de México nos revela que el accidente geológico ahora también es posible; que la acción humana y su creciente capacidad técnica es capaz de desencadenar fuerzas cada vez mayores y desatar accidentes de escalas antes desconocidas.
Somos empujados, por la ambición o la necesidad, al precipicio de nuestra propia destrucción. Pero como nos advirtió Goethe en la moraleja del aprendiz de hechicero: "No has de poner en marcha mecanismos que no sepas cómo detener".