Multiculturalidad
La globalización ha puesto en marcha un complejo proceso de interconexión a nivel mundial que conecta y desconecta, que incluye y excluye a escala planetaria a individuos, ciudades, organizaciones, empresas y Estados.
Estas mutaciones en las condiciones en que el hombre habita el mundo, generalmente aludidas como el tránsito de unas sociedades industriales a otras basadas en el conocimiento y la información, tienen sus matices, sus diferencias, sus beneficios y sus perjuicios según la situación social o geográfica en la que nos hallemos, y en virtud de ello, también, su impacto en nuestra vida cotidiana.
Atravesadas por esa lógica dual de inclusión/exclusión, la cultura se está convirtiendo, según Martín-Barbero en el "espacio estratégico de compresión de las tensiones que desgarran y recomponen el 'estar juntos', y el lugar de anudamiento de todas sus crisis políticas, económicas, religiosas, étnicas, estéticas y sexuales. De ahí que sea desde la diversidad cultural de las historias y los territorios, desde las experiencias y las memorias, desde donde no sólo se resiste sino se negocia e interactúa con la globalización, y desde donde se acabará por transformarla".
Pero, tanto en la ciudad como en el Estado, en las culturas urbanas como en las nacionales, las nuevas identidades se reorganizan y reorientan. Las grandes urbes –unidades de la expresión colectiva de diversos actores, con sus saberes, valores, normas, actitudes, opiniones o comportamientos, con sus relaciones y sus prácticas, que se erigen en los territorios en donde se concentran las principales actividades económicas, sociales, políticas y culturales de nuestra época–, se han convertido en ciudades multiculturales donde el proceso de globalización manifiesta con claridad sus efectos contradictorios.
Es allí entonces donde las identidades enmarcan sus demandas de reconocimiento y de sentido. Un sentido y un reconocimiento que no pueden ser formulados exclusivamente en términos económicos o políticos, sino que nos remiten directamente a la cultura en tanto que “mundo del pertenecer a” y “del compartir con”.
Identidad cultural
Dado que la globalización consiste en una multiplicidad de procesos multidireccionales que se entrecruzan y articulan entre sí, la identidad se constituye en una fuerza capaz de introducir transformaciones y de emprender una construcción de la globalización “desde abajo”, es decir, desde una búsqueda del sentido y del significado de estos procesos a partir de los conflictos que se han generado. Esta búsqueda de una nueva articulación de lo global ha adquirido tanto la forma de una defensa de la heterogeneidad y de los localismos, como la afirmación y promoción de los derechos civiles y las ciudadanías culturales.
En el primer caso, ante la amenaza de que la globalización borre las diferencias y opaque las singularidades, empobreciendo las diversas configuraciones simbólicas que expresan las diferentes posibilidades de ser y estar en el mundo, las identidades culturales han buscado reforzar su presencia bajo la irrupción de la multiculturalidad, del ejercicio de la diferencia, del derecho al reconocimiento del otro, con todo lo que eso significa.
Pero la multiculturalidad no puede quedarse en la afirmación exaltada de la diferencia, ni reducirse a fórmulas esencialistas que, encerradas en sí mismas, huyan de las modificaciones temporales y se refugien en el enaltecimiento de una sola cultura o en la reproducción acrítica de rituales. La identidad cultural no puede ser reducida a un depósito inviolable alejado de cualquier contacto contaminante con lo distinto, con lo otro.