Principio de benevolencia y no maleficencia

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La benevolencia o no-maleficencia es el principio ético de hacer el bien y evitar el daño o lo malo para el sujeto o para la sociedad. Actuar con benevolencia significa ayudar a los otros a obtener lo que es benéfico para ellos, o que promueva su bienestar, reduciendo los riesgos maléficos, que les puedan causar daños físicos o psicológicos.

La palabra benevolencia tiene dos raíces: bene, que significa bueno o bien y volencia, que significa voluntad. Así se puede entender que la palabra en su todo tiene que ver con hacer el bien como una decisión voluntaria. El diccionario indica tres acepciones para Benevolencia:

• Deseo de hacer bien a los demás.

• Buena voluntad, caridad.

• Un acto de bondad.

“Hacer el bien”, por su parte, refiere a la obligación moral de actuar en beneficio de los demás.

La benevolencia es una cualidad del ser humano con la que demuestra en sociedad que es bueno con los que convive. Sus sentimientos dictan que las acciones que tiene que tomar deben beneficiar a los otros, incluso si su bienestar se ve comprometido.

Filosóficamente, la benevolencia es el valor que se le aporta a las acciones. Este valor es positivo y es concebido para que todas las acciones a partir de ésta, estén constituidas para hacer el bien. Es un principio de ámbito privado y su no-cumplimiento no está penado legalmente.

La no-malignidad es el principio de no producir daño y prevenirlo. Incluye no matar, no provocar dolor ni sufrimiento, no producir incapacidades. Es un principio de ámbito público y su incumplimiento está penado por la ley.

La benevolencia en la filosofía y las religiones

La benevolencia es el núcleo del pensamiento confuciano. Confucio enriqueció el contenido de la “benevolencia” y elevó a un nuevo nivel su significado, planteando en términos bien definidos que la “benevolencia” significa “amar al hombre”. Posteriormente expuso la idea de que “para ser benévolos, debemos hacer que otros vivan si queremos vivir y debemos ayudar a otros a lograr éxito si queremos alcanzarlo”.

Para ser benévolos, “no hagamos al prójimo lo que no queremos que hagan a nosotros mismos”, es un profundo pensamiento filosófico del humanismo, que penetra en todos los aspectos de la doctrina confuciana. Confucio subraya especialmente el valor y rol de la “benevolencia”, considerando que la “benevolencia” es una autocultivación indispensable para toda persona y también el principio que se debe observar para conquistar el país y gobernarlo.

Sobre la base de abogar por la “benevolencia” y la “virtud”, Confucio procedió a plantear un ideal social llamado “la Gran Armonía”, la que es, en realidad, una sociedad en la cual el espíritu de “benevolencia” está plasmado plena y totalmente. Siendo difícil la materialización del ideal de “la Gran Armonía”, Confucio retrocedió para formular el ideal de “sociedad modestamente acomodada”, en la que se lleva a cabo de manera preliminar el espíritu de “benevolencia”.

No es casual que desde hace más de 5000 años todas las religiones y disciplinas espirituales promuevan la práctica de la bondad. Para el Hinduismo, "El deber supremo es no hacer a los demás lo que te causa dolor cuando te lo hacen a ti". Buda insistió en este tema, advirtiendo sobre los males del egoísmo y la necesidad de practicar una sincera bondad para mejorar la vida. Recomendó a sus seguidores ser rectos, gentiles, humildes, pacíficos y calmados, irradiar amistad y librarse del odio y la mala voluntad, para lograr, según decía, que todos los seres, sin excepción, vivieran felices y en paz".

El judaísmo enseña: "Lo que para ti es odioso, no lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley; todo lo demás es un comentario".

Para el Islam: "Ninguno de vosotros es creyente si no ama a su hermano como a sí mismo". Y el Cristianismo incita a la bondad en la parábola del Buen Samaritano y en muchos otros pasajes de la Biblia. En Corintios: “No debemos buscar tan sólo nuestro propio bien, sino también el bien de los demás”. En Colosenses: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia".

Principio de benevolencia y no maleficencia en la bioética

El principio de benevolencia tiene una amplia tradición en la reflexión ética en medicina y psicología, y está presente de forma expresa en los principales códigos éticos y bioéticos de ambas disciplinas.

El desarrollo del principio se ha producido en la medida que se han ampliado las posibilidades técnicas de las intervenciones -especialmente en el área de la salud- puesto que ya es posible demandar intervenciones con garantías objetivas de utilidad, que conduzcan a un logro específico en el desarrollo de la persona o a la solución de una situación patológica o disfuncional.

Por su parte, el principio de no maleficencia tiene una amplia historia, y está vinculado al campo de la ética de la salud desde el llamado Juramento Hipocrático, donde se expresa con la sentencia primum non nocere: Primero no hacer daño. Determina el correspondiente deber de no hacer daño, aún cuando el interesado lo solicitara expresamente.

Este principio es distinto a la benevolencia, ya que el deber de no dañar es más obligatorio que la exigencia de promover el bien. Implica, sobre todo, el imperativo de hacer activamente el bien y de evitar el mal. El daño que se hace a una persona es más rechazable, en ciertas circunstancias, que el de no haber promovido su bien; la exigencia ética es más imperativa. De este principio se derivan para el médico normas concretas como “no matar”, “no causar dolor”, etc.

Algunos filósofos como William Frankena incluye la no-maleficencia como la primera de las obligaciones de la benevolencia, en cambio Beauchamp y Childress prefieren hacer de ella un principio aparte. Por un lado, para evitar demasiadas subdivisiones dentro de los principios; pero, sobre todo, porque no comparten el orden jerárquico de obligaciones de benevolencia que presenta Frankena.

Beauchamp y Childress admiten que intuitivamente la obligación de no ocasionar un daño sería previa a la de causar un beneficio. Sin embargo, en determinadas situaciones las obligaciones de benevolencia tendrían prioridad sobre las de no-maleficencia, algo que Frankena no aceptaría. Ponen el ejemplo de la investigación clínica sobre sujetos sanos, cuyo protocolo presente riesgos e inconvenientes tan pequeños, que la hagan moralmente recomendable teniendo en cuenta la gran utilidad que podría conllevar para un determinado tipo de pacientes. Otro ejemplo sería la transfusión de sangre, que supone un pequeño inconveniente para el que la dona, mientras que puede salvar la vida del que la recibe.

Por su parte, Gillon explica que es bueno distinguir los dos principios, ya que el sujeto moral tiene obligaciones de benevolencia respecto a pocas personas, mientras que la obligación de no dañar se extiende a todas.

¿Qué se entiende por “causar daño”?

Beauchamp y Childress distinguen entre actuar injustamente (wronging) y el simple provocar un daño (harming). En algunos casos pueden coincidir los dos conceptos, pero no es necesario que se dé la voluntariedad del primer significado para poder hablar de daño. El principio de no maleficencia se refiere al segundo caso, y los citados autores se centran en «el daño físico, especialmente el dolor, la incapacidad y la muerte».

Este principio tiene dos tipos de justificaciones:

• La justificación utilitarista, se puede expresar en los siguientes términos: el principio de la máxima felicidad para el mayor número tiene como corolario, la de no causar sufrimiento. De acuerdo con ello, el sufrimiento solo podría justificarse si contribuye con la disminución del sufrimiento propio o el de los otros. Ahora bien, el principio utilitarista implica que el sufrimiento solo se justifica si éste contribuye a una posterior disminución del sufrimiento. En este sentido, para el utilitarista, el daño consistiría en infringir un sufrimiento no justificado.

• Desde la ética del cuidado, se puede decir que el daño intencional infringido a nuestro cuerpo lo que expresa es una falta de respeto a lo que es más propio. Cuando se causa daño al cuerpo del otro, como mínimo lo que nos encontramos es con una falta de atención y de consideración en los intereses del otro. Para las éticas del cuidado, el centro de la deliberación ética son las interacciones humanas, y para ello es primordial tomar en serio los intereses de los otros. En este sentido, esforzarse por no causar el daño es una derivación de esta exigencia.

El principio de no maleficencia se relaciona estrechamente con el principio de autonomía, que se basa en la convicción de que el ser humano debe ser libre de todo control exterior y ser respetado en sus decisiones vitales básicas. Dicho principio está profundamente enraizado en el conjunto de la cultura occidental, aunque ha tardado en tener repercusión en el ámbito médico. Significa el reconocimiento de que el ser humano, también el enfermo, es un sujeto y no un objeto.

Sin embargo, el reconocimiento de este principio no significa que la decisión moral no tenga en cuenta el bien de los demás; la autonomía no significa automáticamente que el paciente haga o elija lo que quiera. Más en concreto, el principio de autonomía significa en el terreno médico que el paciente debe ser correctamente informado de su situación y de las posibles alternativas de tratamiento que se le podrían aplicar.

Indiscutiblemente surgen conflictos entre los principios de benevolencia y autonomía. El médico puede pensar que la decisión tomada por un paciente, en principio competente, no es la que más le conviene para su salud o para su vida. En estos casos, el médico puede tender a cuestionar la competencia del enfermo, ya que se piensa que un enfermo "normal" debe optar por lo más conveniente para su bien. En la resolución de estos conflictos se pueden percibir diferencias de raíz cultural: en USA se tiende a dar una mayor prevalencia a la autonomía del enfermo, mientras que en España se pone un mayor énfasis en el principio de benevolencia.