El desafío que nos plantean la igualdad y la equidad en un mundo finito

De Sosteniblepedia
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Es claro que a partir del día de la deuda ecológica -29 de diciembre de 1987-, cuando la humanidad comienza a consumir los recursos naturales a una velocidad muy superior a la que tiene el planeta para regenerarlos, pasamos del paradigma de la administración de la escasez al paradigma de la administración de la finitud.

En menos de 50 años hemos reducido la capacidad del planeta para regenerarse al 50%, con las consecuencias catastróficas que esto conlleva.

Hasta 1987, período de la historia en el que primó el paradigma de la administración de la escasez, podíamos llegar a especular con la idea de que a través del progreso, algún día todos íbamos a gozar de la posibilidad de acceder al bienestar en condiciones de igualdad de oportunidades. Sin embargo, a partir del comienzo del paradigma de la finitud, esto ya no es así, ya que si no logramos saldar la deuda ecológica y regenerar los ecosistemas naturales, los ecosistemas sociales se verán cada vez más afectados como consecuencia de la sobreexplotación y degradación del planeta.

Esto nos obliga a tener que pensar tanto en términos de igualdad -la disposición a tratar a todos los ciudadanos del mismo modo, sin importar su género, raza, posición social o cualquier otra característica o cualidad-, como en términos de equidad -la capacidad de impartir justicia partiendo del principio de la igualdad-, pero considerando las necesidades individuales y las circunstancias de cada persona, pues la naturaleza no es algo creado por la humanidad, sino que nos ha sido dada.

Se calcula que la historia del universo comenzó con el Big bang hace aproximadamente 13.500 millones de años, y que el planeta tierra tiene aproximadamente 4.500 millones de años. Es claro entonces que cuando nació el primer el primer Adán y la primera Eva, hace aproximadamente 3 millones de años, la naturaleza ya estaba allí. Es decir, no tuvimos que hacer ningún esfuerzo para diseñarla o construirla, por lo tanto, el capital natural no es producto de la inteligencia o del esfuerzo humano, y por ende, no nos pertenece, o nos pertenece a todos por igual, lo que incluye tanto a las generaciones presentes como a las generaciones futuras. En este sentido, es nuestra obligación cumplir con los preceptos que nos marca el Informe Bruntland cuando nos convoca a “satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones”.

Lamentablemente, a lo largo de la historia de la humanidad, nuestras diferentes formas de organización social nos han llevado a desarrollar culturas predominantes basadas en la explotación y acumulación de recursos naturales y humanos. Las consecuencias de este comportamiento están a la vista.

Desde un punto de vista biológico, podríamos decir que los seres humanos nos hemos comportado como parásitoides, organismos que no dudan destruir al final del ciclo el cuerpo que los alberga con tal de sobrevivir. Y es claro que en este derrotero, algunas sociedades han sabido comportarse de forma más eficiente y eficaz que otras.

Solo a partir de abandonar un comportamiento parasitoide es que podremos evolucionar y tener alguna posibilidad de sobrevivir como especie.

Al respecto, tanto la ciencia económica como el sentido común no indican que si no cambiamos nuestro comportamiento parasitoide y depredador, los ex recursos naturales -hoy ya considerados bienes sociales por su alto nivel de escasez-, alcanzarán cada vez menos y terminaremos en el colapso de nuestra civilización.

Afortunadamente, a través del avance de la ciencia y de la tecnología, hoy disponemos del conocimiento necesario como para no seguir negando esta evidencia. Esto nos obliga a tener que tomar consciencia y asumir un nuevo compromiso como humanidad, tanto con nuestra responsabilidad con respecto del cuidado del planeta, como del cuidado de nuestro prójimo y de nosotros mismos. Además del conocimiento científico -que nos ayuda a tomar conciencia de la capacidad que tiene el planeta para sostenernos y también para financiarnos-, en la actualidad contamos con herramientas como el Pacto Internacional de Derechos económicos, sociales y culturales, que es la base de los Objetivos de desarrollo sostenible: el derecho a la alimentación, defendido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura; los derechos laborales, defendidos y protegidos por la Organización Internacional del Trabajo; la igualdad de género, proclamada por ONU Mujeres; los derechos del niño, de los pueblos indígenas y de las personas con discapacidad.

Asegurar la igualdad de oportunidades para todos con respecto a estos derechos, sin lugar a duda será un gran punto de partida para el cambio que se avecina. El gran desafío que tenemos por delante es lograr que todos estos cambios puedan realizarse desde una ética del cuidado y una cultura de paz, en pos de preservar la dignidad humana.