Maldad líquida

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El mal, como característica intrínseca a la naturaleza humana, ha ido evolucionando a lo largo de los años. El sociólogo Zygmunt Bauman y el politólogo Leonidas Donskis analizan este fenómeno en el libro ‘Maldad líquida’ (Paidós), una radiografía de los aspectos más oscuros del ser.

Aunque el mal como tal puede considerarse un compañero permanente e inalienable de la condición humana, tanto sus formas como sus modos de funcionamiento, especialmente en su licuada encarnación actual, son fenómenos novedosos y merecen un tratamiento aparte en el que sea precisamente su novedad la que centre la atención. Es consustancial a todos los líquidos la incapacidad de conservar durante mucho tiempo cualquiera de las formas que van adoptando de forma sucesiva. Los líquidos se hallan perpetuamente in statu nascendi, siempre «en conversión», lo que significa que no llegan nunca a adquirir una forma consumada. Esa cualidad suya ya la había señalado Heráclito hace más de dos milenios, cuando observó que nadie mete los pies dos veces en el mismo río, según la versión que Platón dio de aquellas palabras en su diálogo Crátilo. Lo que sí se puede –y se debe– hacer cuando se trata de dar la más completa representación posible de un líquido es descubrir las fuentes del río por el que fluye ( y de sus más caudalosos afluentes), rastrear su cauce (o, si hace falta, sus múltiples recorridos ya sean estos coexistentes o alternos) y cartografiarlo todo (aun sabiendo que lo que se podrá lograr en último término será más una instantánea que una imagen concluyente y duradera del fenómeno en cuestión).

Eso es exactamente lo que tratamos de hacer en este libro: trazar un mapa lo más completo posible de las fuentes más prolíficas del mal a día de hoy y seguir todas sus trayectorias posibles en la presente fase de nuestra sociedad (moderna líquida, desregulada y desorganizada, atomizada e individualizada, fragmentada, desarticulada y privatizada) de consumidores. De todos modos, dados los atributos del objeto de estudio, el resultado tendrá necesariamente que entenderse como un informe de evolución de un viaje de exploración y descubrimiento en proceso.

Nuestra conversación, en resumidas cuentas, ha girado de forma específica en torno a la modalidad moderna líquida del mal: una modalidad posiblemente más amenazadora y traicionera que otras manifestaciones históricas del mal, porque hoy este se nos presenta fracturado, pulverizado, desarticulado y disperso, en marcado contraste con su versión inmediatamente anterior, cuando pugnaba por estar concentrado y condensado al máximo, además de administrado por un poder central. Todo ello conlleva que el actual mal licuado quede oculto a simple vista y no se detecte (ni se lo reconozca tal como es, ni se vislumbre lo que presagia). El mal líquido tiene la asombrosa capacidad de adoptar disfraces muy eficaces y de «reclutar» toda clase de inquietudes y deseos humanos (demasiado humanos) para ponerlos a su servicio valiéndose de pretextos tan falsos como exageradamente difíciles de desacreditar y falsar. Para colmo, no pocos de esos reclutas se presentan voluntarios para la acción, seducidos por la llamada.

En un enorme número de casos, el mal licuado consigue que se lo perciba como un amigo deseoso de ayudar y no como el malvado demonio que es; por usar la terminología de Joseph Nye, hay que incluirlo en la categoría de los poderes «blandos», que se distinguen de los poderes «duros» por cuanto emplean la tentación, en vez de la coerción, como estrategia básica, como ocurren el caso de la polifacética vigilancia contemporánea, dedicada a construir un banco de datos millones de veces más amplio de lo que todos los servicios secretos del pasado moderno sólido jamás llegaron a imaginar (y eso suponiendo que tuvieran una imaginación verdaderamente portentosa). ¿Cómo? A partir de una información suministrada las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, voluntaria o inadvertidamente, por los usuarios de teléfonos móviles y tarjetas de crédito, o por los emisores de receptores de mensajes por vía electrónica. El Ministerio del Amor ya no necesita forzar a la gente a confundir la guerra con la paz o la coacción con el cariño y la ayuda bienintencionada.

La maldad líquida, como todos los fluidos, tiene la asombrosa capacidad de fluir rodeando los obstáculos que surgen o se encuentran en su camino. Como hacen otros líquidos, este mal empapa las barreras a su paso, las humedece, va calando en ellas y, muy a menudo, las erosiona y las disuelve absorbiendo esa solución en su propia sustancia para agrandarse y potenciarse más a sí mismo. Esta es una capacidad que, además de imprimirle un carácter esquivo, hace que la resistencia eficaz a semejante mal constituya una tarea más formidable aún si cabe. Tras haber impregnado el tejido de la vida cotidiana y haberlo empapado a fondo, el mal –cuando (o si) lo detectamos– hace que todos los modos alternativos de vivir se nos antojen inverosímiles, irreales incluso; un veneno letal se nos presenta engañosamente como un antídoto salvador contra las propias adversidades de la vida.

Es de estos y de otros rasgos inherentes al mal líquido de los que intentamos hacer inventario (inevitablemente incompleto, aunque esperemos que preliminar) en sus múltiples manifestaciones. Nuestra intención es preparar el lienzo, más que pintar un cuadro completo. Aspiramos a esbozar un área que pide a gritos un estudio tan exhaustivo como urgente y a proveerla de algunas (a nuestro entender, inútiles) herramientas conceptuales.